Necrológicas

Humor y política

Por Jorge Abasolo Lunes 9 de Mayo del 2022

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Lo que me gusta de la historia son las anécdotas”, afirmaba Próspero Mérimée (1803-1870) el gran escritor, historiador y arqueólogo francés. De paso, digamos que fue el autor de la novela Carmen, que sería inmortalizada en la famosa ópera homónima de Georges Bizet.

¿Quién no podría estar de acuerdo con lo afirmado por este pensador?

De algún modo todos gozamos con las anécdotas, ya sea porque el protagonista es famoso, nos cae bien…o por lo contrario.

Hay un toque cautivador en esos breves relatos que logran plasmar lo instructivo, lo ameno o lo funcional, cuando no, dejar una enseñanza.

Está demostrado que el humor puede derrocar a políticos o al menos reducir su prestigio, poniéndoles en ridículo o dejando al desnudo sus falencias y/o falta de atributos. También puede evidenciar el carácter hipócrita de ciertos argumentos, y por ello más de un gobierno teme a la sátira política.

Winston Churchill era un maestro en zaherir a sus adversarios, burlándose de ellos y poniendo fin a una situación tensa con una observación divertida. En cierta ocasión, se dijeron de todo con su opositor Clement Attlee. La situación no llegó a la gresca porque se trataba de dos caballeros ingleses.

Terminada la acalorada sesión, Churchill descansó unos minutos y luego se paró para dirigirse al baño. Llegando al WC notó que Attlee estaba orinando en una esquina. Churchill se puso en la esquina contraria, a varios metros de su opositor político.

Attlee rompió el silencio:

– Mr.Churchill. Está bien que en la sala seamos unas fieras defendiendo nuestras posturas políticas. Pero no veo por qué acá en el baño usted siga alejado de quien podría hasta ser su amigo.

Churchill retrucó con su flema habitual:

– Señor Attlee, lo que pasa es que ustedes –desde que están en la oposición- agrandan todo lo que ven.

El vínculo entre la política y la chambonada resulta evidente para cualquiera que sea capaz de leer siquiera el diario. Uno a veces se llega a preguntar: ¿si muchos de los políticos son tan corruptos, mentirosos y hasta deleznables, como se las ingenian para ser reelegidos?  ¿No tendremos los electores mucha responsabilidad en ello?

Digo esto porque hubo un tiempo en que yo creía que mientras más alto era el cargo que ostentaba una persona, más inmune estaba frente a las caídas, errores, gazapos o esos llamados condoros.

Craso error.

Entonces empecé a hacer una lista de torpezas y dislates de estos próceres. Me cansé cuando llené como quince cuadernos con esos disparates. En un alarde de irracionalidad, algunos personajes meten las patas tupido y parejo, aunque la masa -que oscila entre la candidez y la ignorancia, mezclada con ilusiones hueras- los vuelve a votar, en vez de botarlos.

Las anécdotas políticas son de vieja data.

En cierta ocasión le preguntaron a Luis XIV por qué en determinados países la ley permitía al soberano ocupar el trono a los catorce años, en tanto que se le impedía casarse hasta no haber cumplido los dieciséis.

La respuesta sobrevino al instante:

– Será porque es mucho más difícil gobernar a una mujer que a una nación.