Quino se va, Mafalda se queda
A través de las redes sociales Silvia, una amiga argentina, compartía una anécdota: en el 96, para una presentación de libros, había una lista de posibles escritores invitados, todos conocidos y que pedían altas sumas de dinero por su presencia. Aunque hubo uno que pidió algo diferente: “un fin de semana en algún lugar bello de Neuquén para disfrutar junto a mi esposa”. Ese hombre dejó de existir esta semana, a los 88 años y un día después del cumpleaños número 56 de su más célebre creación que lo elevó a la inmortalidad. Y es que este mendocino, que por su sencillez y autenticidad no parecía argentino, nos legó su genialidad personificada en una niña curiosa y contestataria, pero sobre todo idealista.
Pero, ¿cuál podría ser la receta del éxito de Mafalda para convertirse en un ícono de la cultura trasandina con ribetes de universalidad? Difícil encontrar una única respuesta, pero si analizamos sus frases e innumerables viñetas, podremos encontrar que las inquietudes, críticas y conclusiones que surgían en ella, siguen tan vigentes en la actualidad que cuando fueron planteadas en los sesenta. Y es que uno de los méritos de Joaquín Salvador Lavado, fue desmenuzar las virtudes y debilidades de la naturaleza humana, ya que a pesar de los avances tecnológicos y la dinámica de los contextos, la esencia del ser humano se mantiene a lo largo de la historia. Más allá que las modas e ideologías de turno nos condicionen cómo hablar y qué pensar, los valores y principios humanitarios a la base seguirán siendo muy parecidos.
Amante de la libertad, la solidaridad y el amor, entre algunos de sus ideales, a la pequeña de vestido rojo y pelo rebelde le era de difícil comprensión el rol de los políticos y burócratas, además de dolerle en el alma la guerra de Vietnam. Le costaba entender que su padre llegara tan cansado del trabajo o que su madre tuviese que asumir su rol de dueña de casa. Cuestionaba el arribismo de su amiga Susanita más que sus deseos de casarse, o que Manolito estuviese obsesionado con el dinero y sus negocios. Y es que cuando Quino creó a este personaje para promocionar electrodomésticos en un lejano 1964, no se imaginó que con el tiempo tomaría tal vuelo que decidió darle un giro más valórico, orientado a principios de vida que no sólo llamaban la atención, pues invitaban a reflexionar y evocar la tan necesaria emoción para identificarse y querer al personaje, lo que con el paso del tiempo ha llevado a la trascendencia. Por eso es que lejos de terminar en 1973, Mafalda ha sido solicitada para varias campañas que la erigen como un ícono admirado y querible.
Mafalda integra la ingenuidad y ternura de una niña, con la idealización y cuestionamiento adolescente que busca una identidad que le permita alcanzar justicia e igualdad. No le hace el quite a los problemas, dilemas sociales o a las incoherencias propias del funcionamiento humano, por más que los adultos a su alrededor le aconsejen no emplear tanto razonamiento crítico y moderar sus expresiones. Ella se hace las mismas preguntas que nos planteamos a los 5, 10, 20, 40 o 60 años, de ahí que la atracción por sus libros haya sido prácticamente heredada generacionalmente por muchos de sus adeptos.
Por eso, entre tantos mensajes y dibujos que han circulado ante la lamentable muerte de su creador, quisiera destacar dos: “la gente buena tiene una razón para estar triste”, como si metafóricamente a una persona querida se le hubiese muerto su padre y quisiésemos consolarla; y la otra es una caricatura en que Quino le dice a Mafalda “Yo ya me voy ¿vos te quedás?”, “sí, yo me quedo acá” le responde ella. Y es que hoy, la necesitamos más que nunca.