Celebrar un día no es lo mismo que celebrar la vida del adulto mayor
Hace algunos días se conmemoró, sin la parafernalia de años anteriores, el día del Adulto Mayor, instituido internacionalmente en 1990 pero que Chile validó recién el 2004. Fecha en la que era tradicional mostrar modelos exitosos de envejecimiento. Ancianos trabajando pese a sus años y lugares de larga estadía idílicos, una realidad sólo para muy pocos de ellos.
Pero el estallido social hizo visible la realidad oculta por tantos años. Las pensiones no alcanzan para todos sus requerimientos, de allí la necesidad de trabajar en lo que se pudiera, porque necesitan recursos permanentemente y la edad no es obstáculo para que deban luchar en el escaso mercado laboral. Por eso se han hecho visibles en empaques de supermercados o en el aseo de las calles de nuestra ciudad. Labores que no son las deseables para ellos y no es lo que la sociedad les debería ofrecer en esta etapa de su vida.
Lo dijimos antes, el bajo nivel educacional no les permite acceder a trabajos más técnicos. Por eso desarrollan ese tipo de trabajos, quedando de manifiesto que existe una gran deuda para con ellos, que no tiene una respuesta del Estado.
Pero cuando pensábamos que la solución podría venir de la mano de una nueva Constitución en abril, en que el bienestar de los mayores iba a ser central en la discusión de una nueva sociedad; irrumpe la pandemia y un largo listado de consecuencias que no terminan y cuyo desenlace aún no se escribe.
Estos meses han estado encerrados y confinados en sus domicilios, lejos de los suyos; lejos de las actividades que desarrollaban fuera de casa, incluidos los trabajos. Sin controles para sus patologías crónicas, pero por sobre todo sin saber cuándo termina esta etapa.
No he conocido adulto mayor que no haya sufrido las consecuencias de estos meses, de los deterioros por desuso o falta de estímulos; ha sido un retroceso en sus condiciones de vida y que más temprano que tarde tendrá consecuencias. Probablemente en muchos de ellos estos retrocesos signifiquen cambios profundos que no se recuperarán jamás.
¿A qué se debe esta situación? Para tener una verdadera edad dorada en la vejez se requiere un financiamiento adecuado de las necesidades de los mayores. No basta la pensión, se requieren aportes desde la sociedad para asegurar alimentación y disponer de los servicios básicos en su domicilio. Que el costo de los bienes y servicios no sea una limitante para acceder a ellos. Incluso el transporte debiera ser a costo cero. Pero también requieren tener una serie de beneficios sociales y provisión de cuidados continuos asegurados por el Estado.
Chile ha sido un largo relato de proyectos piloto que se ensayan y mantienen como tal, pero que no se han concretado en una política pública sólida y maciza, continua, financiada de tal forma y asegurada ojalá para todos los mayores; además existe una institucionalidad débil y centralista que impone modelos de intervención nacionales y únicos, pero que no dan cuenta de las realidades regionales.
Hasta hoy los mayores son los grandes ausentes en la política desarrollada estos meses. En las ayudas y anuncios no están presentes. Sólo se les nombra en las estadísticas de salud, son sólo números que incrementan y justifican la mortalidad alta que tiene este grupo. Justificadas por la suma de patologías y daños acumulados.
No decimos que los mayores no pueden morir a causa de esta pandemia, ya que frecuentemente ocurría en los inviernos anteriores. Es una muerte en número y en proporción más alta que otras edades. Para peor siendo el grupo que ha estado más confinado les han llevado el virus a sus casas o establecimientos de larga estadía. No han salido a buscarlo. Esto da cuenta de una mala estrategia basada sólo en el confinamiento, sin ayudas ni protecciones sociales y además de la falta de educación y preparación de sus entornos. Una vez más en el diseño de la estrategia quedaron fuera y hoy sufren las consecuencias.
Dos hechos han rodeado esta falta de preparación de políticas sociales para los mayores. Primero: Una campaña solidaria para recaudar financiamiento para programas de intervención a los más longevos, mostrando el nivel de improvisación que ha tenido este trabajo. No puede ser que el aporte solidario, ejecutado por privados sea la solución del Estado para las necesidades de los mayores. Es una muy mala señal que sólo habla de la carencia de una política pública basada en dar respuesta a los mayores. Se sigue en un sistema subsidiario, ya que los mayores en una sociedad de consumo sólo generan gasto y no beneficios a quienes la sustentan. Sólo así se entiende que la mayor empresa privada que vende solidaridad en el país, el Hogar de Cristo, cierre el recinto para mayores en Punta Arenas, y ya antes en Porvenir.
Así planteado queda la segunda pregunta: si la alta tasa de mortalidad de los mayores en esta pandemia significa una externalidad positiva en el razonamiento de algún economista extremo; que mueran más mayores será finalmente un ahorro para el país. Es lo que se podría pensar ante tanta pasividad y falta de ayudas para ellos. Y esto no puede ser posible ni debemos permitirlo. Si no hay un programa nacional amplio y oportuno para ellos, es tarea para el gobierno local en Magallanes.
No podemos mirar para el lado como si nada pasara. Son nuestros padres, nuestros abuelos los que hoy claman por ayuda. Ante tanto clamor no nos podemos hacer los sordos. Ya no.