Testimonio de un periodista que ingresó a la Urgencia del Hospital Clínico: “Pareciera que realmente estamos enfrentados a una catástrofe sanitaria sin control que no la vemos en el día a día en la calle”
Derivado desde una clínica privada al recinto público porque sus síntomas eran propios de alguien infectado, entregamos aquí el testimonio de un profesional que vivió horas de incertidumbre en el recinto estatal.
“Estoy con dolores de cabeza y mareos”, dice una niña al momento de ser atendida en el módulo de recepción del Servicio de Urgencia del Hospital Clínico de Magallanes.
En otros tiempos, la Urgencia estaba llena de personas que por diversos motivos llegaban a pedir atención.
Hoy el panorama es distinto: es un establecimiento que concentra las atenciones de Covid-19 y, desde el ingreso, uno siente que ha llegado a la zona cero donde el personal de salud vive intensamente la lucha contra este virus que azotó la normalidad del mundo.
Cuando me corresponde mi turno me preguntan los motivos por los que acudo y me dicen que espere, que me llamarán.
Transcurridos algunos minutos por alto parlante se escucha mi nombre e ingreso al box de atención donde me preguntan por mis síntomas y si tengo algún contacto estrecho ya confirmado con Covid-19. Tras responder a las consultas y dejar mis datos, nuevamente me indican que espere en la sala al interior de Urgencia que está debidamente separada en secciones para adultos y niños, manteniendo el protocolo sanitario.
Ya es pasado el mediodía y veo que somos cinco en espera de atención para la evaluación médica. Pero al rato entran muchas personas más. Mientras uno aguarda con el debido distanciamiento marcado en las sillas se escuchan los diálogos en algunos de los que comparten igual suerte. Uno dice que lleva días con dolores musculares y otro señala que tuvo fiebre la noche anterior. Un militar habla por celular y le señala a su interlocutor que está a la espera de atención y que en su cuadrilla hay cuatro soldados que dieron positivos y que se espera a otros a que se tomen el examen.
Afuera entran y salen ambulancias que pareciera están completando recorridos. Cuesta creer lo que hoy se vive en Magallanes.
Después de una hora en que la espera se enfrentó leyendo algo del celular o mirando una televisión encendida con sonido muy bajo, se escucha el llamado para acceder al box de atención en una de las salas.
Traspaso las puertas y me indican que debo ubicarme en una de las tres camillas dispuestas en la sala. Allí estamos los tres pacientes. Aparece el médico de turno con una mascarilla blanca que cubre más arriba de su nariz. Sin auscultar nada y a distancia pregunta por los síntomas, mientras la paramédico protegida con mascarilla, máscara facial y una capa plástica azul que cubre su vestuario se encarga de controlar la presión y temperatura.
Después de responder al médico, éste señala: “Perfecto, espera un poco que te tomaremos el examen de PCR”.
A los minutos la paramédico va al paciente de al lado y le indica: “Por favor, sáquese la mascarilla, cabeza derecha y, por favor, no se mueva”. Y procede al hisopado por ambas vías nasales para tomar la muestra. Enseguida le pide al paciente que espere y camina al pasillo donde otra tens espera con una bolsita abierta donde deposita la muestra y coloca el nombre del paciente.
Tras ver ese procedimiento, pienso que ahora me tocará a mí. Y claro, la tens a distancia se saca la mascarilla, máscara facial y capa plástica que deposita en un tacho y se coloca nuevos elementos de protección debidamente sellados antes de venir a tomarme el examen.
Al enfrentarse a mí, me pide lo mismo. Saco mi mascarilla, levanto cabeza y ella rompe el sello del palillo como si fuese un gran cotonete y lo introduce en las vías nasales. La sensación es una leve picazón cuando se siente el hisopado hasta el final.
Cumplido el procedimiento, hay que esperar hasta que nos hacen llegar dos bolsitas de medicamentos: paracetamol y ketorolaco. Por ahora, sólo debo esperar a lo menos tres días para saber por mi resultado del PCR.
La salida está por el costado de la llamada sala Covid, adyacente a la puerta donde estacionan las ambulancias. Me impresiona ver allí el intenso movimiento y muchas camillas con pacientes que permanecen en observación y a la espera de ser quizás derivados a otras dependencias del Hospital Clínico de Magallanes.
Medio desorientado, me indican que la salida es por tal puerta. Al salir al exterior veo una ambulancia que sale y otra que ingresa y estaciona para desembarcar a otro paciente.
Y pensar que esa sala antes estaba vacía con todas las instalaciones dispuestas para conectar equipos e instalar camillas ante una gran catástrofe. Recuerdo que cuando conocí esa sala, al inaugurarse el hospital, decía: “Quizás alguna vez se use por un accidente que ojalá no sea grave”.
Lamentablemente hoy veo cuánto está ayudando que se haya dispuesto de estas instalaciones y pareciera que realmente estamos enfrentados a una catástrofe sanitaria sin control que no la vemos en el día a día en la calle, sino que la sentimos al ir al hospital y ver cómo el personal de salud corre de un lado a otro en una lucha frenética contra esta pandemia.
¡Hay muchas vidas en juego!