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  • Lorenzo Barrientos Vito

París, furiosa ante una medida drástica que recuerda la invasión nazi y Mayo del 68

Lunes 19 de Octubre del 2020
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La capital y otras ciudades francesas toleran a disgusto un toque de queda nocturno para intentar contener la segunda ola del coronavirus.

El 14 de junio de 1940, los parisinos se despertaron con el sonido de una voz con acento alemán que anunciaba por altavoces que se imponía un toque de queda a partir de las 20 hrs de esa noche. El camioncito de la Wolkswagen de donde partía el anuncio estaba acompañado de tanques y tropas alemanas que comenzaban la ocupación la capital francesa.

Los franceses tienen muy malos recuerdos de ese y otros muchos toques de queda que impusieron gobiernos locales en peligro e invasores. Esa es la sensación que regresó a París el fin de semana con las nuevas restricciones de todas las actividades no esenciales entre las 21 y las 6. Cerrar a las nueve de la noche los bares y restaurantes es quitar el alma a la ciudad para terminar en la fórmula tan temida por los parisinos de “métro-boulot-dodó” (subte, trabajo, cuentito para dormirse). Sólo trabajo y sacrificio, ninguna diversión.

Esta vez no fueron los nazis, sino el coronavirus. La medida que entró en vigor en la medianoche del viernes al sábado afecta a París y su región y a otras ciudades como Lille, Lyon, Grenoble, Marsella, Aix en Provence, Rouen, St. Etienne, Montpellier y Toulouse. Veinte millones de personas viven en esa zona roja. El Presidente Emmanuel Macron admitió que la situación es “preocupante” ante la segunda ola de la pandemia que está golpeando muy duro al país. La medida tiene por objetivo impedir que los ciudadanos de entre 20 y 40 años, que probablemente estudian, trabajan y se desplazan respetando la distancia social durante el día, luego, por la noche se olviden de todo y salgan a beber y divertirse con los amigos.

El índice de contagios en la franja de 20-29 años llegó a superar los 500 casos por 100.000 habitantes, el doble del conjunto de la población. Entre los 30 y los 39 superan los 300 casos desde hace 15 días. “Es duro tener 20 años en 2020”, admitió el jefe del Estado francés. Pero concluyó su anuncio -a través de una entrevista transmitida por las dos principales cadenas de televisión- con un toque de positivismo: “La razón para la esperanza es que estamos reaprendiendo a ser plenamente una nación de ciudadanos solidarios”.

Cuando los nazis decretaron el toque de queda de 1940, hacía días que el Primer Ministro británico, Winston Churchill, venía intentado convencer al gobierno francés de que se mantuviera firme, que resistiera la invasión, que Estados Unidos entraría en la contienda y acudiría en su ayuda. El gobierno francés se refugió en Vichy y adoptó una actitud colaboracionista. Para cuando los tanques alemanes entraron en París, 2 millones de parisinos ya habían huido. En apenas unas horas, la Gestapo alemana comenzó con los arrestos, interrogatorios y espionaje, mientras una gigantesca bandera con la esvástica nazi flameaba bajo el Arco del Triunfo. Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre, que permanecieron en París durante la ocupación y que aceptaron todas las imposiciones nazis, contaron que durante el toque de queda se pasaban toda la noche bebiendo y charlando con otros intelectuales de la rive gauche. Algo parecido se registró en las barricadas de Mayo del 68 o en las restricciones de movimiento para los “musulmanes franceses” en 1961, durante la guerra de independencia de Argelia.

Evitar los contagios

Más allá de que las circunstancias son absolutamente diferentes, eso es precisamente lo que Macron quiere ahora detener: que la gente se pase toda la noche charlando y bebiendo como si la pandemia no existiera. Francia tiene más de 800.000 casos y 33.000 muertos. Y el ritmo de contagio está superando los 30.000 casos diarios. Algo que tira por la borda la apertura que se realizó con la llegada del verano y que culminó con restaurantes, playas y bares repletos de gente sin barbijo.

Y en este contexto se abrió una investigación judicial sobre la gestión de la pandemia tras las denuncias por una presunta demora en las acciones gubernamentales para frenar la propagación del virus. Pacientes, médicos, oficiales de policía y personal de prisión presentaron unas 90 demandas contra ministros del gobierno, de las cuales nueve fueron admitidas por la justicia.

Para acallar las críticas y ante el aumento exponencial de los contagios, Macron impuso el toque de queda por cuatro semanas, pero ya anunció que pedirá al Congreso una nueva extensión de otras dos semanas, hasta el 1 de diciembre.

El café y la charla
son una institución

No sólo cerrarán bares, restaurantes, teatros, cines, y cualquier centro público. Los ciudadanos no podrán circular durante el toque de queda salvo excepciones justificadas como volver del trabajo, regresar a casa desde el aeropuerto o la estación del tren (porque no se restringen los viajes) o en caso de urgencias sanitarias. Pero no se podrá salir para ir a casa de los amigos, por ejemplo. Más de 12.000 policías fueron desplegados para controlar la situación. Y multas, 130 euros como ahora por no llevar mascarilla. Los reincidentes pagarán 1.500 euros.

Todas medidas muy “antifrancesas” y, sobre todo, “antiparisinas”. Los habitantes de la capital gala viven en la calle desde siempre. El café y la charla son una institución. Para ellos, el paseo a cualquier hora por Champs-Élysées o los Jardines de Luxemburgo no puede tener restricciones, aunque un virus letal ande dando vueltas entre las recovas y las chimeneas. La mayoría de los parisinos está convencida de que el toque de queda es cosa de nazis o de flics (policías) reprimiendo estudiantes.

Infobae

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