Plebiscito, un deber de solidaridad ciudadana
En el contexto de la pandemia que nos aqueja, y que acá -en Punta Arenas- nos tiene viviendo las limitaciones del confinamiento, hoy salimos a votar para decidir si la mayoría de los chilenos queremos cambiar o mantener la Constitución de nuestro país, y decidir el modo en que se hará la nueva ley fundamental, en el caso que triunfe la opción por cambiarla.
En el tiempo previo al plebiscito ha quedado en claro que buena parte de la población no sabe qué es una Constitución, a pesar del mucho dinero que se ha gastado en videos y otros medios para dar a conocer de qué se trata el plebiscito al que hoy somos convocados todos los ciudadanos. ¡Cuánto se echa de menos la asignatura de Educación Cívica, eliminada del currículum de la enseñanza media por una decisión miope y arbitraria, en 1998!
Quizás, las carencias de la formación cívica de muchos ciudadanos son responsables que algunos digan que no van a ir a votar, o que otros tengan unas expectativas sobredimensionadas en lo que pueda salir del plebiscito, o que otros piensen que el resultado de esta votación permitirá rápidamente solucionar las causas de los problemas que se manifestaron con el estallido social, o que otros no vean que -en tiempos complejos- el país está invirtiendo muchos recursos en este plebiscito, y muchos más aun en el eventual proceso constituyente.
A pesar del contexto y de la ausencia de formación cívica, esta es una oportunidad de crecimiento democrático, pues tenemos que pronunciarnos acerca de cuál es el Chile que queremos vivir y que así se manifieste la voluntad de la mayoría de los chilenos, y que ésta voluntad mayoritaria sea acogida sin reservas por la minoría de la opción que sea derrotada.
Si gana la opción por el cambio constitucional se iniciará un largo y muy importante proceso de discutir y de llegar a acuerdos acerca del proyecto de sociedad que la mayoría de los chilenos quieren vivir. Probablemente, en esa discusión del proyecto constitucional, no todos quedarán contentos al ver que no se logra aprobar puntos o temas que consideran importantes, o que los acuerdos a los que llega les parecen insuficientes, pero esa es una de las reglas fundamentales de la democracia: el respeto a la voluntad de la mayoría.
Quizás, ha faltado claridad en señalar que los conflictos del estallido social no tienen una solución rápida con el plebiscito, sino que éstos tienen que ver con una discusión acerca del modo en que se va dando forma al modelo de desarrollo del país, y un modelo que permita ir recomponiendo las desgastadas credibilidades de las instituciones y las confianzas rotas.
Pero, aun así -con todos sus límites- es un momento único en la historia del país en que los ciudadanos nos pronunciemos -mirando solidariamente el bien común y con perspectiva de futuro- acerca del tipo de sociedad que queremos ir construyendo. Por eso es importante ir a votar y manifestar la propia opinión en algo que tiene que ver con todos; es una ocasión que fortalece el “nosotros” de nuestro país.
Para los que somos católicos, se trata de vivir lo que la semana pasada nos recordó nuestro obispo de Punta Arenas, Bernardo Bastres en su carta “Somos cristianos y ciudadanos”, llamándonos a votar libremente y cada uno según lo que en conciencia considera que es mejor para el bien de todos, pues así se fortalece la democracia, y los cristianos estamos llamados a dar ejemplo de sentido de responsabilidad y de servicio al bien común. Cada uno debe, pues, votar según la decisión que tome en su conciencia y reconocer sin reservas la opción que obtenga la mayoría.
De esta manera, dice el obispo Bastres, “estamos llamados como cristianos a dar un gran testimonio de amistad cívica en este tiempo que vive el país y que puede ser fuente de paz, de fraternidad y de unión. Con nuestra actitud respetuosa, dialogante, pacífica y responsable, contribuiremos a construir el Reino de Dios en una sociedad donde la persona sea su centro y preocupación”.