Necrológicas

Principios y democracia

Por Carlos Contreras Martes 24 de Noviembre del 2020

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Democracia y democrático son dos de los conceptos que más veces se repiten en los debates políticos y aquellos relacionados con la cosa pública, por ello es sorprendente la cantidad de veces que dichos conceptos, en su esencia, son violentados con decisiones y acciones ejecutadas por aquellos que nos gobiernan y legislan para los ciudadanos.

Entendiendo, en términos muy generales, que la democracia es una forma de gobierno que busca representar a la mayoría que elige a sus representantes, que establece sistemas de control a los mismos (generalmente por medio de la Constitución) y que exige un reconocimiento y respeto de las reglas del juego democrático, es posible afirmar que los diferentes actores pueden dar cuenta de sus principios en el ejercicio de la acción política dentro de un sistema democrático. Al final del día el pueblo o los ciudadanos optarán por aquellos que representan sus principios y ello constituirá mayoría.

El ejercicio de la democracia, por cierto, exige principios claros a los cuales se adhieran y defiendan los hombres y mujeres que serán elegidos para representar a la mayoría, pero también presenta una serie de exigencias que permitan avanzar manteniendo la confianza de los gobernantes: la veracidad en las argumentaciones de los contrincantes; el respeto por las ideas ajenas, aunque no se compartan; la preparación y estudio que todo representante popular debe tener para enfrentar las altas discusiones de los asuntos públicos; el respeto a los mecanismos que el sistema democrático establece para el ejercicio de los gobiernos y la exclusión de las vías de hecho o acciones de violencia como forma de solución de los conflictos.

De este modo, a lo menos en teoría, no debería existir mayores problemas en el ejercicio de un sistema democrático, máxime si en nuestro país hace escasas décadas la clase política nos llevó a la ruptura de la democracia en circunstancias muy dolorosas y que hasta el día de hoy constituyen un agravio al concepto de respeto al ser humano. Pero la realidad, los hechos a los cuales hoy asistimos nos permiten ver, con preocupación, que nuestra democracia está vulnerada y malherida, al punto tal que casi el ochenta por ciento de quienes votaron hace un mes, han mandatado la generación de una nueva Constitución que defina las reglas del juego por medio de actores que sean elegidos expresamente para ello… y esta decisión constituye un mandato claro para cambiar un sistema que no funciona o que, a lo menos, es insuficiente para la gran mayoría de este país.

Lo peligroso es que en aras de los principios se sigue atentando contra nuestro débil sistema por parte de diversos personeros de distintos espectros: cuando se plantea una cuestión de constitucionalidad, por principios, respecto de un retiro que ya se efectuó en una primera oportunidad  en los mismos términos que hoy llevan a discutirlo; cuando se amenaza con interpelar a la calle si la voluntad del Parlamento no es acatada por el Ejecutivo; cuando se atenta contra la verdad afirmando cosas que no son, como cuando se refieren a un segundo retiro que no es tal porque es un préstamo o cuando se estima que el poder popular es la violencia callejera.

Lo triste es que no existe un mínimo de criterio que permita enfrentar esta dura realidad en la cual estamos inmersos haciendo gala de principios democráticos, aunque no podemos desconocer que siempre exista la posibilidad que ello se concrete y para ello es necesario que tanto los gobernantes oficialistas como de oposición se den cuenta que, desde el plebiscito de octubre y su resultado, se encuentran interdictos y con una mínima capacidad de actuación pues los gobernantes ya no tienen el mandato claro que se les entregó hace poco más de dos años y la oposición no representa a todos aquellos que están descontentos, desalentados y decepcionados del gobierno actual y ante esta disminución de su representatividad, sus principios deben ceder para dar paso sólo al ejercicio de la democracia y de las mayorías que se pronuncian en el Parlamento, sin arriesgar nuestra estabilidad con acciones prepotentes o potestativas, de autoridad, cuando se carece de esa representatividad. En palabras sencillas, sólo se debe actuar de modo tal que se proteja a los ciudadanos y el nuevo proceso que se inicia, pues el pueblo habló y fue claro; espero que los destinatarios del mensaje se den cuenta de aquello.

De los principios se podrá discutir al elaborar la nueva Constitución.