Vacunarse o no vacunarse, ¿he ahí el dilema?
Las declaraciones del diputado Fuenzalida acerca de su negativa a vacunarse contra el Covid, no tardaron en provocar críticas de diversos sectores, especialmente del científico debido a la inconveniencia de su mensaje. Por más que ante esta avalancha el honorable intentara rectificar sus dichos, argumentando que sus dudas se fundamentaban en el tiempo de investigación invertido por las farmacéuticas, nos quedará la legítima duda si su cambio se debe a un análisis serio y sincero ante la incerteza de lo expresado, o si el retractarse fue medido por el “populómetro” y la conveniencia de estar en paz con las mayorías. Más que lo uno o lo otro, creo que a la ciudadanía una vez más le preocupa el nivel de preparación de quienes están elegidos para guiar a nuestro país, lo que a estas alturas se encuentra cuestionado en demasiadas áreas.
Aunque existe un amplio consenso en el mundo científico acerca del valor de las vacunas en bien del desarrollo de la humanidad, al punto de afirmar con certeza que si no se hubiesen implementado nuestro avance y progreso como sociedad no serían ni remotamente parecidos al que observamos hoy, desde hace un tiempo ha ido creciendo un movimiento “antivacunas” que exige la libertad de elegir realizar o no esta práctica, lo que trae aparejado de manera intrínseca dilemas morales y éticos como convertirse en un vector de enfermedades al no estar protegido o, lo que es aún más delicado, tomar decisiones de no inmunizar a los hijos.
Uno de los antecedentes que más llaman la atención acerca de este tema fue el artículo escrito por el médico Andrew Wakelfield en 1998, donde advertía la inconveniencia de recibir la vacuna triple vírica contra el sarampión, paperas y rubeola, debido a que causaba autismo. Al investigarse en profundidad, se encontró que los intereses de fondo de Wakelfield eran más cercanos a lo económico que a la salud, que la investigación era fraudulenta y se le expulsó de su país. Pero quedó en algunas personas la desconfianza de cuando la duda, aunque sin fundamentos relevantes, se instala en el funcionamiento de la toma de decisiones, alimentada muchas veces por un dinamismo emocional más que el racional.
Lo cierto es que si bien pueden observarse algunas reacciones adversas en casos específicos, debido a la heterogeneidad de detalles en nuestras conformaciones, las vacunas han demostrado en una gran cantidad de estudios su efectividad al comparar personas que las han utilizado de las que no. Esto se puede comprobar a nivel individual como en grandes poblaciones. Por eso es que varios gobiernos de países desarrollados, por ejemplo Australia, han adoptado políticas de sanciones ante los padres que se nieguen a vacunar a sus hijos, pues entienden que la libertad de elección no es el valor más relevante en una discusión como esta.
Hay un fenómeno interesante que observar, pues al principio las personas que optaban por negarse a recibir vacunas pertenecían a grupos específicos de líneas antisistemas, llevando una vida más aislada, teniendo muchos de ellos altos niveles socioeconómicos. Hoy en día, en algunos sondeos a la comunidad, una cifra importante de personas que tiende a desconfiar de vacunarse pertenece a clases sociales populares y no necesariamente presentan tendencias antisistemas, aunque sean críticos de éstos. Y su desconfianza radica en las instituciones, gobiernos y políticos más que en los científicos, investigadores o agentes de salud. Teorías conspirativas de toda índole parecerían justificar sus aprensiones, aunque al tratar de comprender la integración de estos argumentos, no se encuentra la coherencia deseada.
Por eso, es este día donde ojalá todos recibimos algún regalo, material o espiritual, ojalá que nos regalemos la confianza y responsabilidad necesarias para superar tiempos tan difíciles. Feliz Navidad y bienvenido 2021.