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Balance del año

Por Marcos Buvinic Domingo 3 de Enero del 2021

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Cuando llegamos a esta fecha, estamos acostumbrados a hacer un balance de lo vivido durante al año que termina. Probablemente, al terminar este 2020, muchos balances estarán en números rojos y casi espontáneamente muchos dirán que ha sido un año malo, lleno de problemas y situaciones complicadas que todavía nos tienen a todos en la incertidumbre de lo que está por venir.

Sin duda, ha sido un año difícil y lleno de problemas de todo tipo, pero quisiera proponerles otra mirada que nos permita recoger los frutos de este año. Habitualmente hacemos evaluaciones mirando los resultados de nuestros esfuerzos y proyectos, y por cierto que tenemos que mirar lo que resultó y lo que no resultó, y qué fue lo que hizo posible que algo resultara y que otras cosas fallaran. Pero esa mirada se queda en la cáscara de lo que hemos vivido, y no logra dar cuenta de lo más profundo que ha pasado en la vida de cada uno y de todos, y nos impide recoger los frutos que nos está dejando el año que se va: no son lo mismo los resultados que los frutos. Para entrar en esa “otra mirada” voy a permitirme la libertad de tomar las palabras de Mamerto Menapace, quien es un monje argentino del monasterio de Santa María de los Toldos:

“Mi percepción a medida que envejezco es que no hay años malos. Hay años de fuertes aprendizajes y otros que son como un recreo, pero malos no son. Creo firmemente que la forma en que se debería evaluar un año tendría más que ver con cuánto fuimos capaces de amar, de perdonar, de reír, de aprender cosas nuevas, de haber desafiado nuestros egos y nuestros apegos. Por eso, no debiéramos tenerle miedo al sufrimiento ni al tan temido fracaso, porque ambos son sólo instancias de aprendizaje.

Nos cuesta mucho entender que la vida y el cómo vivirla depende de nosotros, el cómo enganchamos con las cosas que no queremos, depende sólo del cultivo de la voluntad. Si no me gusta la vida que tengo, deberé desarrollar las estrategias para cambiarla, pero está en mi voluntad el poder hacerlo.

‘Ser feliz es una decisión’, no nos olvidemos de eso. Entonces, con estos criterios me preguntaba qué tenía que hacer yo para poder construir un buen año porque todos estamos en el camino de aprender todos los días a ser mejores y de entender que a esta vida vinimos a tres cosas: a aprender a amar, a dejar huella, a ser felices.

Tratemos de crecer en lo espiritual, cualquiera sea la visión de ello. La trascendencia y el darle sentido a lo que hacemos tiene que ver con la inteligencia espiritual. Tratemos de dosificar la tecnología y demos paso a la conversación, a los juegos “antiguos”, a los encuentros familiares, a los encuentros con amigos, dentro de casa. Valoremos la intimidad, el calor y el amor dentro de nuestras familias. Si logramos trabajar en estos puntos y yo me comprometo a intentarlo, habremos decretado ser felices, lo cual no nos exime de los problemas, pero nos hace entender que la única diferencia entre alguien feliz o no, no tiene que ver con los problemas que tengamos sino con la actitud con que enfrentemos lo que nos toca.

Dicen que las alegrías, cuando se comparten, se agrandan; y en cambio, con las penas pasa al revés. Se achican. Tal vez lo que sucede, es que al compartir, lo que se dilata es el corazón. Y un corazón dilatado está mejor capacitado para gozar de las alegrías y mejor defendido para que las penas no nos lastimen por dentro”.

Esas palabras del hermano Mamerto Menapace nos invitan a entrar en esta “otra mirada” para hacer un balance personal y social del año que estamos terminando, así podremos recoger muchos frutos de un año complejo, de emociones fuertes y de aprendizajes significativos: un año que nos permitió valorar más la vida y la salud, que nos permitió cultivar la vida de la familia de un modo renovado y descubrirnos mejor unos a otros, que al hacernos más conscientes de nuestras fragilidades y necesidades nos volvió más humildes y verdaderos, que nos mostró que nadie se salva solo y que con el trabajo colaborativo todos ganamos y nadie pierde, que nos mostró la grandeza de la solidaridad de cada día y también nos mostró que el egoísmo y la indiferencia nos destruyen como sociedad, que nos permitió cultivar de un modo renovado nuestra relación con Dios, y un largo etcétera.

Probablemente, la lista de los frutos que cada uno puede recoger de este año de aprendizajes fuertes sea mucho más larga, y lo más probable es que terminemos nuestro balance del año 2020 con un corazón agradecido, que proclama la certeza de ser amado e impulsa a vivir con renovada esperanza el año que comienza.