Bad Bunny: “No se va a superar nunca el rechazo al reguetón, es como el racismo o la homofobia”
En 2016 trabajaba en un supermercado. Hoy, a sus 26 años, bate récords en la industria musical de la era de las reproducciones y las redes. Asomó como figura del trap y ahora ya es un ídolo pop global. No sabe tocar instrumentos. Tampoco leer partituras. Pero el mundo baila a sus pies.
Un piano viejo y desafinado duerme en una esquina del gran almacén reconvertido en estudio fotográfico. Bad Bunny llega con apenas 10 minutos de retraso a la cita en el este de Los Angeles, cortesías de una ciudad sin tráfico, obra y gracia de la pandemia. Saluda en la distancia, se queda mirando el trasto y yo acaricio las teclas a ver si entra al trapo.
-Yo no lo sé tocar- dice al acercarse.
Benito Antonio Martínez Ocasio (Puerto Rico, 1994), alias Bad Bunny, o sea, Conejo Malo, trabajaba en 2016, hace apenas 4 años, embolsando la compra de los clientes de un supermercado de Vega Baja, una ciudad a media hora de San Juan. En 2017 ya había saltado a la escena internacional y hoy, a los 26 años, ha batido varios récords de la industria musical propia de este siglo. Es el artista global número 1 de 2020 en Spotify, con más de 8.300 millones de reproducciones. Ha ganado el premio al álbum latino del año por “YHLQMDLG” (acrónimo de “Yo hago lo que me da la gana”) en los American Music Awards, y el disco que acaba de sacar del horno, “El último tour del mundo”, ha hecho historia como el primer trabajo completamente en español que debuta en la primera posición de la lista Billboard 200.
Bad Bunny llegó al mercado cantando trap, un subgénero del rap, pero en su coctelera mezcla ritmos del reguetón de su tierra con pizcas de balada pop, de bachata y de rock. A las leyes de la industria las ha desafiado, lanzando una carrera fulgurante sin el amparo de ningún gran sello musical detrás y cantando sólo en su lengua natal. Y a los prejuicios contra la música latina urbana se enfrenta sin ceder un centímetro en la lascivia o lo soez, vehículos que usa para contar historias de barrio, a veces melancólicas, trufadas de pronto de mensajes que reivindican a la mujer o que protestan por la corrupción de Puerto Rico.
Su puesta en escena recuerda a la extravagancia de la Lady Gaga de antaño o a la provocativa ambigüedad de Prince. Igual se enfunda una falda que se pinta las uñas o aparece con unas gafas imposibles. Cuando este año la Sociedad Americana de Compositores, Autores y Editores le concedió el premio a compositor latino de 2020, arreciaron las críticas. Pero el fenómeno Bad Bunny es una apisonadora. Tiene 29 millones de seguidores en Instagram y 30,5 millones de suscriptores en su canal de YouTube. Uno de sus últimos videoclips, “Dákiti”, superó los 350 millones de visualizaciones en mes y medio.
Todo ha sido tan rápido que a veces se le olvida que es rico y se descubre pensando que debe ir al súper. Otras se quiere encerrar en su mundo y no saber de nadie. La mayor parte del tiempo disfruta.
2020, un año apestoso para el mundo, un año de gloria para él.
– ¿Se puede ser Bad Bunny y no estar loco?
– “Algunos días es difícil”, responde sonriendo, “pero no me ha dado tiempo a volverme loco”. “Hace poco que tengo 100% claro en la cabeza lo que he conseguido, quizá hace un año o seis meses; pero hasta entonces, muchas veces se me olvidaba, sentía que era el chamaquito del supermercado. Pasaba algo y decía: ‘¡Diablos!’. Y luego: ‘Ah, no, espera, si yo tengo aquí…”, dice señalándose el bolsillo, el lugar de la billetera.
En un hogar de clase media
Creció en un hogar de clase media, con una madre, profesora de inglés, que hacía de la puntualidad un asunto de Estado, y con un padre, conductor de camión, que le agarraba las zapatillas de deporte que no usaba y, para su desesperación, se las regalaba a otros chicos del barrio. Estudió un par de años de Comunicación en la Universidad de Puerto Rico y lo dejó. En el comercio de Vega Baja se entretenía analizando a la clientela. Pasaban por el negocio familias pobres y familias pudientes, señoras, jóvenes. Allí se formó una idea de lo diferentes que podían llegar a ser las personas, también lo parecidas. Luego corría a pergeñar sus primeros temas con el ordenador. En las fiestas de los garajes del barrio, los ponía a prueba con su voz aniñada y nasal.
Estalla el fenómeno
La bola de nieve empezó a rodar en Instagram, en SoundCloud, en YouTube. DJ Luian lo escuchó y le propuso lanzarse fuera de Puerto Rico bajo el sello independiente Hear This Music. A finales de 2016 alumbró “Soy peor”, un tema trap lento, y se desató la locura. La nueva estrella del rap latino acababa de nacer.
Hoy el mundo lo presenta como un artista pop. ¿El pop ha engullido ya al reguetón y al trap? ¿Lo ha engullido a él? “Sí, sin duda. El pop es lo popular, lo mainstream, así que el trap ya… Y no me refiero sólo al trap latino, me refiero al trap-hip hop de acá de Estados Unidos. La canción número uno es de un trapero. Y en cuanto al género urbano del reguetón, tienes que ser de Puerto Rico o un fanático del género para distinguir un reguetonero de Thalía. Ya todo el mundo incluye ritmo de reguetón en sus canciones”.
Prejuicios insalvables
Ese asalto de la música urbana latina ha sucedido al tiempo que persiste un rechazo -a menudo clasista- hacia el género que ni siquiera Bad Bunny, uno de los mayores exponentes de esta conquista, ve superado. “Y no se va a superar nunca, eso es como el racismo o como la homofobia. Suena feo con cojones, suena horrible, no sé si hoy me levanté negativo”, dice, “pero eso es algo que no va a acabar nunca”. Cuando se le pregunta por los motivos, se explaya: “El reguetón es un género que viene de la calle, del underground, de la gente pobre que no tuvo opciones. A veces, hasta criminales, pero no lo digo de forma despectiva. Gente que salió de la cárcel, o vendían drogas, y al final vio una luz en ese género del reguetón. Muchos pudieron abandonar ese estilo de vida y comprarse casa y carro. Yo creo que de ahí viene ese rechazo”. “Pero a mí no me molesta, que digan lo que quieran, hay un mundo entero bailando las canciones, disfrutando de la vida sin prejuicios”.
Un artista que
nos es músico
“Yo no soy músico. Considero músico a la persona que toca un instrumento musical, yo por tragedias de la vida no toco ninguno, pero no me voy a ir del mundo sin hacerlo”, dice. A Bad Bunny le gustaría aprender a tocar el piano.
– Si no eres músico, ¿cómo te defines?
– Como un artista que ve las cosas de manera diferente y trata de crear su propio mundo.
El fenómeno puede sacar de quicio a otros artistas, como cuando recibió el premio a mejor compositor, pero la tecnología permite hacer música sin conocerla y Bad Bunny es una realidad. “A lo mejor, a mí, en su lugar, también me molestaría, intento no ser rencoroso por eso, pero a la gente no le enseñan cómo procesar los cambios y el mundo es cambiante a diario. No te enseñan desde niño a vivir con algo tan natural como los cambios y mucha gente los teme”, comenta.
El escándalo tiene que ver también con sus letras. En los temas de Bad Bunny hay mucho sexo y muy explícito; a veces transaccional, otras sentimental. “Si tu novio no te mama el culo, pa’ eso que no mame”, apremia en “Safaera”.
“Pude haber dicho ‘todas las veces que hicimos el amor’, pero no es honesto. Yo, si le cuento a un pana amigo mío que extraño a una chica, le digo: ‘Diablos, otra vez me acordé de cuando se lo metí en el parking de allí…’. Así se expresan muchas personas de mi nación. El sexo juega aquí el mismo rol que en cualquier otro género. El bolero siempre estaba dedicado a una mujer y decía, de una forma linda, que se lo quería meter. Y la salsa, el merengue, la bachata…”. ¿Crees que se confunde el deseo lascivo con el machismo? “Muchísimo, y yo vigilo mucho eso en mis letras”.
Es consciente de que una parte de su público necesita escuchar esos mensajes. “Y por eso lo hago, porque sé el alcance que tengo en Latinoamérica. Tengo fans de muchos tipos; fans de la comunidad LGTB y también, estoy seguro, fans homofóbicos. Feministas y machistas. Yo tengo la capacidad de engancharlos con este reguetón y con este vocabulario. Les hablo como hablamos nosotros y les doy un mensaje sin que sientan que les doy un sermón”, razona el artista.
El País