Necrológicas

“Mi maestro el pulpo”

Por La Prensa Austral Domingo 24 de Enero del 2021

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El documental “Mi maestro el pulpo”, que en realidad debería llamarse “Mi maestra pulpo”, es un festín visual y científico que merece verse, pero que plantea al mismo tiempo preguntas éticas profundas. El fotógrafo y cineasta, Craig Foster, bucea durante casi un año cada día al mismo lugar, en la costa del Cabo Occidental de Sudáfrica. En medio de un bosque de algas, Foster se encuentra por primera vez con un espectáculo curiosísimo: una especie de escultura armada de conchas de distintas formas y tamaños, apenas moviéndose en el suelo arenoso. De pronto, las conchas explotan en todas direcciones y una pulpo sale disparada de entre ellas. Foster queda hechizado por la escena y comienza un seguimiento diario, sistemático, de la pequeña cefalópoda. Cuando encuentra su madriguera bajo una gran piedra, se queda afuera, a la espera de que el animal entre en confianza y se le acerque. La pulpo, que no tiene un pie de tonta (dos tercios del cerebro se encuentra distribuido entre sus ocho extremidades), estira sigilosamente un tentáculo que apenas alcanza a tocar a Foster. No hay duda de que ella está tan interesada en investigarlo a él como él está interesado en conocerla a ella. A medida que pasan los días y disminuye la sospecha de que el visitante sea un depredador, la pulpo despliega más de un tentáculo sobre Foster, y en un momento incluso se posa entera sobre su mano, dejándose acariciar como un peluche. El protagonista, que en las noches lee artículos académicos sobre estas intrigantes criaturas, va relatando a través de la película lo inteligentes que son y su increíble capacidad de mímesis, que ocupan tanto para crear estrategias para conseguir comida como para defenderse de sus principales enemigos, los tiburones. En esto el documental se suma a un cuerpo creciente de información sobre los pulpos que, sobre todo en la última década, se han transformado en un objeto favorito de estudio (entre otros, el documental, “El pulpo en mi casa”, muestra la vida de un pulpo en cautiverio en un gran acuario en casa de un biólogo marino; y el libro “Otras mentes: El pulpo y la evolución de la vida inteligente”, del filósofo de la ciencia Peter Godfrey-Smith, se pregunta por el tipo de inteligencia de estos seres que llevan vidas cortas y solitarias, y cuyo último ancestro común con los seres humanos se remonta a 600 millones de años).

Al pasar tantas horas interactuando con ella y con todos los otros habitantes del bosque de algas, Foster se transforma casi en un miembro más de éste, y descubre aspectos de la conducta cefalópoda que permanecían desconocidos para la ciencia—por ejemplo, la estrategia de camuflaje con conchitas descrita al comienzo, y el placer de divertirse, revelado en unas imágenes surrealistas donde la pulpo persigue y juguetea con un cardumen de pececillos. Causa por ello gran perplejidad que, cuando un tiburón acecha con el objetivo de atacar a la maestra pulpo, Foster retroceda en vez de avanzar, pretendiendo “dejar que la naturaleza siga su curso” y “no interferir con el hábitat”. Lo que yo me pregunto es: ¿no es desleal entablar una relación de amistad con alguien y fallarles en el momento en que más necesitan nuestra ayuda? Si ya Foster era una presencia más en el bosque de algas (al que no sólo la pulpo, sino también los otros habitantes) se habían acostumbrado, ¿por qué pensar que era tan sólo un observador “objetivo e imparcial” que no tenía derecho a intervenir defendiendo a su amiga? ¿Lo hizo porque de verdad creía que no era su deber ayudarla, o porque buscaba junto a los directores del documental, Pippa Ehrlich y James Reed, grabar imágenes espectaculares y nunca antes vistas?

No contaré el desenlace de la historia para no arruinarles el suspenso a quienes no la han visto aún, pero me parece importante recalcar este punto. “Proyecto Nim” (2011) cuenta la historia de un chimpancé que vivió sus primeros años como un miembro más de una familia humana, para ser luego puesto en cautiverio el resto de su vida. Al “científico” a cargo del “experimento” no se le pasó por la cabeza que lo que estaba haciendo era moralmente inaceptable: abandono, traición, deslealtad pura y dura. Foster no es científico, y no quiero juzgarlo demasiado duramente, pero creo que su actitud refleja el mismo prejuicio a la hora de relacionarnos con otros animales (a excepción, quizás, de algunas mascotas). Es un prejuicio que limita desde el comienzo nuestra posibilidad de interactuar libremente con ellos: suponemos que son “naturaleza” separada de nosotros y que, incluso cuando nos muestran su faceta de sujetos, debemos continuar tratándolos como objeto (de estudio, de experimentación, de explotación, de uso). Imagino cómo habría sido “Mi maestro el pulpo” si Foster hubiera aceptado su rol activo en dicho ecosistema y hubiera creado una alianza real con su amiga. Por mientras, esta película es un excelente comienzo para gatillar una discusión más profunda sobre la perenne cuestión acerca de nuestro lugar en el mundo y nuestro rol en él.

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Alejandra Mancilla Drpic