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Detención ciudadana: ¿legítima defensa o barbarie gregaria?

Por Eduardo Pino Viernes 5 de Febrero del 2021

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¿Tuvo Ud. acceso a la noticia donde un grupo de personas amarra a un joven de 15 años al que acusaban de apuñalar a un conductor para robar su auto? El hecho sucedió hace unos días en Estación Central, donde a pocas cuadras de haberse perpetrado el delito, los transeúntes desnudaron completamente al adolescente para propinarle una paliza. Mientras se encontraba atado a un poste, el delincuente profería incoherencias y llamaba a Carabineros, mientras era grabado por varios de los espectadores. Detalles como que alguien le arrojó sal a sus heridas dan cuenta del ensañamiento e indignación de la gente.

La violencia del hecho, más aún con la evidencia de los registros audiovisuales que hacen aún más vívida la percepción que se tiene ante esta experiencia, han reflotado un tema que cada cierto tiempo vuelve a la parrilla noticiosa de la opinión pública, referido a la legitimidad que ciudadanos comunes y corrientes asuman acciones “ajusticiadoras” ante conductas antisociales, aunque más bien lo observado tendría que ser calificado como un linchamiento.

Una vez más se divide entre los que condenan drásticamente el hecho aludiendo a la difícil historia y procedencia de los infractores, versus los que justifican el proceder de una ciudadanía harta de un sistema que no responde a su necesidad básica de protección y seguridad, ante sujetos indolentes que se aprovechan de sus eventuales víctimas. En imágenes que muestran el actuar de los delincuentes involucrados en este caso, se muestra la violenta y casi automática acción de apuñalar sin ninguna consideración al conductor del auto en un servicentro, lo que provoca una espontánea sensación de rabia e impotencia en quién observa esta escena.

Pero más allá de eso, se produce un fenómeno interesante de analizar, con algunos aspectos para reflexionar. Los avances tecnológicos nos sensibilizan de una manera distinta que en el pasado, pues antes debíamos ser testigos de un hecho así para asimilar con una mayor conciencia lo ocurrido, pero con la masificación de las cámaras todos podemos tener acceso en cualquier momento a situaciones así, tanto de los delitos como de las detenciones ciudadanas. ¿Recuerda al delincuente mexicano que fue golpeado hasta el hartazgo por los pasajeros en una “pecera” (minibús)? Se hizo mundialmente famoso como tranquilos y sacrificados trabajadores que volvían cansados de sus labores, lograron atrapar a uno de los delincuentes que reiteradamente robaba en estos tipos de transportes. Mientras el otro alcanzó a arrancar, el malogrado “ratero” quedó inconsciente botado en la calle después de haber recibido un ensañado castigo que difícilmente olvidará.

Otro aspecto que se desprende de este acceso a la información, es que en general la gente ya está acostumbrada a juzgar más que a sólo opinar, con una escasa tolerancia a ideas divergentes a la propia. Ante estas detenciones ciudadanas, casi la totalidad de la gente aprueba el actuar de la multitud, y lo que es peor aún, estimula y se regocija ante el denigrante espectáculo. Justifican esto apoyándose en la inhabilidad de las instituciones judiciales formales para hacer su labor y la manipulación de los delincuentes para manejar el sistema a su favor, para en menor medida cuestionar además el resguardo policial. Estamos ante una peligrosa fórmula cuyos reactivos parecen prometer dinámicas cada vez más caóticas, pues la baja credibilidad en las instituciones de una comunidad lleva a los sujetos a construir con mayor fuerza representaciones mentales que justificarían comportamientos irracionales, lo que si más encima son reforzados por la “facilitación social” (imitar acciones debido a que otros las están realizando, pues de manera individual o solitaria un sujeto no las llevaría a cabo), llevan a que personas comunes y corrientes viertan su frustración y emocionalidad negativa en actos que pueden llevar a una desgracia. Eso en tiempos donde el equilibrio emocional se afianza en una precaria salud mental debido al entorno que todos conocemos, podría metafóricamente compararse a jugar con fósforos en un depósito de fuegos artificiales.

Si no abordamos este problema reflexionando acerca del necesario equilibrio entre medidas prácticas que contengan el problema y la imprescindible humanización a considerar, a pesar de todos nuestros avances, cada vez nos iremos acercando al pasado donde la justicia se asumía por la muchedumbre en un espectáculo violento e indigno, pero que parecía dejar a todos conformes.