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Un año conviviendo con el virus

Por Marcos Buvinic Domingo 7 de Marzo del 2021

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Después de un receso en el mes de febrero, volvemos con estos comentarios semanales para ir reflexionando lo que vamos viviendo como comunidad humana en nuestra austral Patagonia.

Esta semana se cumplió un año de cuando fue detectado el primer caso de corona virus en nuestro país, así como en nuestra región. Hace un año que estamos conviviendo con este virus, un visitante inesperado e indeseado que, a pesar de todos los esfuerzos realizados, no logramos erradicar de nuestras vidas. Ahora, con el proceso de vacunación en curso se abre una luz de esperanza.

Ha sido un año complejo y difícil para todos. Una tragedia planetaria expresada en los millones de muertos en todo el mundo, en el dolor de las familias que viven la pérdida de un ser querido a quien no han podido despedir como quisieran, en las dificultades económicas que afectan a todos los niveles del sistema económico y que -como siempre- muestran su rostro más dramático en los más pobres y vulnerables.

En ciertos aspectos, este año ha sido -como dice una canción que escuché hace unos días- “el año en que el tiempo se detuvo”. ¡Cuántos planes y proyectos personales o comunitarios se hicieron humo y cenizas, cuántos propósitos que teníamos para el año que pasó quedaron en nada! Y la verdad es que todavía andamos a tientas, llenos de preguntas acerca de lo que sucederá más adelante.

Pero, también, ha sido un año en que -en medio de los temores e incertidumbres- se desató la creatividad en la búsqueda de soluciones a las situaciones cotidianas, así como en la investigación científica en busca de la vacuna; se manifestaron las diversas capacidades del ser humano frente a la adversidad: colaboración, solidaridad, trabajo silencioso y abnegado del personal sanitario y de tantos oficios que hacen posible la vida de cada día. Para muchos, quisiera pensar que para la mayoría, se hizo verdad en nuestras mentes y en nuestras actitudes eso de que nadie se salva solo, despertando así a un estilo de vida interdependiente, entre nosotros y con el medio ambiente.

En realidad, todos podemos constatar que en el año se manifestó lo mejor y lo peor del ser humano: la responsabilidad de muchos por el bien de todos y la irresponsabilidad egoísta de algunos, la solidaridad de muchos que han trabajado y compartido con otros y el individualismo egoísta de otros, el esfuerzo generoso de muchos trabajadores conscientes de que su tarea es un servicio a los demás y la insensibilidad egoísta de unos cuantos ganapanes y aprovechadores, el servicio de muchos para animar la esperanza de otros y de todos y la inconsciencia de quienes esparcen rumores o noticias falsas.

Los seres humanos hemos quedado desnudos en nuestra vulnerabilidad y al descubierto en nuestra necesidad de cambios y de aprendizajes que nos permitan una vida mejor y más humana para todos, especialmente para los que son más vulnerables. Con la pandemia se ha caído, hecho pedazos, el modelo del ser humano poderoso, dominador y exitoso, y su lugar ha sido ocupado por otro paradigma humano, mucho más real: el ser humano frágil y necesitado que vive en una sociedad con instituciones frágiles, y con representantes institucionales que también son frágiles. Recién estamos aprendiendo a vivir con nuestra fragilidad y desde ella.

De esta manera, el tiempo del aprendizaje no ha terminado; al contrario, cada persona siente -en modos diversos- la necesidad de aprender a vivir y a convivir en un mundo que ha cambiado y que no volverá a ser como era hasta hace un año.

En medio de la compleja situación sanitaria que vivimos, todos sabemos que permanecen como anestesiadas diversas y complejas situaciones sociales y crisis institucionales. Sabemos que viviremos un año muy complejo, con elecciones y con los trabajos para dar curso a una nueva constitución. Quizás, un buen camino para mirar hacia adelante con esperanza y no quedarse viviendo en la añoranza de lo que era ese “antes” -que ya no volverá-, es mirar qué es lo que cada uno ha aprendido a lo largo de este año, qué es lo que a cada uno lo ha hecho mejor persona, qué es lo que cada uno ha aprendido de los demás. Ponerle nombre a los aprendizajes y valorarlos es el primer paso para nuevos aprendizajes y poder avanzar sin volver a tropezar en la misma piedra.