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El peso de la corona

Por Abraham Santibáñez Sábado 13 de Marzo del 2021

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Este no es un año para invertir en acciones de la realeza.

Ya en España la monarquía estaba bastante alicaída cuando en el Reino Unido, vía entrevista en TV, se hicieron evidentes los roces entre el Príncipe Harry y su esposa y el resto de la familia. Hasta se ha hablado de racismo. En Arabia Saudita no han cesado las repercusiones del asesinato, teledirigido desde la casa real, se dice, del periodista Adnan Khashoggi.

Sólo en algunos reinos remotos y pequeños parece no estar amenazada la salud del sistema. Se trata, claro, de monarquías sin gran poder.

La idea de un soberano absoluto es tan antigua como los faraones de Egipto. En nuestra era floreció en Europa siguiendo el ejemplo de Roma y tuvo notables exponentes cuando el viejo continente era el centro del mundo. La historia recoge casos de monarcas crueles y despiadados (Iván el Terrible, por ejemplo); creadores de imperios (Isabel I en Inglaterra y Carlos V); visionarios de alto vuelo (Luis XIV: El Rey sol); patéticos (Maximiliano I, el desafortunado emperador de México), y santos (Luis IX de Francia, canonizado en 1297 por el Papa Bonifacio VIII).

Las ideas de la Revolución francesa (“libertad, igualdad y fraternidad”) más el creciente reconocimiento de la importancia de los derechos humanos, pusieron en jaque la idea misma de la realeza clásica. Hoy los reinos son apenas un puñado en el mundo incluyendo pequeños territorios como Bután o Lesoto y principados como Mónaco. La mayoría son reinos gobernados en forma democrática por representantes elegidos. Como decía Adolphe Thiers en ellos “el rey reina pero no gobierna”.

Ninguno ha estado exento de críticas.

El caso más complejo es el español. Cuando, tras la dictadura franquista, asumió el joven Rey Juan Carlos, los auspicios no eran buenos. Se le veía como el heredero de Francisco Franco. Fue bautizado como el “Rey Campanita”: Tan-ton-tin.

Hace 40 años, sin embargo, Juan Carlos actuó, frente al intento audaz del coronel Tejero con una firmeza inesperada. Tras la ocupación del Palacio de las Cortes, intervino en la televisión defendiendo la democracia:

“La Corona, dijo, símbolo de la permanencia y unidad de la patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum”.

En los años siguientes se ha debatido qué pasó entre bambalinas en esa oportunidad. Pero en ese momento hubo una gran coincidencia: el gesto había salvado la todavía frágil recuperación democrática. 

Aunque otras revelaciones han empañado ferozmente la imagen de Juan Carlos, no se niega la importancia de su gesto en el 23-F,

El caso británico es distinto. La reina Isabel II es la monarca con mayor tiempo en el trono y la más longeva de la historia británica.

Aunque su poder es más que nada simbólico, es jefe de Estado de otras 15 naciones. Ha atravesado por no pocas tormentas, principalmente familiares pero las ha superado. En el caso de Harry y Meghan, igual que cuando murió la Princesa Diana, una sobria declaración suya aquietó los ánimos. Precisó que lamenta “lo difícil que han sido los últimos años para Harry y Meghan”, quienes siempre serán “muy queridos” en la familia,

Pese a la efervescencia de las últimas semanas, parece difícil que se vaya a cambiar el himno británico que dice: ¡Dios salve a la Reina!