Necrológicas

Idiosincrasia nacional

Por Jorge Abasolo Lunes 15 de Marzo del 2021

Compartir esta noticia
92
Visitas

Mañas, debilidades o simples defectos parecen acompañar al chileno desde la cuna. Son tan evidentes que intentar ocultarlos sería como tapar el sol con un dedo o dibujar en el agua.

Estudiosos de todos los pelajes como Alberto Cabero, Alejandro Venegas, Nicolás Palacios, el propio Francisco Antonio Encina, Tancredo Pinochet y más próximos a la época hombres como Benjamín Subercaseaux, Joaquín Edwards  Bello y Pablo Huneeus han sometido a un exigente escáner la idiosincrasia nacional, con resultados dignos de ser analizados.

Un agudo escritor y hasta parlamentario, Jenaro Prieto, gustaba de meter el dedo en la llaga cuando de analizarnos como país se trataba. Y dijo hartas verdades. Entre éstas, que “todos, cual más cual menos, llevamos en el fondo del alma un empleado público”.

Esto tiene varias lecturas. Con alma de empleado público el chileno se adapta a cualquier circunstancia, por tediosa que sea. Uno puede pensar, ¿se adapta o se somete? Buen tema para seguir siendo escarmenado. Otra cara edificante de la mentalidad de empleado público es mirar el entorno como si todos fuesen nuestros pares, como si todos arrastraran la misma cantidad de problemas o el mismo estilo de vida. Es decir, se tiende a juzgar a los demás desde el prisma que se vive…desde el prisma del empleado público. Entre las debilidades está el hecho de que el mundo no termina nunca y los plazos -por vencidos que parezcan- pueden esperar hasta mañana. Ese mañana que nunca llega y que siempre es un tiempo verbal modificable y postergable…para mañana.

Joaquín Edwards Bello, retratista notable de nuestra forma de ser, destacaba entre las lacras la impuntualidad, derivada de nuestra tendencia irrefrenable a la improvisación.

Ser impuntual en Chile ha pasado a ser de defecto a tendencia con trazas de cualidad. Es una forma de demostrar que se tienen muchas cosas que hacer, aunque todos sepamos íntimamente que no es así.

Hasta chistes se han hecho acerca de la impuntualidad chilensis. Lo penoso es que estos chistes han sido extraídos de la más irreverente realidad. Lo escuché allá por la década del 70. A una estación de ferrocarriles de una modesta comuna del sur del país, se acerca a la boletería una señora de avanzada edad para preguntar:

– Señor, ¿sería tan amable de decirme a qué hora pasa el tren a Valdivia de las 5 y media?

A tanto hemos extremado este defecto que cuando alguien llega puntualmente a un compromiso da la impresión de que era lo único que tenía que hacer en el día.

Unido a la impuntualidad, asoma la tendencia del chileno a concordar todo. Es el síndrome del acuerdo que en los politizados tiempos que se viven se llama consenso.

He llegado a pensar que si la Independencia de Chile la hubiésemos tenido que negociar con los españoles, todavía la estaríamos discutiendo.

Tal vez no seríamos país soberano.

Tampoco Colonia dependiente.

Estaríamos entre la categoría de factoría, enclave o “región compartida”.

Así no habríamos quedado bien con los criollos independentistas, pero tampoco mal con los reyes españoles.

Es la política del consenso…