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– Georgina Carlota Ly Alvarez

– José Luis Ampuero Pena

– Ladislav Agustín Yancovic Arbunic

– Cristina María Martínez Cabaña

El uniforme como escudo

Por Abraham Santibáñez Sábado 24 de Abril del 2021

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Es, probablemente, la primera caricatura política publicada en nuestro país. Consiste en un dibujo coloreado de un artista desconocido, que muestra a José de San Martín, de uniforme, montando un burro cuya cara es la de Bernardo O’Higgins quien sólo viste la chaqueta de su uniforme.

Fue sólo el comienzo. En los dos siglos siguientes, la mayor parte de los personajes públicos han sido sometidos a similar tratamiento. En el siglo XX algunos presidentes de la República fueron caricaturizados como animales, aunque más nobles que el asno. Los más conocidos fueron el león (Arturo Alessandri) y el caballo (Carlos Ibáñez). A Pedro Aguirre Cerda lo motejaron como Don Tinto, a Salvador Allende como Bigote Blanco y hasta los integrantes de la Junta Militar sufrieron algún apodo.

Como demostró crudamente la dictadura inaugurada en 1973, el ejercicio humorístico nunca fue gratuito. La Revista Apsi fue perseguida debido a una edición especial de agosto de 1987 en cuya portada aparecía Pinochet convertido en Luis XIV.

La sátira es tan antigua como la civilización.

Desde la antigua Grecia se conocen nombres de autores cuyo recuerdo no se ha borrado. No eran mansas ovejas: usaban la diatriba cuando querían criticar sin piedad la mala conducta del prójimo. Florecieron más tarde en Roma con el mismo propósito de ridiculizar los vicios humanos.

Y, con el aplauso del público y el rechazo de los afectados, este es un género que ha vivido en prácticamente todas las sociedades, incluso las más recatadas. Al gozar del favor popular, casi no hay manera de defenderse.

En Chile el más reciente episodio tuvo un gran eco. En un mensaje público, el Ejército protestó contra un programa de sátira en la televisión. En rápida escalada, se sumaron la Fuerza Aérea, la Marina y el ministro de Defensa.

Como reacción, medios y periodistas expresaron su malestar de diversos modos. Un grupo de 250 profesionales de la comunicación optó por acudir a Pedro Vaca Villarreal en su calidad de Relator Especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Tras resumir la situación, hicieron “un llamado a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, a través de la Relatoría para la Libertad de Expresión, para que tenga a bien realizar una visita in loco a nuestro país, y en subsidio, que requiera del Estado información sobre los hechos denunciados y las medidas que adoptará para reestablecer el pleno ejercicio del derecho a la libertad de expresión”.

Cualquiera sea la suerte de esta petición, tras ella hay un tema de fondo: ¿tiene límites la libertad de expresión?

La respuesta -por lo menos a título personal- es que sí. Todo, libertades incluidas, tiene un límite. Y, aunque el debate es largo y complejo, no cabe duda de que no se puede reír uno de los defectos personales de nadie. Tal vez antes se aceptaba, pero en la medida que ha crecido la conciencia de los derechos humanos, se hace evidente que no se puede hacer burla de alguien que es diferente cualquiera sea su eventual o presunto defecto, físico o síquico.

La esencia de los Derechos Humanos reside en el pleno respeto de la dignidad de las personas.

Pero, claro, no ocurre lo mismo con las instituciones. Menos cuando se suben a un pedestal y se declaran intocables.