Necrológicas

La democracia desnutrida

Por Marcos Buvinic Domingo 23 de Mayo del 2021

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Luego de las elecciones del fin de semana pasado hay muchos festejando victorias, incluso algunas impensadas; también hay muchos lamentando derrotas, también, algunas insospechadas. Abundan los análisis, de todo tipo, y algunos muy buenos, que muestran la reconfiguración de fuerzas, otros que apuntan a la responsabilidad de los políticos y sus partidos que con su “política líquida” cambiaron los proyectos de sociedad por el oportunismo y la rentabilidad; otros que subrayan los intereses e intenciones de los ciudadanos votantes, otros que atisban lo que puede pasar en la convención constituyente o en las próximas elecciones presidenciales. En fin, análisis de todo tipo y para todos los gustos.

Pero, pocos apuntan al grave problema de la baja participación, pues votó sólo el 43% de los ciudadanos habilitados; en el plebiscito de 2020 votó, también apenas, casi el 51% de los votantes potenciales. Un contraste, por ejemplo, es que en la primera vuelta de elecciones presidenciales en Perú, en abril pasado, votó el 70% de los electores.

Pienso que en la bajísima participación en nuestra votación del fin de semana pasado, en unas elecciones que todos califican como decisivas para nuestro futuro, se manifiesta un país derrotado en cuanto pretende ser la obra común de todos sus habitantes. Un país democrático está fallando en algo fundamental cuando es menos de la mitad de sus ciudadanos los que toman las decisiones que nos afectan a todos y casi el 60% de ellos no participa en tamaño acontecimiento histórico. Algo muy importante está fallando cuando ocurre esto.

Es algo que hace recordar las palabras del Señor Jesús cuando -en un contexto muy distinto- dice que “todo reino dividido contra sí mismo queda devastado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no podrá subsistir”.

Es como si en Chile viviéramos en dos niveles, en dos países: uno, que parece el “país real”, donde están los ciudadanos que participan, las instituciones que ordenan el funcionamiento de la sociedad, las autoridades que toman decisiones, etc., y otro nivel, como un subterráneo, donde habita más de la mitad de la población que no participa, no se interesan en hacerlo, y muchos no creen que sirva para algo. En este nivel subterráneo parece no haber ni convicción ni formación democrática; más bien allí pareciera abundar el pensamiento que recordó un amigo, de un rayado que vio en un muro: “si las elecciones cambiaran algo, ya las habrían prohibido”. Cuando, por estas u otras razones, más de la mitad de la población no participa, la democracia está desnutrida y el país está en un serio problema. Cuando más de la mitad de la población del país habita en ese “país subterráneo”, allí el ciudadano se reduce a la categoría de “usuario” o “beneficiario”.

Sin duda, las causas de esta situación son múltiples y complejas, y superan el espacio y el propósito de esta columna, que quiere poner el dedo en la llaga del problema, pues el “país real”, ese del 40 % de los ciudadanos parece seguir funcionando como si nada pasara, y están enfrascados en los nuevos cálculos políticos, en cómo serán las primarias, en decidir quiénes serán los candidatos, etc. Y, ¿cuántos ciudadanos participarán en las próximas elecciones?

Un país democrático está desnutrido cuando más de la población son usuarios o beneficiarios, en lugar de ser reales ciudadanos; ese país ya no es una obra común que se construye en diálogo, participación y colaboración.

La democracia no sólo se muere por la corrupción o por golpes de estado, también se muere por inanición, cuando el pueblo no participa, o cuando esta participación se reduce a una nueva oligarquía. Como decía Humberto Maturana, “la democracia es una obra de arte, del conversar, del equivocarse, del ser capaz de reflexionar sobre lo que se ha hecho de modo que se pueda corregir… La democracia no es un constructo lógico racional, es un modo de convivir que surge del deseo de la convivencia”.

No soy analista político y no tengo otra competencia en estos temas que el hecho de ser un ciudadano que se interesa y participa. Como tal, desearía ver a los que se dedican a estos asuntos preocupados de la debilidad del deseo de convivencia democrática de los ciudadanos. Pienso que todos tendríamos que preguntarnos qué hemos hecho mal, qué nos ha llevado al fracaso de ser un país incapaz de involucrar siquiera a la mitad de sus ciudadanos en una instancia tan decisiva como la masiva elección de autoridades y miembros de la convención que elaborará la nueva constitución, la cual dará forma al estado y configurará los aspectos fundamentales de nuestra vida como sociedad. Parece que crecer en participación democrática, sea en las elecciones como en organizaciones de base, es un serio problema y una urgencia como país.