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El Pelo

Por Jorge Abasolo Lunes 23 de Agosto del 2021

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Hace años que escribo esta columna para mis amigos de Punta Arenas. Ello me ha hecho entrar en confianza con mis lectores, a quienes no conozco pero doy fe que son fieles.

Por eso voy a confesarles algo muy personal. Todo ser humano tiene algo por qué entusiasmarse; y algo que le hace la vida poco llevadera. Es ley de la vida.

Al igual que mi padre, yo no he podido aceptar mi calvicie. Me miro al espejo y me veo más pelado que codo de notario. Esto, que algunos sobrellevan con resignación musulmana, para mí ha sido un calvario. Un amigo mío ya sale muy poco a la calle por la misma razón. Cuando tiene alguna cita con una mujer, se echa sal en los hombros, para que la damisela crea que se trata de caspa. ¡Aberrante y hasta ridículo… pero lo entiendo y lo compadezco!

No somos los únicos. Me cuenta la historia que Pericles (el gran político ateniense) no se sacaba el casco militar ni para dormir. Le daba vergüenza mostrar su calvicie, porque no tenía pelos ni para arreglar un tapón.

Este tema, aparentemente baladí, está incrustado en la historia y hasta colindante con la concupiscencia. Fíjense que en cierta ocasión Cleopatra le regaló a Marco Antonio -que se había quedado calvo- una peluca hecha de sus vellos púbicos, peluca que más tarde fue llevada a Roma. Allí fue usada por algunos emperadores en noches de juerga. (¡digno de Mr.Ripley!)

Fisgoneando en la historia, les puedo contar que los antiguos romanos solían pintarse el pelo cuando quedaban pelados. Parece que este complejo no es propio de cierta época, sino que cruza la historia hasta su más tierna infancia.

Como amante de la historia (jamás el marido) me entero de que los mongoles rara vez pierden el cabello. Lo mismo ocurre con los indios americanos. Es uno de los argumentos esgrimidos por los antropólogos que sostienen que los indios americanos habrían llegado originalmente desde Mongolia.

Una gran amiga mía (la única que tengo) me confesó una vez que así como el pánico de nosotros los machos es perder el cabello, para ellas lo más ominoso es perder pelos de las cejas. Curioso, ¿verdad? Esto puede explicar el caso de la actriz Lana Turner. ¿La recuerdan?  Yo tampoco, pero era una de las preferidas de mi padre. El caso es que la Turner tuvo que representar el papel de una ama de llaves en la película “Las aventuras de Marco Polo”, en 1937. Los encargados del maquillaje le rasuraron las cejas durante todo el tiempo que duró la filmación, sustituyéndolas por unas falsas, casi oblicuas. Como resultado, sus cejas no volvieron a crecer jamás, y de ahí en adelante…y hasta su muerte, tuvo que dibujárselas o añadir postizos de pelo.

Si nos vamos al cine, les puedo decir que el actor Humphrey Bogart -cuando no llevaba un peluquín- se cubría la cabeza con un sombrero de medio lado, de manera que no se notara que estaba quedando pelado.

Y termino con algo muy personal. Yo me empecé a dar cuenta que me estaba quedando calvo cuando comencé a tomarme demasiado tiempo para lavarme la cara. Fue el comienzo de una pena casi patológica.

Dios se apiade de los pelados…y de las mujeres con pocas cejas.