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El mal espíritu de los talibanes y el buen espíritu de Dios

Por Marcos Buvinic Domingo 5 de Septiembre del 2021

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Contemplamos horrorizados lo que ocurre en Afganistán al caer ese país en manos de la milicia extremista llamada “talibán”, la cual tiene una ideología político religiosa que distorsiona la fe de los musulmanes hacia un fanatismo sectario que persigue cualquier forma de oposición a sus posturas, y que priva a las mujeres de todos sus derechos, sometiéndolas a un poder masculino opresor.

En realidad, lo que nosotros vemos en las imágenes de televisión, no es nada al lado del drama que viven los miles de personas que intentan subir a un avión para huir, así como lo que viven las mujeres y niñas que son privadas de sus derechos y excluidas de la vida de la sociedad y en un país que azotado por la violencia.

Los vientos de autoritarismo e intolerancia, de rigidez e intransigencia, de violencia y desprecio a la mujer no sólo soplan en Afganistán; en realidad, también soplan entre nosotros y ya estaban instalados desde antes que nos enteráramos de la existencia de la milicia de los talibanes.

Porque sucede que el mal espíritu que habita a los talibanes también está presente en toda persona o grupo de cualquier ideología o confesión religiosa que se considera poseedor de la verdad y pretende imponerla a los demás, al tiempo que rechaza o persigue cualquier tipo de disidencia. A lo largo de la historia hay un largo contubernio entre los talibanes y los rigoristas de todos los tiempos, de todas las ideologías y partidos políticos, de todas las religiones, de todas las instituciones y de todas las razas y culturas. Son los intransigentes de cualquier color ideológico o confesión religiosa que no dejan vivir en paz a los que no se someten a sus dictados.

Pero, el mal espíritu de los talibanes también está presente en los machistas de todos los tiempos; esos que en sus casas golpean la mesa y dicen “aquí se hace lo yo digo” y hacen de la violencia familiar su modo de convivencia; también en las empresas que pagan sueldos inferiores a las mujeres, en las iglesias que niegan a las mujeres el acceso a los ministerios ordenados o a las instancias en que se toman decisiones.

De la misma manera, el mal espíritu de los talibanes se infiltra en el mundo de la política, en las intransigencias ideológicas, en los rigorismos moralizantes, en la parodia de esos diálogos que tienen la descalificación de los que piensan distinto como argumento corriente.  Así, termina por nublarse la razón y ya no hay acogida ni escucha al otro, lo diverso se considera enemigo de la verdad y, por tanto, no se valora ni se respeta la diversidad. Entonces sucede que, personas que se consideran inteligentes, olvidan aquello de que “la verdad es sinfónica” y nunca un sonido monocorde que sea el eco totalitario de la propia voz.

El mal espíritu de los talibanes tiene su culminación en el carácter absoluto de sus dictados “en nombre de Dios” -así dicen los talibanes afganos-, pero entre nosotros hay quienes dan el mismo carácter absoluto a sus posturas “en nombre de la civilización occidental”, o “en nombre del pueblo”, o “en nombre de los valores tradicionales”, o “en nombre de la causa”, etc.

Por otra parte, si hay algo que la fe cristiana tiene claro -aunque no siempre sus seguidores o sus instituciones lo vivan- es que Dios no es rígido ni intransigente. Todo lo contrario, el Dios que se ha revelado en el Señor Jesús es una total condescendencia y misericordia con el ser humano pecador. El Evangelio es una llamada a la libertad: “si quieres seguirme…” dice el Señor Jesús, el cual nunca impone nada ni obliga a nadie, sino que invita y ofrece un camino de vida que potencia la libertad de cada persona.

La rigidez y la intransigencia no vienen de Dios; más bien, uno de los dones del Espíritu Santo es la fortaleza, no la rigidez intransigente, la cual viene a sostener nuestra fragilidad y da vigor espiritual para vivir coherentemente el Evangelio y perseverar en la búsqueda del bien, la verdad y la justicia. Por eso, la Iglesia, en una hermosa oración que repite desde hace más de mil años, pide al Espíritu de Dios que venga a “doblar lo que está rígido”. Le pedimos al Espíritu Santo que se haga presente en nuestro mundo, en nuestra sociedad, en nuestra Iglesia y en nuestras familias, con su acción que “lava lo que está manchado, riega lo que está árido, sana lo que está herido, dobla lo que está rígido, calienta lo que está frío, endereza lo que está torcido”.

Un dato de experiencia que está al alcance de todos es que cuando el buen Espíritu de Dios está presente se nota, y cuando se le ha abierto la puerta a otros espíritus también se nota. Por eso, en nuestra vida y en nuestro mundo, el don del Espíritu de Dios es un tesoro que hay que desear, pedir, cultivar y manifestar sus frutos, porque tener el buen Espíritu de Dios es todo.