Necrológicas

El Mundial del 62

Por Jorge Abasolo Lunes 25 de Octubre del 2021
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ue el Campeonato Mundial de las cosas hechas a la rápida o…a la chilena..

Fue el torneo de la improvisación y lo pudimos palpar justo en el partido inaugural entre Chile y Suiza.

El día era luminoso, como preludio para una gran fiesta del peloteo mundial. Se izan las banderas por los cadetes de la Escuela Militar Carlos y Pablo Dittborn. Los jóvenes contienen las lágrimas, pues meses antes ha dejado esta tierra su padre, Carlos Dittborn, uno de los mosqueteros que permitió que el Mundial de la pelota se hiciera en Chile. Tres secciones de cadetes marchan de forma rutilante por un lapso de 20 minutos. Al mando de una de ellas va el entonces teniente y futuro vicecomandante en jefe del Ejército, Guillermo Garín: “Para nosotros fue bastante impactante entrar al estadio, porque estaba lleno y pronto iba a comenzar un espectáculo de jerarquía mundial”.

En los camarines, Fernando Riera da las últimas instrucciones a los jugadores chilenos. Hay nerviosismo…o una tensa calma, como diría ahora el periodismo nacional.

Donde no hay calma ninguna es en el camarín de los jueces del encuentro. El señor árbitro, el flemático inglés Kenneth Aston, se pasea nervioso preguntando a cada rato: “¿Dónde está la pelota? ¿Dónde está la pelota?”

El estadio ruge y la banda de guerra de la Escuela Militar procede a retirarse del campo de juego. Los equipos salen a la cancha pero Mr. Aston no asoma y está al borde de la histeria. Y sigue preguntando por la esquiva pelota, que no aparece por ninguna parte.

Parece increíble pero así es. Seis años de lucha para conseguir la sede del balompié mundial, miles de kilómetros de viaje, reuniones maratónicas, kilos de papeles y documentos, memos por doquier, informes múltiples, millones de pesos en gastos, comités, comisiones y subcomisiones, inspectores, delegados, gerentes, subgerentes, conferencias de  prensa, discursos varios…todo para que el Mundial de Chile no cuente -a la hora de los quiubos- con el elemento vital, el adminículo insustituible hasta en la más proletaria y humilde de las canchas de barrio: su majestad, el balompié.

¿Y dónde está la mentada pelotita?

Digno de Ripley…está en la casa de Aquiles Cáceres, apodado “El Corneta”, el asistente encargado de los menesteres menores de la sede de Santiago, el que se ocupa de esos detalles que suelen pasar inadvertidos. Luego de semanas de observaciones por los problemas con los balones, de las mediciones y los pesajes de los inspectores de la Fifa, Cáceres se ha llevado los balones para su casa, para que estén a buen recaudo.

El juez Aston dice que por ningún motivo el partido se retrasa y ordena jugar con una pelota de reemplazo. O sea, una de entrenamiento, medio descascarada y con menos brillo que un zapato de gamuza.

Con una pelota que tiene varios partidos y golpes a su haber, Mr. Aston da el pitazo inicial, siendo las 3 de la tarde con 5 minutos de aquel memorable 30 de mayo de 1962.

En medio del desconcierto, Eduardo Gordon -a la sazón capitán de Carabineros y futuro presidente/interventor del peloteo nacional- tiene una astuta idea para no prolongar el bochorno. Toma un radiopatrullas y, con la sirena a todo volumen, parte a máxima velocidad a casa de don Aquiles (El Corneta) en procura de las pelotas nuevas.

Gordon regresa al estadio a las 15,45 horas. Cuando ya se habían jugado 39 minutos del primer tiempo se pudo llevar a cabo el cambio de balón.

Cosas poco sabidas del mítico Mundial del 62, ejemplo de unidad, coraje, euforia… e improvisación.