Aprovechar las lecciones
Llega a su fin la más insólita campaña electoral de la historia: no está en Chile un candidato que aseguró una y otra vez que venía; no todos los contendores aprobaron en primarias porque algunos salieron de la boleta en forma inesperada mientras otros entraban por una vía alternativa. Los programas de gobierno se han ido revisando sobre la marcha y las eventuales alianzas para a segunda vuelta son imprevisibles.
Y hay más. Entremedio se aprobó en la Cámara de Diputados una acusación constitucional contra el Presidente de la República. Fue en un ambiente esotérico, término que el diccionario define como algo “impenetrable o de difícil acceso para la mente”. No hay otra manera de calificarlo después de la desconcertante oración del diputado Florcita Alarcón: “De lo alto de las galaxias bajan estrellas muy brillantes, hacia la mente de nuestro pueblo, trata de ver esa luz adentro de tus ojos”.
El telón de fondo de esta mezcla de drama, comedia y política sigue siendo la pandemia del Covid.19. Aunque ha contagiado a tres candidatos a la Presidencia de la República, no se sabe cómo influirá en la votación. Fueron meses de encierro a los que hay que sumar los excesos de las redes sociales que nadie puede medir.
Para empeorar las cosas, hay situaciones que no dan tregua. En el norte la crisis de los inmigrantes tuvo un estallido lamentable y, en La Araucanía, el gobierno se ha jugado por su inflamatoria tesis de que la única manera de traer la calma es recurriendo a las Fuerzas Armadas.
No es por cierto el mejor escenario.
Pero es el resultado de un largo periodo, mucho más allá de los “30 años” de la protesta. El proyecto económico y social que impuso la dictadura aseguró excelentes cifras macro-económicas, pero -como en todo el mundo- abrió la puerta a la desigualdad, a la corrupción y al abuso. Civiles prepotentes (“este pedazo de lago es mío”) y empresas coludidas mostraron lo peor del “modelo”, dejando en claro que la sociedad de consumo exige controles permanentes. Al no haberlos, el virus nos contagió a todos. Es preocupante, por ejemplo, que en la policía y en las Fuerzas Armadas haya sido necesario llevar a la justicia al mismo tiempo a los altos mandos y a miembros de la tropa. Unos por enriquecimiento ilícito; otros por abusos sexuales o violaciones de los derechos humanos.
El estallido social nos obligó, a sangre y fuego, a mirar nuestra realidad sin filtros de color. La consecuencia positiva fue la búsqueda de solución de las deudas históricas acumuladas.
El acuerdo mayoritario para poner en marcha una nueva Constitución fue el primer paso. Pero, como no se puede paralizar la marcha del país, está pendiente tarea de conciliar la construcción del futuro con la realidad de día a día.
No es una tarea fácil. Las grandes lecciones que nos dejó el estallido social parecen no haber sido asimiladas. La construcción de un nuevo acuerdo nacional como el que nos permitió salir de la dictadura hace 30 años, está en riesgo de perderse. La causa puede ser la falta de liderazgos, la tentación populista o la irresponsabilidad de quienes han contraído una nueva versión de la “enfermedad infantil” del comunismo, como la describió Lenin hace un siglo.
Conviene recordarlo a la hora de votar.