La fuerza de una convocatoria
Es impresionante el empeño de los candidatos presidenciales en la campaña por convocar votantes para sus candidaturas, y está bien que así sea, porque tienen que convencer a muchos que sus propuestas son las más adecuadas y que ellos mismos y sus equipos son confiables para conducir el país e influir en la vida de todos.
A partir de este tremendo esfuerzo de convocatoria que significa la campaña presidencial, con el despliegue publicitario y sus costos económicos, quisiera presentar -por contraste- la fuerza de otra convocatoria que tiene más que ver con los ríos subterráneos que recorren y alimentan la vida de las personas y de los pueblos. Me refiero al fenómeno religioso, en general, pero en particular a lo que se nos hace presente cada año el 8 de diciembre, en la fiesta católica de la Inmaculada Concepción de María. Es un buen momento para mirar este fenómeno, pues la elaboración de la nueva Constitución tendrá, entre muchos otros temas, que pronunciarse sobre el lugar de las religiones en nuestro orden jurídico fundamental.
Resulta que este miércoles, 8 de diciembre, es un día especial, es un feriado en virtud de una fiesta religiosa católica. En nuestra sociedad plural, para muchas personas resulta un misterio la razón de este feriado, sólo se quedan con que es una fiesta católica de la Virgen María; no se preguntan mucho al respecto, porque o no les interesa, o porque nunca viene mal un feriado en esta época del año.
En esta fiesta religiosa, fijémonos en algo que frecuentemente se pasa por alto. Sucede que, en Chile, no hay ningún otro acontecimiento que congregue a tanta gente como esta celebración de la Madre del Señor Jesús. En los tiempos anteriores a la actual pandemia, en este día se reunían algo más de tres millones de personas que peregrinaban a diversos santuarios marianos a lo largo del país. Sólo al Santuario de la Purísima de Lo Vásquez, en Valparaíso, llegaba cerca de un millón de personas, y vamos sumando el Cerro San Cristóbal en Santiago, el Cerro de la Virgen en Concepción, en Talca, en Osorno, y un largo etcétera.
Podemos, entonces, darnos cuenta que en nuestro país nadie convoca tanta gente como esa fiesta religiosa que celebra las maravillas que Dios ha hecho en María, la Madre del Señor Jesús. No hay ningún acontecimiento en Chile, sea político, artístico, musical, deportivo, o de cualquier otro tipo que convoque, haga peregrinar y reúna a tanta gente. Y todo esto ocurre sin campañas publicitarias y sin empresas productoras de eventos, sino que solamente apoyado en la fe de los cristianos que confían en el Señor Jesús y en su Madre.
Esta festividad religiosa celebra a María como una mujer “llena de gracia”, es decir, llena de la presencia del amor de Dios y, así, muestra la grandeza del ser humano a quien Dios ha capacitado para acoger y reflejar el amor de Dios en la donación a los demás. María no es un ser extraterrestre, sino una persona humana exactamente igual a cada uno de nosotros, que se manifestó siempre disponible en su capacidad de entrega: “hágase en mí según tu palabra”, dice María ante el llamado que Dios le hace, y así se despliega en ella toda la fuerza del amor divino.
Además de este significado propio de la fiesta, en ella se manifiesta la presencia de lo religioso como una realidad que pertenece a la cultura en que vivimos; por eso, el fenómeno religioso es algo que tiene que ver todos, seamos creyentes o no, nos sintamos pertenecientes a alguna religión o no. De hecho, hay personas que no son creyentes, que niegan la presencia de Dios y de un sentido último y trascendente del ser humano y de toda la realidad, pero para nadie es posible negar la existencia del fenómeno religioso y de su fuerza movilizadora en la vida de las personas y de los pueblos, así como en la configuración de su cultura.
Por eso, manteniendo firme el principio de la ausencia de una religión oficial y la separación de relaciones políticas entre las iglesias y religiones con el estado, éste no puede ignorar el fenómeno religioso y las búsquedas espirituales que animan la vida de las personas y de los pueblos. Es allí donde la nueva Constitución tendrá que señalar el lugar de las religiones en la vida de nuestro país, de manera que -como ha señalado- el teólogo Joaquín Silva: “el reconocimiento constitucional de la religión es el reconocimiento de la persona humana en su integridad, es el reconocimiento de la cultura e identidad de los pueblos, es el reconocimiento de la trascendencia que habita en la esperanza, la justicia y la verdad”.