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Nuestra lengua

Por Jorge Abasolo Lunes 7 de Marzo del 2022

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Es penoso constatarlo y más penoso aún reconocerlo: de las 80 mil palabras del diccionario, el chileno medio emplea entre 600 a 800.

Más alarmante aún es constatar que el 70 por ciento de las palabras que utilizan nuestros jóvenes para comunicarse son informales.

El conocido profesor Banderas me contaba en medio de un seminario al que fui invitado, que en la actualidad las nanas peruanas que llegan al país tienen un vocabulario más amplio que las patronas que las contratan.

¡Qué manera tan absurda de farrearnos un idioma más completo que el inglés para comunicar afectos, sentimientos y estado de ánimo.

A ello debemos agregar los anglicismos, tan en boga para llamar la atención o simplemente como un lance de arribismo.

En vez de hablar de un fenómeno, hoy le da más cachet decir freak.

Al conocimiento práctico en las empresas hoy se le denomina know-how, al computador portátil le llamamos notebook y a la comida rápida hay que denominarla fast food. De lo contrario, usted puede quedar out.

Todo ello sin considerar que el coche cama es un pullman y al centro comercial hay que llamarlo mall o schopping.

Ejemplos hay muchos.

Partamos por aclarar que son 18 los países donde la lengua oficial única es el español y que los 450 millones de hispanoparlantes que somos en el mundo equivalen al 5,7 por ciento de la población mundial.

El hecho que aprender inglés es más fácil que aprender castellano algo nos dice.

En japonés no es posible referirse a uno mismo de manera directa. Por razones gramaticales es imposible empezar una frase diciendo “yo”.

En inglés no existe la forma “se rompió” (it broke), que es lo que a nosotros nos sale más naturalmente.

Ahora, la importancia del entorno juega un papel relevante a la hora de hablar del idioma. Por ejemplo, en la cultura esquimal se pueden distinguir más de cien nombres distintos para llamar a lo que nosotros llamamos nieve.

Se entiende.

Con esa lógica, nosotros podríamos ampliar en mucho los distintos tipos de coimas y variantes de corrupción. En este sentido, admito que los que hablamos español nos estamos quedando cortos ante la andanada de pillerías, maulas, trampas, bribonadas y todo aquello que tenga que ver con hacer un dribbing a la legalidad.

En cierto que un pueblo africano que vive en una zona muy densa de la selva tiene solamente dos palabras para los colores. Llaman “ma” al verde y “sa” a todo lo que no es verde.

Tal vez todo esto se reduzca a una cuestión de cultura. Puede ser…

En estos convulsos tiempos y con la introducción de la informática estamos asistiendo a una revolución comparable a la que provocó la invención de la imprenta, es decir, la posibilidad de más conocimientos accesibles a una mayor cantidad de personas.

Ahora bien, ¿significó la imprenta el fin de la cultura?

¡Claro que sí, pero aclaremos! Significó el fin de la cultura medieval, tal como se la entendía en esa época: cultura como recopilación.

Las cosas han cambiado mucho, pero la alarma es la misma.

El peligro estriba en que el lenguaje es la forma del pensamiento, y si perdemos lenguaje, por ende, perdemos nuestra calidad de pensar.

Adicionalmente, el 70 por ciento de los chilenos se forma su opinión acerca de lo que pasa en el país y en el mundo a través de la televisión.

Es su principal fuente de información.

El peligro queda de manifiesto, pues la imagen de la TV no obliga al raciocinio.

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