El espacio público
En tiempos del individualismo y del empoderamiento de sólo “mis ideas”, parece necesario definir o redefinir qué entendemos por espacio público o lo que es público. En una primera aproximación lo público es lo que pertenece a todos y a ninguno en particular. También es aquello que pertenece a toda la sociedad y es común del pueblo. El término se deriva del latín publicus, y en tiempos turbulentos e inciertos se hace necesario pensar en lo público, y dejar de pensar tanto en primera persona singular.
Desde hace un buen tiempo hemos visto como el espacio público se ha ido deteriorando, y como lo que nos pertenece a todos, hoy sólo algunos hacen uso a plenitud del espacio sin pensar si con su uso se afecta o no a otro integrante de la sociedad. Cuando algunos ponen roncadores en sus vehículos incrementan el ruido de la ciudad. Si lo hacen utilizando las vías “públicas” con sus carreras introducen riesgos para otros que utilizan las calles, y además a altas horas interrumpen el descanso de muchas personas. En este ejemplo, unos pocos que se creen herederos de la película “Rápidos y Furiosos”, pero en mi opinión son sólo unos prepotentes, se han adueñado de algo que nos pertenece a todos, y en forma impune siguen haciendo lo que quieren.
Lo mismo ocurre cuando choferes de vehículos se estacionan en veredas o lugares destinados para personas con alguna discapacidad, o cuando en un estacionamiento ocupan más de un lugar. Aquí también se observa prepotencia.
Cuando hay manifestaciones y en ellas se daña el mobiliario y la infraestructura pública, la libertad de opinión, que no tiene por qué manifestarse físicamente, se confunde con abuso y también prepotencia, pues el mensaje se termina ensuciando con violencia, y con ello pierde fuerza, credibilidad y adhesión (que es lo que se supone que se busca con externalizar o visibilizar la causa). Algunos y algunas han hecho un emblema de “valentía y coraje” el destruir lo que es de todos, con una falsa excusa de sentirse excluidos o marginados. Lo que somos como país es obra de millones de personas que no están con nosotros. Lo que tenemos como país les pertenece incluso a quienes aun no están por nacer. En definitiva, nada de lo público nos pertenece más que a otros, por ello el mínimo común es respetar el derecho de otro ciudadano o ciudadana.
Cuando para utilizar el espacio público no se respetan las leyes ni reglamentaciones se va corriendo el cerco de la tolerancia y la impunidad. El abuso se impone y con ello se deteriora la convivencia. Duele e inquieta ver cómo estamos viviendo en un ambiente dañado por la desconfianza y el individualismo, que mata el concepto y la forma de ser parte de una comunidad.
En estos días, la ofuscación, la frustración, el adjetivo calificativo sale fácil y generalmente con algo de injusticia. No se piensa en el receptor, ya que parece sólo importar el emisor del mensaje (basta ver las redes sociales, que de sociales tienen muy poco). Una vez más el individualismo impera campante y en forma abundante para hacer florecer las mejores formas para dañar la fe pública y la convivencia.
La Convención Constituyente está en una fase trascendente, donde lo privado y lo público y su ámbito de acción se discute lamentablemente en forma poco visible. Es necesario darse el tiempo, escuchar o leer lo que está sucediendo, porque de no hacerlo corremos el riesgo de seguir divididos por mucho tiempo, lo cual no es un buen presagio para tiempos donde ante todo necesitamos estar unidos para salir de la crisis social, política, económica y ambiental más severa que hemos tenido en nuestra historia como país. Tiempos mejores requieren mejores personas, y una sociedad sana debe volver a respetar el sentido de lo público.