Un Trabajo Decente y Bien Hecho
Este Domingo, 1° de Mayo, contemplamos el trabajo como un compañero inseparable de nuestra vida. No sólo nos pasamos trabajando la vida entera, sino que también cuando descansamos o vacacionamos miramos, con diversos niveles de agrado y gratitud, la tarea realizada y reponemos fuerzas para la tarea que nos espera. También, cuando ya somos pensionados, a pesar de las escuálidas pensiones, agradecemos toda una vida de trabajo y asumimos nuevas tareas a la medida de nuestra edad y salud. Lo mismo ocurre en el plano de la construcción social del país, ¡siempre hay tanto trabajo por hacer!
Esta permanente relación al trabajo, no siempre es un proceso placentero y pacífico, sino un caminar lleno de fatigas y de luchas, incluso frustraciones, y en medio de todo -una y otra vez- mucha esperanza: la esperanza de lo que podremos hacer y lo que podremos lograr, la esperanza de colmar un poco más la medida de lo mucho que hay por hacer.
Lo que pasa es que en el trabajo está en juego algo muy profundo de nosotros mismos, algo que está más allá del hecho -ya muy importante- de ganarnos el sustento diario; está en juego la necesidad de sentirnos útiles para nosotros mismos y para otros, que servimos para algo, que somos capaces de hacerlo y hacerlo bien.
En el trabajo que realizamos está en juego algo fundamental, algo que tiene que ver con el sentido de la vida. Porque con su inteligencia y con sus manos en el trabajo de cada día, el ser humano comparte la actividad de Dios en este mundo, que nos ha dejado el cuidado y desarrollo de la creación como tarea. Con nuestro trabajo somos colaboradores en la obra del Creador, ¡y hay tanto trabajo por hacer para que nuestra vida y nuestro mundo sea según el plan del Creador!
Por eso, la dignidad del trabajo no está en el simple hecho de tener una “pega”. Para que el trabajo sea humano y humanizador debe ser decente, digno, económica¬mente reconocido y socialmente valorado. Un trabajador o un pensionado con salarios indignos, que perpetúan la injusta pobreza de los pobres, es una trágica ironía, como la de los campos de concentración nazis, que en la entrada escribían “el trabajo hace libres”.
La doctrina social católica insiste en la prioridad del trabajo sobre el capital, pues en el trabajo se juega la dignidad de cada persona y no la mera ganancia de quienes detentan el capital. La dignificación de cada hombre y mujer trabajadora (¡y de los pensionados!) es uno de los mayores deberes de justicia y un camino de humanización para la vida de nuestra sociedad, tan injusta, tan violenta.
También, en esta clave de un trabajo humano y humanizador, de un trabajo digno y bien hecho, es que valoramos la importante tarea de la Convención Constitucional; la cual recibió un mandato de la ciudadanía para hacer un trabajo bien hecho en beneficio de todos, que dignifique y unifique a todos los ciudadanos en la construcción social del país. ¡Qué importante es que no se convierta en una pega mal hecha!
Por último, en el 1° de Mayo, Día del Trabajo y de los Trabajadores, también damos gracias a Dios por su trabajo: la obra creadora de cada día y nuestras vidas, y lo hacemos recordando las palabras del Señor Jesús, el Carpintero de Nazaret, que nos dice: “mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo siempre”. El Señor Jesús nos señala que hay tanto trabajo por hacer para que nuestro mundo, nuestra vida personal, familiar y social, sea la obra maravillosa que el Creador confió a nuestras manos.