Premio “Luis Oyarzún”: ética y ciencias
Ricardo Rozzi,
académico Universidad de Magallanes y North Texas. Director del Centro
Internacional Cabo de Hornos
Con una visión de futuro es oportuno recordar al pensador Luis Oyarzún. Coetáneo del poeta Nicanor Parra y del filósofo Jorge Millas, falleció prematuramente a los 52 años de edad en 1972, pero llegó a ser uno de los precursores del pensamiento ambiental latinoamericano. En su obra póstuma, En Defensa de la Tierra, publicada en mayo de 1973, nos exhortaba escribiendo:
“¿No debemos ser todos custodios del chagual y de la araucaria, siervos franciscanos de la centáurea silvestre, cuidadores del maitén, protectores del coigüe y del alerce? Solo así podremos ser dignos de este reino de belleza y de vida que echamos a perder todos los días.”
Este texto de Oyarzún es consistente con mi enfoque de la ética biocultural en que he recalcado que origen de la palabra ética proviene del griego ethos, que en su génesis significaba madriguera, es decir un hábitat protegido. Una zorra cuida a sus cachorros en una madriguera, los queltehues cuidan el nido y cuando se acerca el peligro empiezan a gritar o distraen. Los seres humanos, otros mamíferos, las aves y también los invertebrados dan su vida por su progenie y el cuidado de sus madrigueras y el hábitat donde se encuentran. En Defensa de la Tierra, Luis Oyarzún pone también un acento en el cuidado del hábitat.
Yo he propuesto el término co-habitante en un sentido análogo al concepto de compañera o compañero, que en su origen aludía a compartir el pan (del latín, cum = con; panis = pan). La comprensión de que compartimos los hábitats con vertebrados, invertebrados y una multitud de otros seres vivos y ecológicos (tales como los ríos, las montañas, las rocas o los océanos), tiene implicaciones ontológicas, epistemológicas y éticas. Ontológicas, porque los seres humanos y no-humanos no existimos como seres individuales aislados, sino que existimos en interrelaciones de co-habitación. Epistemológicas, porque para comprender a los seres humanos y otros animales es necesario considerar las relaciones de co-habitación que fraguan sus identidades y bienestar. Eticas, porque los seres humanos compartimos un hábitat común, la biosfera, que debemos cuidar para el bienestar de todos los animales. Esto demanda cultivar hábitos de vida que recuperen la conciencia de estar co-habitando con miríadas de seres vivos, la mayoría de los cuales pasan desapercibidos para los ciudadanos; en particular, pequeños organismos con sorprendentes historias de vida, morfologías y papeles ecológicos que son críticos para la salud de los humanos y los ecosistemas.
El concepto de cohabitante converge con el pensamiento de Oyarzún. Esta visión animó la ceremonia de premiación “Luis Oyarzún” con que me honró la Universidad Austral de Chile, acto celebrado el Día de la Tierra del pasado 22 de abril. El rector de la Universidad Austral de Chile, Hans Richter, resaltó este premio que celebra un legado que reconoce a quienes a través de las artes, la ciencia, las humanidades han hecho contribuciones destacadas para el logro de relaciones armónicas entre los seres humanos y la naturaleza. El vicerrector de Investigación y Postgrado de la Universidad de Magallanes, Andrés Mansilla, subrayó otro aspecto fundamental: la colaboración entre las universidades de Chile. En mi agradecimiento a esta premiación ofrecí una reflexión acerca de una ciencia futura, que es impulsada hoy por el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación en Chile.
Es esencial que la ciencia del futuro integre las humanidades para abordar las dimensiones epistemológicas, ontológicas y éticas de los complejos problemas socioambientales actuales. Epistemológicamente las ciencias reconocen hoy que son mitad descubrimiento y mitad creación; es decir, las ciencias y las artes van juntas. Ontológicamente, las ciencias nos remecen hoy al mostrarnos que las moléculas de nuestros cuerpos son las mismas moléculas del cosmos. Hoy sabemos que los cuerpos humanos somos principalmente agua y albergamos un ecosistema de bacterias. Éticamente, reconocemos que los seres humanos compartimos estructuras y funciones con los demás seres vivos y que no somos los únicos seres con intencionalidad (un propósito en la vida) ni con capacidad de sentir dolor y placer. Las plantas sienten, los insectos sienten, las ballenas sienten. El reconocimiento de esa capacidad de sentir y pensar debiera transformar el dualismo que ha llevado a la modernidad a valorar a la naturaleza como un mero depósito de “recursos naturales”. Con la ética biocultural, transformamos esta concepción moderna para comprender que formamos parte de una comunidad de co-habitantes.
La ética no es solo un cuerpo normativo, la ética brota como una virtud basada en una comprensión de ser parte del cosmos y de la biosfera, y nos invita a co-habitar en relaciones de cuidado. Para esta invitación la ciencia y la ética dejan de ser mundos separados. En ese sentido el Premio “Luis Oyarzún” que entrega la Universidad Austral de Chile es una orientación para el país, para Latinoamérica y diría que para el planeta.