Los padres necesarios
Hoy se celebra el Día del Padre y, aunque no tiene la misma resonancia que la fiesta de las mamás, es estupendo que -en medio del trasfondo comercial que tiene este día- podamos volver la mirada a una de las personas que nos permitió y enseñó a caminar por la vida y decir “gracias, papá; gracias, viejo querido”.
Quienes hemos tenido un papá que con cariño, firmeza varonil y paciencia, nos fue mostrando lo que significa ser un hombre, ser un esposo, ser un trabajador, ser un ciudadano responsable, ser un discípulo del Señor Jesús en su Iglesia, ser un servidor de los demás y tantas otras cosas (desde enseñarnos a jugar futbol hasta a usar el martillo y el serrucho), dirigimos la mirada y el cariño agradecido a nuestro papá, conscientes que toda la experiencia que recibimos de él está atravesada por los muchos límites de su persona, pero que -dentro de sus límites- es una experiencia fundamental que nos ha abierto al horizonte de la vida.
Al mismo tiempo, en este día de gratitud, es imposible no pensar en las personas que no tienen un papá a quien agradecer y celebrar, lo cual es uno de los problemas serios de nuestra cultura y sociedad, como es la debilidad y -en muchos casos- la ausencia de la figura paterna. Esto es lo que diversos estudios sobre el tema llaman la “crisis de la cultura parental” y la “sociedad del padre ausente”.
Según las estadísticas, más de un tercio de los hogares del país tienen a una mujer sola como jefa del hogar; pero, además de este dato complejo, habría que agregar todas las familias donde el papá, si bien está físicamente presente, está emocionalmente distante y educativamente anulado. ¡Es una cifra impresionante de hogares en que la figura del papá está ausente, distante o diluida, según sea el caso y las circunstancias que generaron esa situación familiar!
Sabemos que en la paternidad y en la relación filial estamos ante uno de los ríos profundos que recorre la vida humana, y en la crisis de la cultura parental con la figura del papá ausente o diluida, los que en primer lugar sufren las consecuencias son los hijos e hijas; pero, también los mismos varones que se pierden la alegría de ser esos papás que viven su vocación a la paternidad con gozo y responsabilidad
Muchos e importantes aportes de la sicología señalan que uno de los problemas de nuestra cultura es esta ausencia de figuras paternas nítidas que, con cariño y claridad, van mostrando a los hijos que hay otras personas en el mundo, que en la vida tenemos que aprender a convivir con los demás, que eso significa aceptar reglas, y que por eso tenemos nuestros derechos y deberes en la sociedad.
Uno de los grandes desafíos de nuestra cultura es cultivar y desarrollar la figura del padre, para que ésta no sea meramente una figura de autoridad que se impone o la figura de una camaradería complaciente de aquellos que no se atreven a poner reglas a sus hijos. Dice la Biblia que Dios es “el autor de toda paternidad” (Ef 3,15), y El nos ha mostrado que ser padre no es ejercer una autoridad despótica, y al mismo tiempo, nos ha mostrado que ser padre es educar a otros para que sepan ejercer responsablemente su libertad en la convivencia con otras personas.
Aun en medio de esta crisis cultural de la figura paterna, este es un muy buen día para celebrar a los papás que están presentes y son cercanos a sus hijos, esos hombres que viven una paternidad nítida y gozosa, sencilla y bondadosa, con la que educan a sus hijos y los acompañan en su desarrollo. Son esos papás tiernos y firmes, alegres y laboriosos, cuyo valor principal es la familia, los hijos y -por cierto- la mujer con quien se acompañan mutuamente.
Este domingo es un día muy oportuno para dar las gracias a ese “viejo, mi querido viejo”, y volver a tomar conciencia que todos los hijos e hijas necesitamos la figura del papá que nos ayuda a situarnos en la realidad, que nos orienta hacia un mundo más amplio que la familia y lleno de desafíos, y nos prepara para esas tareas con las motivaciones y herramientas para la lucha cotidiana. La transmisión de valores es una tarea que se desarrolla desde la autoridad del propio testimonio y desde la cercanía del cariño. ¡Esos son los padres que nuestros niños y jóvenes necesitan, y ese es el mejor y mayor servicio de la paternidad!