Un borrador de Constitución equivocado para Chile
La Constitución Política de la República no sólo está llamada a ser el principal instrumento jurídico del país, sino que también un documento esencial para la unidad y paz de los chilenos. Su propia función exige que invite a enlazar la vida de personas que viven en distintos puntos de nuestra larga y angosta franja de tierra en pos de una idea común, para el mayor bien de todos, expresado en tanto sus dimensiones materiales como espirituales. En efecto, la Carta Fundamental es -ante todo- un mínimo de convivencia cívica que garantice nuestra vida en sociedad.
Es por ello que uno de sus requisitos esenciales es no ser un documento ni partisano ni sectario. Desde luego, una Carta Fundamental escrita según los intereses y preferencias de una minoría que circunstancialmente pueda ser mayoría en un momento determinado está condenada al fracaso. Ciertamente, el usar la Constitución como un programa político partidario implica una profunda fractura en el tejido social, alejando a una importante parte del país, que se ve imposibilitada -por distintas razones- de sentirse parte de aquello que debería ser naturalmente común.
Lamentablemente, parte importante de nuestros constituyentes no lo han visto así. En lugar de proponerle a la ciudadanía un texto que construya puentes entre los chilenos, han optado por aprobar una propuesta que fragmenta al país en al menos dos sentidos.
En primer lugar, lo hace afectando la unidad nacional, con un sistema territorial fundado en la diferencia en vez de la unidad, con la creación de grupos privilegiados y con el establecimiento de autonomías que dificultarán enormemente el trabajo colaborativo y la acción que requiere el Estado para alcanzar el bien común. Chile tiene una deuda con las regiones, y era necesaria una evolución que diera más fuerza a las distintas unidades territoriales para fomentar un desarrollo armónico y exitoso, pero la propuesta constitucional -en vez de construir una unidad en la diversidad- optó por proponer un modelo de fragmentación, que en último término solo debilita a las regiones que pretende fortalecer.
En segundo lugar, la Constitución promueve una visión de persona y sociedad radicalmente de izquierda, en la que se afecta la legítima diversidad de opiniones. Asimismo, se debilita el derecho de los padres a educar a sus hijos y la libertad de enseñanza, especialmente de grupos como las iglesias cristianas que no estén de acuerdo con una visión progresista de la naturaleza humana. Estos son sólo algunos ejemplos de un problema que es estructural en la propuesta: existe un espacio acotado para el pluralismo y la diversidad de visiones, presupuesto de la vida misma.
En definitiva, una Constitución de estas características difícilmente puede lograr la tan anhelada unidad de nuestro país. Todo indica -lamentablemente- que el resultado del plebiscito será estrecho. Si la propuesta que votará la ciudadanía el 04 de septiembre se aprueba por una pequeña diferencia, no será una mala noticia para el sector que represento, sino que para todo el país. Chile merece una Carta Fundamental bien diseñada desde el punto de vista jurídico y merece -especialmente- una constitución que una y no divida a los chilenos. Chile, nuestro querido país, merece más.