Necrológicas
  • – Rusmir Ojeda Macías

  • – Luis Rubén Bahamonde Bahamóndez

  • – Bernardita del Rosario Ojeda Vargas

La ciudad que nunca duerme

Por Alejandra Mancilla Domingo 17 de Julio del 2022

Compartir esta noticia
107
Visitas

Alejandra Mancilla
https://elojoparcial.wordpress.com

“Punta Arenas, Punta Arenas”, debería haber cantado Frank Sinatra, para referirse a la ciudad que nunca duerme. De breve visita en mi ciudad, me voy con un déficit de horas de sueño como nunca lo había tenido. Alojada en el centro—primero en un hotel, y luego en una casa particular—me he pasado los últimos fines de semana desde la medianoche a las siete de la mañana prácticamente en vela. Anoche los pocos sueños que tuve fueron de disparos y fórmula uno. ¿Los responsables? Un grupo de choferes y sus acompañantes que, o bien deben ser sordos o bien deben ser simplemente impermeables al concepto de respeto por el prójimo y buena vecindad. A su “arte” le llaman “tuning”, como si de afinar algo se tratara, aunque lo único que hacen es meter ruido con sus motores rugientes, pero demasiado pencas para acelerar de verdad. El ritual es dar vueltas a la manzana, a vuelta de rueda, muchos de ellos con sus patentes cubiertas, haciendo explotar los decibeles y acompañando la sinfonía con punchipunchis de reggaetón. Lo peor de todo es que esto de lo que me quejo ya es cuento viejo entre los puntarenenses, que parecen haberse resignado a los hechos—desde lo más alto de la municipalidad hasta el último cabo de Carabineros. Tras años de forzado y rutinaria carencia de sueño, una amiga que vive en el epicentro de los ruidos me hablaba de los hechos como si fuera mala suerte cósmica, como si frenar la avalancha de tuners fuera tan imposible como frenar las avalanchas del Cajón del Maipo. Los vecinos no pueden, la policía no puede, el alcalde no puede. ¿Quién podrá defendernos entonces?
       En mi estado semi-despierto, imagino salidas posibles al problema. Lo primero: preguntarles a los que lo hacen por qué lo hacen. Psicóloga no soy, pero parece bastante obvio que hay una carencia que debe ser compensada. ¿Quizás son perros que ladran, pero no pueden morder, y la frustración de no poder morder los hace ladrar más fuerte? (dejo al lector imaginarse a qué equivale la mordida en cuestión).
         Segundo, sugeriría un registro de tuners y una regulación que les permitiera ejercer su actividad alrededor de la manzana que habitan solamente. Si tanto les gusta y si creen que a otros también podría gustarle, lo obvio sería partir convenciendo a sus propios vecinos. Quizás así hasta podrían terminar armándose barrios completos de tuners, una utopía de choferes felices rugiendo y de madres, niños y abuelos celebrándolos por la ventana a las tres de la mañana. De lo contrario, si a los vecinos no les gusta y manifiestan su descontento, ¿quizás los tuners podrían atar cabos y darse cuenta de que darse el gusto significa pasarse a llevar los derechos de muchos—lo que en una sociedad cada vez más preocupada de los derechos no se ve bien?
      Tercero, como medida transitoria, sugiero a las autoridades de turismo regional reevaluar el slogan de la ciudad y la recepción que se da a los visitantes, así como también el perfil de viajero deseado. De “perla del Estrecho” deberíamos pasar a algo así como “la ciudad donde si no ruge el viento, rugen los motores”. En el aeropuerto, tal como en Rapa Nui rodean a los viajeros con collares de flores, aquí deberíamos coronarlos con audífonos canceladores de ruido. Ah, y por último, ¿por qué no promover la ciudad como destino a turistas sordos e insomnes? Ellos sí podrían valorar la Punta Arenas de los tuning. Dudo que alguien más pueda…

Pin It on Pinterest

Pin It on Pinterest