La lógica del que juega a ganador, ganador
Este es el cuento de un alumno cualquiera con un argumento para intentar aprobar jugando a ganador. La historia es la siguiente. El resultado del curso al final del semestre era deplorable. Incluso ellos (los alumnos) se daban cuenta que el resultado tenía mucho que ver con su comportamiento cercano a la desidia y que, por supuesto, había repercutido en malas evaluaciones producto de malos trabajos, malas decisiones y un bajo nivel de preocupación por la asignatura.
Con el objeto de no generar mayores problemas derivados de los magros resultados, se les propuso un “arreglo” general que incluyera todo el curso, de tal forma que unos no se sintieran desmejorados o en desventaja respecto de sus compañeros. Con tal benéfico y razonable fin, se ideó una prueba que tenía dos preguntas: ¿Le parece a Ud. realizar un examen que entregue la posibilidad de mejorar los resultados actuales del curso? La segunda pregunta era: ¿Le parece que el examen sea escrito?
Más del 50% tenía que aprobar la propuesta para ir a examen. El resultado fue que se aprobó la propuesta por el 78,31% y la opción que fuera escrito obtuvo el 79,18%. Por lo tanto, tuvieron la posibilidad de dar este examen especial y escrito.
Acordada la fecha, el horario y la sala, los alumnos fueron convocados al examen, se sometieron a él, respondieron lo que sabían y, luego, al término de la jornada entregaron sus escritos para ser evaluados. Un número importante tuvo éxito en el examen, por lo tanto, vieron mejoradas sus condiciones y expectativas respecto de cómo enfrentar el próximo semestre (que ya era de los definitorios), pero otro número menor reprobó. Y aquí aparece el alumno del argumento: “Profesor -dice-, yo soy uno de los que reprobó, pero eso ocurrió porque el examen tenía problemas de fondo y forma, de ahí mi mal resultado”. Mi respuesta de inmediato fue: “¿Por qué no lo pensó antes de comenzar a resolver el examen?”. Su respuesta no se dejó esperar: “Es que ya estaba resolviendo el examen cuando lo empecé a notar”. Inmediatamente agregué: “Entonces, aún tenía tiempo, sin embargo se mantuvo respondiendo hasta el final”. Y entonces, me di cuenta que sus argumentos estaban en caída libre, ya no los tenía, no existía ningún argumento para haber terminado la prueba y, luego, aducir que el examen tenía problemas de fondo y forma, pues la pregunta de rigor surge de la lógica más elemental: ¿Es correcto jugar a ganador, donde jugar a ganador implica que jugamos a sobreseguro, es decir, no jugamos, no hay juego, lo único que se hace es que alguien se impone porque arregla o sabe el resultado? Eso es jugar a ganador. Algunos creen que siempre deben ganar y se someten a un juego con la premisa en mente que es lógico ganar y, cuando ya se dan cuenta que es tarde, que perdieron, aducen argumentos simplones de la talla: “Es que estaba mal”, pero hicieron el juego, jugaron el juego y perdieron el juego. ¿Por qué no perder el juego?
Cualquier acercamiento o similitud con hechos de la actualidad, es pura coincidencia.




