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Zapatero, un oficio de poco recambio

Viernes 12 de Agosto del 2022

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E

l martillo, las tachuelas y el pegamento son sus aliados principales que, por 54 años, han acompañado diariamente a Grafiliano Barría Maldonado, 70 años, uno de los pocos zapateros que aún mantienen vivo en Punta Arenas el oficio de reparar el calzado.

Ni los dolores que a veces le acechan en una de sus piernas, ni los dolores de cadera, han amilanado su entusiasmo para seguir dedicado todos los días a atender su local 15 en la galería Patagonia, con acceso directo desde calle Chiloé, entre Mejicana e Ignacio Carrera Pinto.

Un simple mesón, estanterías que en el pasado pudieron haber estado atochadas de pares de zapatos en reparaciones, una radio encendida y un piso casi inundado por los desechos de gomas y suelas, marcan el escenario que acompaña a este zapatero nacido en Ancud y que a los 16 años decidió dejar los estudios a cambio de dedicarse al oficio de zapatero para ayudar a su madre.

“El oficio lo aprendí en Chiloé. Vivía en el campo y tomaba pensión en la ciudad porque había hasta sexto básico en el campo y los otros cursos debía hacerlos en la ciudad. Tomaba pensión en casa de un zapatero y mirando aprendí y con eso dejé los estudios. Como vivía con mi madre y sobrinos, ella trabajaba mucho para poder sobrellevar todo y entre estar pagando estudios y pensión, opté por dedicarme a trabajar de zapatero cuando vi que ya había aprendido. Así comencé a trabajar en la zapatería del dueño de la pensión”, recuerda Grafiliano Barría.

Su mentor y quien le enseñó el trabajo fue el zapatero Segundo Aguilar, quien hace 54 años no solamente le enseñó el oficio a don Grafiliano, sino que también a su hijo cuando la zapatería funcionaba en el sector Los Carrera de Ancud.

Recuerda que trabajó en Ancud hasta noviembre de 1995 cuando decidió radicarse en Punta Arenas donde vivían sobrinas y a quienes había visitado un año antes. Allí decidió venirse a Magallanes con su madre y otro sobrino.

“Cuando llegué a Punta Arenas ingresé a trabajar a la zapatería El Chuncho donde estuve hasta el año 2006 y de ahí decidí trabajar solo. Primero arrendé un local durante todo el año 2007 en la galería Drpic en calle Chiloé, entre Colón y José Menéndez y desde 2008 me instalé en la entonces Galería Acapulco y que ahora se llama Patagonia”, evoca Grafiliano Barría.

Un oficio tradicional

en extinción

Como muchos otros oficios, el de los zapateros no está exento a la amenaza de desaparecer con el paso de los años. De ello da testimonio el mismo Grafiliano, quien calcula que hoy no son más de seis o siete los zapateros que están aún trabajando en Punta Arenas, pese a que ya sobrepasan los 60 o 65 años.

“Creo que en todas las ciudades el oficio del zapatero está bajando. No sé que pasará después porque todos los zapateros que viven en Punta Arenas estamos casi en la misma edad y cuando nos vayamos de esta tierra nos iremos casi todos en los mismos periodos. Ahí no sé que pasará y quizás se pierda el oficio, porque se ve difícil que los jóvenes se sientan interesados en aprender esta labor. No hay mucho interés”, opina.

Un decaimiento que también palpó hace un tiempo cuando regresó de visita a Ancud: “Cuando viajé igual vi que la zapatería donde comencé ya no existe porque hace dos años falleció el hijo de don Segundo, quien comenzó en la misma época en que yo estaba aprendiendo como reparar los zapatos. En Ancud están extinguiéndose los zapateros y solamente hay dos reparadoras”.

Luego rememora que hace unos años lo contactaron de la Municipalidad de Punta Arenas con la idea que transmitiera sus conocimientos de zapatería a personas interesadas, pero nunca pasó nada. “Hace unos años atrás un funcionario se contactó conmigo para ver si había jóvenes interesados a quien enseñarle, pero nadie se interesó”.

Para él esa fue la muestra más palpable que el oficio hoy resulta poco atrayente y que no se visualiza recambio, porque además impera más el mundo de lo desechable que lo reparable a su opinión.

Los zapatos de
damas la llevan

Este zapatero que atiende diariamente entre las 9,30 y 17,30 horas, sin cerrar al mediodía, recuerda que los primeros años de trabajo fueron difíciles, pero después fue adquiriendo más confianza en lo que hacía porque ya dominaba cada tipo de tratamiento que debía hacerle a uno que otro zapato.

Sí rememora que antes era más sacrificado el oficio porque todo era manual y después se sumaron las máquinas que agilizaron el trabajo. En el pasado quedaron los tiempos de mayor demanda por renovaciones completas de zapatos

En cuanto a los tipos de trabajo que más recibe actualmente Grafiliano revuelve entre los zapatos reparados o esperando reparación que tiene en su taller e indica que los calzados de dama son los más frecuentes que llegan a su local y que lo más recurrente es poner nuevas tapillas, tacos o medias suelas. Los valores van acorde al tipo de trabajo, pero a su juicio son a valores económicos que parten desde los $2.500 y que supone son precios el doble de barato comparado a otros lugares de la ciudad.

Sus recuerdos contrastan con el duro presente de los zapateros porque repite una y otra vez que el oficio está muriendo y como ejemplo evoca que antes atendía hasta cerca de las 20 horas y hoy no excede de las 17,30 porque llegan pocos clientes.

“Hoy está escaso el trabajo. Antes hacía diez pares de zapatos al día en distintos trabajos y hoy con suerte cuatro o cinco pares. A pesar de ello me levanto todos los días con ánimo para abrir el local, aunque recién reabrí porque estuve enfermo y tuve problemas a una pierna por un desgarro y mis clientes preguntaban por mí”, precisa Grafiliano mientras moldea una suela con un cuchillo pequeño.

Destaca que siempre ha mantenido buenos y fieles clientes, a pesar del decaimiento de la actividad, aunque no olvida que hubo épocas en que se llenaba de zapatos por trabajos que nunca iban a pagar o los clientes simplemente olvidaban sus zapatos.

Las razones de ello también se relacionaban porque él era muy confiado y jamás pedía un abono o adelanto por el trabajo solicitado. Hace cuatro años adoptó la decisión de pedir una cancelación parcial anticipada.

“Llegué a acumular tres bolsas y medias de zapatos y para unas fiestas patrias vine a devolver zapatos, sacar materiales y los coloqué en la calle a quien lo quisiera. La gente traía uno o dos pares de zapatos y ya le salían 10 mil u 8 mil pesos y después se iban a la feria de las pulgas a comprar zapatos por 1.500 o 2 mil pesos y buenos zapatos, porque ahora está saliendo el puro sintético, y me dejaban con los zapatos metidos acá como no pedía abonos. Entonces conversando con uno de los colegas me dice: tú pides abono cuando te van a dejar trabajos y le dije que confiaba en la gente, pero él me insistió que debía pedir abono y desde ahí ha marchado todo mejor”, resume Grafiliano Barría.

Ahora cuando la gente deja abono no se olvida de sus zapatos, pero recuerda que antes muchas veces aparecían clientes con la cara sonriente y medio avergonzados preguntando por sus zapatos que habían dejado hace mucho tiempo. “Antes sí ocurría que llegaba gente, pero desde la entrada se excusaba y me decían que sólo por casualidad pasaban a ver si estaban sus zapatos o no porque igual asumían que había pasado el tiempo y no podían reclamar sus zapatos”.

Igual ha regalado zapatos cuando ha visto personas que lo necesitan, al tiempo que me muestra su martillo y cuchillo como herramientas principales, aunque también indica el esmeril como vital para lijar todo lo que es calzado. También es esencial el pegamento y el diluyente para limpiar y sacar el color del calzado.

Pareciera que es cosa del pasado aquellos trabajos en que algunos pedían teñir sus zapatos, pero Grafiliano igual tiene clientes que acuden para que cambie color a sus zapatos, al color negro o café, que es lo más frecuente y natural.

Respecto a cuál es el trabajo que más le cuesta realizar a sus 70 años, responde: “De repente uno se complica en sacar la punta de fierro y cambiarla por algo más blando. Igual hay clientes que mandan a sacar las puntas de fierro de sus zapatos y algunos tienen la punta doblada hacia adentro entonces eso es difícil sacarlo, pero con el mismo calentador uno lo calienta y sale más fácil, pero hay que tener cuidado en no quemarlo”.

Cuando se trata de cambio de suela dice que tarda unas tres horas en completar el trabajo, mientras que ante las suelas despegadas las va cociendo de manera manual con mucha paciencia, aunque antes se ocupaban las máquinas de coser.

“Uno ya está acostumbrado a este trabajo y no sufro de dolores a la espalda, de repente molesta un poco la cintura, pero ello va relacionado con mis problemas de salud en las caderas. Lo importante es que uno tiene ánimo y fuerza para funcionar todos los días”, insiste el zapatero Barría.

Fue director técnico

Grafiliano Barría dice que en su juventud fue jugador de fútbol e incluso fue director técnico en la Asociación 18 de Septiembre. Uno de sus principales orgullos fue el haber sido parte del club El Natalino cuando lo llevó a la final en el año 2007 ante el Club Deportivo Presidente Ibáñez. Después de ello cambió la banca técnica por colaborar en transmisiones deportivas radiales que le permitieron ir a comentar nacionales de fútbol acompañando a Iván Porfit.

En su vida tampoco hubo espacio para pensar en formar una familia o casarse. “Nunca me casé porque fui muy apegado a mi madre y con los años ya fue complicado establecer alguna relación. Cuando viajé a fines de 1994 a ver sobrinas y al regresar a Castro pensé en venirme a Punta Arenas y mi madre falleció en el año 2007 y nos vinimos con ella y un sobrino”, recalca.

Luego recuerda que como muchas cosas que han cambiado también se han perdido tradiciones que antes eran más presentes, como la preocupación de muchos por lucir buenos zapatos para las fiestas patrias o las familias preocupadas porque sus hijos luzcan buenos zapatos al comenzar el año escolar.

“Antes era tradicional que la gente se acercaba con tiempo a arreglar sus zapatos, pero eso también se ha perdido. Lo mismo ocurre con los zapatos escolares. Una vez a las quinientas me traen uno o dos pares, pero muchos optan por adquirir zapatos baratos sintéticos. La mayoría son sintéticos y vienen pegados. Hay que hacerle una costura para que dure un tiempo más y a veces la costura sale más cara que comprar un zapato desechable”, recalca Grafiliano Barría, quien destaca que antes había más apego a muchas cosas. “Hay zapatos que pueden repararse, pero a veces la gente los trae cuando ya es poco lo que puede salvarse. Otros llegan a tiempo. Así es la vida”, dice antes de cerrar su local en calle Chiloé.