“Una lágrima, un recuerdo”. Recordando a Zalo Reyes
Boris Leonardo González Reyes, nacido en 1952 y recientemente fallecido comenzó cantando a los 15 años de edad en centros de madres, clubes deportivos y quintas de recreo de su natal comuna de Conchalí. En 1974 -ya como Zalo Reyes, apelativo que se ganó en el servicio militar- grabó el single “Marido Modelo”. Luego, en 1977 con el nombre artístico de Nahum, registró el álbum “Esa mujer”. Sin embargo, la fama llegó recién en 1978 (nuevamente como Zalo Reyes) con “Una lágrima, un recuerdo”, canción que da título al álbum homónimo. La balada, con acompañamiento electrónico, rescataba el espíritu de los boleristas de la década de 1960 (Lucho Barrios, Luis Alberto Martínez, Ramón Aguilera) y venía con el influjo de los románticos electrónicos de la misma década y parte de la siguiente (Los Ángeles Negros, Los Golpes, Capablanca, Los Cristales, Los Galos).
El éxito no acalló las voces que lo catalogaron de “cebolla”, apelativo dado por algunas castas sociales y/o intelectuales a aquella línea musical romántica con letras que, por su forma y fondo, podían hacer llorar. Y en esto seremos claros: este menosprecio que se hizo patente y potente a partir de los inicios de la década de 1970, no sólo venía (viene) de las clases socioeconómicas altas, los disparos también venían (vienen) de aquellos cultores o adeptos a la música “seria”, “con contenido”, o a la “canción social”. El hecho que en estos últimos tiempos algunos hayan ido “al rescate” de esta música, con altas dosis de oportunismo, no anula lo antedicho. Echaremos aún más sal en estas heridas: esta música, al igual que la cumbia eran consideradas “rascas” y así tenemos actualmente a artistas como Chico Trujillo o Cholomandinga “recrear” lastimosamente éxitos de antaño.
Las melodías que constituyen para estos artistas y para su público snob un “divertimento”, son parte de la vida de nuestro pueblo que las escucha y las baila en serio, lo cual no anula el gusto por otros estilos más “cultos”. Hubo gente que se enamoró para toda la vida al ritmo de “Una lágrima, un recuerdo”, “Amor de pobre” o “Que me quemen tus ojos” y eso debe respetarse.
A fines de los ´70 Zalo Reyes se impuso a la avalancha audiovisual de “Fiebre de Sábado por la Noche” con Travolta incluido, a Queen y su “We are the champions”, a la naciente “Onda Disco”, al “Canto Nuevo” y a la invasión de astros hispanos. Vendrían nuevos éxitos, giras nacionales e internacionales y la vitrina televisiva en los programas de entretención como “Troncal Negrete”, “Festival de la Una” y “Sábados Gigantes”. Luego, en los espacios estelares “Noche de gigantes” y “Permitido”, ironizaba con aquello de cantarle a los “ruciecitos de ojos azules” o “cuando vai pa´ la casa” y prometía no cambiarse “ni de casa ni de barrio”. No siempre fue bien tratado en televisión, daba la impresión que se le hacía un favor dándole un espacio. Sin embargo, el artista supo aprovechar la instancia para difundir y masificar aún más su estilo musical. En 1983 y con la misma fórmula empleada en la pantalla chica, Zalo Reyes actuó en el Festival de Viña del Mar llevándose todos los premios, a pesar de las críticas de algunas “connotadas personalidades de la cultura”.
Grabó un total de doce álbumes y sus mayores éxitos se concentran entre 1978 y 1988: “Una lágrima, un recuerdo” (1978), “Con una lágrima en la garganta” (1979), “Motivo y razón” (1982), “Ven a vivir conmigo” (1982), “Ramito de violetas” (1985), “Amor sin trampas” (1985), “El rey de tus sueños” (1987) y “Mi prisionera” y “María Teresa y Danilo”, ambas de 1988.
Con no más de una docena de éxitos en casi cincuenta años de trayectoria, resulta sorprendente el arraigo popular que conquistó. Su capacidad para mantener vivo el romanticismo en medio de la adversidad y de interpretar el sentir de un pueblo creemos que lo explica. Es el mismo pueblo que lo despidió en su querida comuna de Conchalí, pues nunca se cambió “de casa ni de barrio”. El Pasaje Cañete donde vivió, se denomina desde 2018 Pasaje Zalo Reyes.
Para nosotros la partida del “Gorrión de Cnochalí” implica una pérdida para la música chilena, siempre será un verdadero representante de nuestra cultura nacional y resaltamos aquello de cultura a secas, sin apellidos, sin el calificativo de “popular” que le dan algunos cronistas que escriben sobre cosas que no vivieron ni conocieron, que califican de “kitsch” o “de culto” aquello que no se corresponde con sus estándares de apreciación cultural (a lo más podrían aceptarlo como “placer culpable”).
Hoy despedimos al gran Zalo Reyes, a quien tuvimos la suerte de conocer una noche de invierno de 1978 en el Restaurant “La Cabaña” de Valdivia (de precios accesibles para estudiantes) luego de haberlo visto actuar junto a su grupo “Espiral” en el Coliseo Municipal de la ciudad.
“Con una lágrima en la garganta lloré tu amor y sin saber como pude hacerlo, te dije adiós…”.