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La gran farra constituyente

Por Eduardo Pino Viernes 16 de Septiembre del 2022

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Con la distancia de casi dos semanas del pasado 4 de septiembre y el relajo que las Fiestas Patrias nos entregan después de dos años de celebrarlas encerrados debido a la pandemia, el análisis de lo sucedido en la elección más relevante de las últimas décadas debería dejarnos enseñanzas a todos, especialmente a nuestros políticos, aunque muchos de éstos tiendan a presentar una natural y estratégica falta de autocrítica, además de una escasa disposición a aprender de la realidad más que de sus dogmas. 

Lo cierto es que ante una oportunidad histórica de establecer derechos sociales más justos y altamente demandados por la ciudadanía, sectores que se atribuyeron el aplastante triunfo del 80% solicitando una nueva Constitución cayeron en una de las prácticas más comunes en la idiosincrasia chilensis: “solicitar con el tejo pasado”, tratando de acaparar una hegemonía política que venía a reemplazar lo que ellos mismos tanto criticaron. Y es que a pesar del polémico camino por el que cursó la historia de la convención, en que desgraciadamente las rencillas y pequeñeces de unos(as) cuantos(as) acapararon las portadas y nublaron el trabajo responsable y dedicado de la mayoría de los constituyentes democráticamente elegidos; la mayoría del país seguía apoyando las transformaciones que prometían un país con más oportunidades para todos. Pero el punto de inflexión se produjo en abril, cuando por primera vez las encuestas comenzaron a favorecer a la opción Rechazo, coincidiendo con algunas de las grandes aprensiones que se despertaron en el ciudadano común: la plurinacionalidad, las autonomías regionales, la intervención en el poder judicial o la eliminación del Senado. A esto se sumaron sucesivas contradicciones de líderes convencionalistas, como Elisa Loncón mostrando confusión en conceptos básicos como la expropiación, Bessy Gallardo alardeando de su escaso conocimiento en estados de emergencia acompañada con actitudes infantiles y escasamente educadas según lo esperado para una constituyente, o un Daniel Stingo que definitivamente se lo comió el personaje televisivo que le llevó a tener una alta mayoría en la elección. Como lo expresé en alguna columna pasada, llamaba la atención que el llamado estratégico fue que los constituyentes abandonaran la parrilla comunicacional para que el gran protagonista fuese el texto y no ellos o ellas, cuando en realidad debieron en su totalidad ser los orgullosos embajadores de la difusión de su trabajo. 

Revisando la prensa internacional me hace mucho sentido el titular de Clarín Mundo de Argentina: “Plebiscito: la izquierda se olvidó de que Chile es un país moderado” Y resume de la siguiente manera: “anhela cambios, pero no dramáticos. Que quiere un mejor porvenir, pero sin permitirle a un sector de la sociedad que perpetúe un triunfo ideológico sobre el resto de la población a través de una Constitución” Es interesante como desde fuera se analiza con frialdad objetiva al votante común, ese que pasó de la esperanza y legítimos deseos de superar las injusticias de un sistema que requiere cambios a la desconfianza de un proceso que no estuvo a la altura de lo esperado, que priorizó más la forma que el fondo y se confió en el convencimiento que contaban con la incondicionalidad del 80% previo. Como expresa Clarín, estos sectores se “emborracharon” de poder, denostaron al adversario y consideraron innecesario el dialogo debido a la mayoría que representaban. 

En psicología social se presenta un fenómeno llamado “Pensamiento grupal”, en que los grupos rigidizan sus posturas como una forma de hacerse más fuertes, aumentando la cohesión y el convencimiento que tienen la razón y no vale la pena escuchar a sus adversarios. Esto va acompañado no sólo de la certeza de sus principios, pues además reafirma una supuesta superioridad moral. Cualquier voz disidente será acallada pues el ambiente no admite dudas ni análisis críticos que pudieran debilitar la legitimidad de lo planteado, produciéndose en la práctica el efecto contrario pues la falta de posiciones disidentes hace caer fácilmente en la condescendencia de tener la razón, priorizando la lealtad a lo profesado más que el diagnóstico certero de la realidad. Durante varios pasajes de la propuesta y posterior difusión del texto encuadernado en tono violeta, me hacía sentido que la manera de defender las posturas se acercaba más a este fenómeno social que al diálogo y la inclusión que nos prometieron. 

Se debe dejar claro que este categórico 62% no es ni de cerca el resultado de la Derecha, ni menos de posiciones extremas que se han caricaturizado desde todos los sectores. Tampoco creo que es la desinformación de los medios, ni la ignorancia o el miedo de la gente como les gusta plantear a algunos que sólo valoran la democracia cuando les conviene. Lo visto hace dos semanas es simplemente el peso de la realidad, la sumatoria de adversidades en tiempos difíciles que deben llevar a la cautela más que a la radicalización, la demostración que las lunas de miel con los gobernantes de turno cada vez son menos extensas y más condicionadas, que la mayoría de las personas no recibe ni repite herencias ideológicas de manera automática o que las manifestaciones en la calle son el fiel reflejo del pensamiento mayoritario de las personas; en resumen, que Chile sigue siendo un país moderado cuyos cambios, como lo he expresado en tantas ocasiones, deben plantearse de manera solidaria, justa y sobre todo factible, con autoridades a la altura de los desafíos.   

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