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Fue amante de Pablo Escobar, tuvo sexo con su sicario más sangriento por venganza y terminó asesinada

Lunes 3 de Octubre del 2022

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Wendy Chavarriaga Gil medía 1,85 metros y tenía ojos verdes. Fue la única mujer que hizo tambalear el matrimonio de Escobar. Pero infringió una regla de oro del narco más famoso y sufrió una terrible represalia. Quiso revancha y conquistó a “Popeye”, un temible asesino del capo de la droga. La lucha entre la lealtad y el amor y un triángulo amoroso que terminó con dos balazos.

En el espacio que existía para las amantes de Pablo Escobar había una prohibición tajante. Un mandamiento de oro. Un pecado que no perdonaría. No podían quedar embarazadas. Y Wendy desoyó ese mandato

Pablo no tuvo más amantes que la pobre niña Wendy y yo. Las otras eran prostitutas muy bonitas de una noche porque a él, sobre todo cuando empezó a esconderse, le daba mucho miedo que sirvieran de señuelo a sus enemigos. Les pagaba bien y las despachaba. Pero lo que hizo con ella fue una bestialidad”. Virginia Vallejos, periodista, hechizó a Pablo Escobar Gaviria durante una entrevista y tuvo una relación con él que se prolongó por cinco años. Sabía de qué hablaba. El narco más famoso de la historia sedujo durante su corta vida a una gran cantidad de mujeres: modelos, reinas de belleza, jóvenes vírgenes y, como se dijo, prostitutas: 49 de ellas terminaron asesinadas. A una, sus sicarios le dibujaron sobre el cuerpo una cruz con 28 balazos.

A medida que la violencia y los negocios crecían, la voracidad sexual de Escobar iba en aumento. Al jefe narco ninguna mujer se le resistía. Hasta para cortejar a su única esposa, Victoria Henao Vallejos -que tenía 13 años-, tuvo la colaboración de Yolanda, una amiga en común que ofició de celestina y lo ayudó a sortear los obstáculos que ponía la familia de la niña. Para enamorarla, Escobar le regaló flores, dulces y hasta un disco de Camilo Sesto.

Su mujer, a quien apodaban “La Tata”, siempre supo de sus infidelidades. Pero también estaba segura que luego de cada aventura regresaría con ella.

Más de una vez, Victoria Henao miró para otro lado. Fingía, como una buena actriz, que creía en sus mentiras.

Victoria conocía cada uno de los escondites amorosos de Pablo Escobar. Hasta un penthouse de dos pisos sobre la avenida Colombia, en el centro de Medellín, al que hacía llamar en clave “La Escarcha”.

Allí hacía que llevaran mujeres, muchas de ellas menores de edad, para él y sus amigos. Y fue en ese departamento donde conoció a Wendy en 1981.

Escobar deslumbrado

Wendy Chavarriaga Gil medía 1,85, tenía ojos verdes y unas piernas que parecían no tener fin. Era dueña de su propia fortuna y de una lujosa vivienda en los alrededores del Club Campestre de Medellín, a dos cuadras de la casa de la familia Escobar. Ni el poder ni el dinero de Escobar la podían encandilar. Este la citó a “La Escarcha” cuando uno de sus hombres le dijo que una mujer que había llegado desde los Estados Unidos deseaba verlo por un tema de negocios. El, con 1,65 metros, estaba acomplejado por su altura y odiaba uno de los apodos que le habían puesto sus enemigos: “el Enano”. Cuando vio semejante belleza, quedó obnubilado. Al final logró seducirla, y esta vez sin ayuda de nadie.

El primer encuentro duró sólo 25 minutos, suficientes para enamorar al narco. Wendy fue, dicen, la única que hizo tambalear el matrimonio con Henao.

Quizás porque la había seducido por su cuenta, Escobar se entusiasmó con Wendy más que con el resto de sus amantes. “Soy un campeón”, se jactaba de su conquista delante de sus amigos. De a poco, Wendy comenzó a ejercer una sutil influencia sobre él. Y la primera muestra del poder que empezaba a manifestar fue cuando mandó a redecorar las oficinas de Pablo.

Escobar aún no estaba en la mira de los Estados Unidos, o por lo menos no con el énfasis que pusieron después en detener su carrera criminal. Viajó con Wendy varias veces a ese país. El narco amaba caminar con su novia del brazo por Nueva York.

Regla de oro

El triángulo entre Pablo, Victoria y Wendy funcionaba sin sobresaltos. Pero los límites por donde se movían las mujeres siempre los trazaba el jefe narco. Escobar no se pensaba divorciar de su esposa: era la madre de sus hijos.

En el espacio que existía para sus amantes había, sin embargo, una prohibición tajante. Un mandamiento de oro. Un pecado que no perdonaría. No podían quedar embarazadas. Y Wendy desoyó ese mandato.

En un momento empezó a esquivar a Pablo, a poner excusas para no verlo. Conocía lo que pensaba Escobar y tomó la decisión de viajar a los Estados Unidos, donde él no podría tomar represalias. Pero los ojos del narco estaban en todas partes, y se enteró de las dos cosas: que su amante estaba embarazada y que planeaba huir. La mandó a llamar para encontrarse en “La Escarcha”. Ella fue.

Durante horas parecieron ser los amantes de siempre. Hasta que Escobar se deshizo del abrazo y llamó a sus hombres. Allí estaban algunos de quienes gozaban mayor confianza: Yeison, La Yuca, Carlos Negro y Pasquín. Entre los cuatro la sujetaron con fuerza y un enfermero le inyectó un sedante.

Cuando Wendy despertó, a su lado estaba Pablo Escobar con el rostro pétreo. La rodeaban las espantosas pruebas del sometimiento que había sufrido. Vio sangre sin limpiar sobre la cama y se dobló por el agudo dolor que sentía en su vientre. El narco, el hombre que fue dueño de la vida y la muerte de miles en Colombia, también fue el propietario de sus sueños. “Te lo saqué”, le dijo con frialdad. Para que la escena fuera más macabra, el aborto se lo practicó un veterinario. Estaba embarazada de cinco meses y acababa de conocer el lado más sombrío de su amante. Como pudo fue hacia una ventana del departamento para arrojarse al vacío, pero dos guardaespaldas la detuvieron. Escobar, herido por la “traición”, concluyó la relación.

Wendy juró venganza

“Lo único que Escobar les tenía prohibidísimo a sus amantes era que quedasen embarazadas y Wendy no cumplió. Ella quedó embarazada por plata, pero el patroncito no quiso saber nada y le mandó a dos ‘pelaos’ y al veterinario para que le sacaran el bebé”, confirmó años después “Popeye”, uno de los sicarios más cercanos a Escobar. El impensado vértice de un triángulo insospechado. La tecla para poner en movimiento la revancha que planeó Wendy Chavarriaga Gil.

Dispuesta a todo, Wendy fue a buscar a “Popeye”, el apodo de Jhon Jairo Velásquez Vásquez. Fueron a un departamento que Escobar le había comprado a Wendy cuando eran amantes. A “Popeye” el corazón le saltaba del pecho. El soldado hizo el amor en la cama de su general. Pero cuando llegó el día y la temperatura bajó, la lealtad de “Popeye” pudo más que el flechazo intempestivo. Wendy, segura del poder de su belleza, subestimó la fuerza que puede tener el miedo.

Sin pensarlo demasiado, el sicario se plantó frente a su patrón y, como pudo, le contó lo sucedido.

Escobar lo miró y, casi paternal, le dijo: “Hace el amor muy bueno, ‘Pope’. Pero déjeme que le diga, usted no es un hombre para Wendy: ella es para capos. Tenga cuidado, ahí hay algo raro”. Su intuición no fallaría. Pero le dio permiso a “Popeye” para que continuara con la relación.

Cada movimiento de la pareja fue seguido por Escobar. Intervino el teléfono de su ex amante. Y descubrió, como preveía, que Wendy usaba a “Popeye” para vengarse de él. Cuando reunió las pruebas, mandó llamar a Velásquez Vásquez.

Al lado del narco había un grabador. Escobar apretó play. Se escuchó la voz de Wendy en medio de una llamada telefónica: “’Popeye’ no me dijo aún dónde está Pablo. Sí, sí, cuando me diga le aviso”. La comunicación de la ex amante era con un efectivo del Bloque de Búsqueda, una unidad especial de la Policía colombiana creada con un solo fin: capturar vivo o muerto a Pablo Escobar Gaviria.

-¿Qué hacemos ahí, Pope? Se acuerda que le advertí.- levantó las cejas Escobar mirándolo fijo.

-Pues tiene toda la razón, Patrón. Esto es gravísimo. Yo sé lo que tengo que hacer.- respondió Popeye.

La sentencia de muerte de Wendy acababa de ser firmada.

El asesinato de Wendy

Popeye citó a Wendy en un lujoso restaurante de Medellín. Había asesinado con sus propias manos a tres mil personas. Pero no pudo apretar el gatillo contra esa mujer de 28 años. “La amaba demasiado”, confesó años después. Envió a dos hombres para hacer el trabajo sucio. La orden era primero usar un revólver y luego rematarla con una pistola. Sabrían que el momento para actuar llegaría cuando la vieran ponerse de pie y dirigirse hacia el teléfono del lugar.

El sicario llamó al restaurante desde un teléfono fijo (no era época de celulares aún) ubicado a media cuadra del lugar y preguntó por ella. Escuchó al mozo decir su nombre y se quedó pegado al auricular. Oyó el taconeo de la mujer acercarse. También dos disparos. Y el grito ahogado de Wendy.

Pablo Escobar murió el 2 de diciembre de 1993, acribillado a balazos sobre el techo de la casa del barrio Los Olivos de Medellín donde se ocultaba. Lo mataron efectivos del Bloque de Búsqueda. Popeye vivió algunos años más: encarcelado en 1992, pasó 23 años tras las rejas. Fue liberado, cayó nuevamente en 2018 por un caso de extorsión y murió el 6 de febrero de 2020, víctima de un cáncer de esófago.

Infobae

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