Pantallas peligrosas
El 18 de octubre en la mañana de un día cargado de malos presagos, un estudiante de Peñalolén, echó a rodar por el pasillo de su clase una bomba casera. El artefacto, cargado con ácido muriático en una botella de plástico, tropezó con los pies del profesor de matemáticas y estalló. El estudiante reveló que había aprendido a confeccionar la bomba en Tik Tok, una aplicación de Internet.
Ese mismo día el fiscal de Maipú señaló que los destrozos en el Metro de Santiago, en 2019, no tuvieron una organización previa. Simplemente fue la suma de adherentes espontáneos, convocados por las redes sociales.
Suma y sigue. Convertidas en un lugar de desahogo, las redes sociales son hoy responsables de arriesgadas acciones y, sobre todo, han causado daños físicos y mentales en sus usuarios y sus víctimas. No era lo que se anticipaba cuando, en la segunda mitad del siglo pasado, se puso en marcha la segunda gran revolución de las comunicaciones desde la imprenta.
Los primeros equipos de computación llegados a la Universidad de Chile en los años 60, eran imponentes artefactos electrónicos alojados en muebles metálicos. Más tarde, sin embargo, su conversión en equipos personales, produjo la revolución.
Desde la casa, a veces sin más dispositivo que un teléfono celular, se puede entregar y recibir mensajes de todo el mundo. La promesa inicial, que se veía como una gran ayuda para el trabajo periodístico, ha sido superada: los medios de comunicación están siendo desafiados e incluso superados, por las “redes sociales”.
El periodismo tradicional, desconcertado, ha intentado una reacción positiva. Pero no es fácil competir con el mundo digital cuando es manejado por menores de edad o personajes desquiciados, que escriben o reenvían de todo sin control alguno.
En su inicio, los periódicos sufrieron duras restricciones destinadas a impedir excesos, según los calificaba la autoridad. Cuando, tras duras batallas, se reconoció el valor de libertad de expresión, se optó establecer la autorregulación ética. De este modo se ha logrado ordenar el trabajo informativo en países democráticos, sin imponer censuras. Pero el mundo digital no ha tenido un proceso similar… hasta ahora. Y aunque en algunos países se han impuesto cortapisas legales, nada asegura su efectividad.
En tanto, los medios impresos han visto amenazado su futuro. En más de una oportunidad se ha predicho su extinción. Los más drásticos han sido Philip Meyer, quien aseguró que el último diario impreso se publicaría en 2043, y Steve Balmmer, de Microsoft, quien acortó el plazo en 2008 en no más de una década. El primero se retractó. Al segundo le falló el calendario.
Nada asegura la supervivencia de diarios y revistas tradicionales como medios de información.Por el contrario, es evidente que para las nuevas generaciones, especialmente los millenials, la fuente de toda sabiduría no viene en papel impreso sino en la pantalla de su equipo.
Esta arremetida digital explica en gran parte la crisis de convivencia social que se vive actualmente en el mundo entero y, por cierto, también aquí en Chile. Ningún periódico, ni la radio o la TV, tiene el poder fascinante y magnético de un tuit o un mensaje por redes sociales
La mejor, y más dramática, demostración la dieron el niño de Peñalolén y el vandalismo, puesto dramáticamente en práctica en Puente Alto y otros lugares de Santiago y de Chile el 18 de octubre .