El tiempo está a favor de los pequeños
Lautaro Oyarzún Galaz
Investigador CEQUAAnelio Aguayo-Lobo
Investigador INACH / Asesor científico de CEQUA
Es probable que ese día de 1831, cuando Charles Darwin zarpó de Plymouth a bordo del HMS “Beagle” para recorrer el mundo, haya intuido que aquel sería un viaje que lo haría cambiar en cierta forma, lo que no es nada raro, tomando en cuenta que recién estaba por cumplir 23 años. Menos probable es que haya dimensionado en qué grado ese viaje iba a determinar su futuro, y menos aún, cómo iba a cambiar el curso de la historia y del pensamiento humano a partir de su aventura.
En base a las numerosas colecciones de organismos y observaciones que realizó Darwin a bordo del “Beagle”, comenzó a germinar en su mente una idea que cambiaría el paradigma de las ciencias naturales. El gran desfase que existe entre su viaje en 1831 y la publicación del libro “El origen de las especies” en 1859, nos indica que el naturalista sabía, al menos en parte, que el impacto de su idea y las repercusiones sociales de ésta iban a ser muy grandes. Respecto de lo anterior, es justo hacer mención del gran papel motivador y acuciante que tuvo Alfred Russel Wallace, quien estudiaba a las mariposas en Borneo y que tuvo ideas sobre la evolución muy similares a las de Darwin; como también al apoyo de su amigo Thomas Henry Huxley, quien lo impulsó a publicar lo más rápidamente posible.
La importancia de la idea de estos dos naturalistas es tal, que no solamente trascendió en el tiempo, sino que prácticamente la mayoría de los seres humanos en la actualidad están familiarizados con ella, independientemente de si se desempeñan en el campo científico o no, el concepto de evolución se conoce y discute en todo el planeta. Sin embargo, el conocimiento de cómo opera este proceso sobre los organismos es todavía incompleto, y son en este caso los investigadores quienes están llamados a intentar responderlo.
Si bien Darwin entendió a partir de la observación de los ejemplares que conforman una especie, que éstas estaban relacionadas entre sí y que podían tener ancestros comunes, no fue sino hasta la publicación de los resultados de los estudios de Mendel en 1865 y 1866, y a decir verdad bastante más tarde, cuando a sus descubrimientos se les dio la importancia que merecían, que se empezó a entender de mejor manera cómo es que los organismos evolucionan.
Ahora, para entender el proceso evolutivo sería de gran valor poder observar su desarrollo. Uno de los problemas está en que la evolución opera, en muchos casos, a una escala distinta de tiempo que la vida de quienes se plantean resolver este problema. Los años que se necesitan para poder observar en “tiempo real” cómo opera la evolución en las generaciones de organismos, sobrepasa por mucho el instante fugaz de que dispone un ser humano sobre la tierra. Lo anterior ocurre cuando pensamos en ciertas especies, como las que llamaron la atención de Darwin en islas Galápagos o el estrecho de Magallanes, pero, en este caso, en los microorganismos parece estar la respuesta.
Algunos organismos microscópicos, como las bacterias, son capaces de reproducirse en minutos, por lo que, en un par de horas se pueden tener varias generaciones. Esto los convierte en un tema de estudio particularmente útil en lo que respecta a evolución, ya que es posible observar los cambios de varias generaciones en poco tiempo (por ejemplo, de adaptaciones a cambios ambientales), así como también la divergencia de poblaciones y especies, cuando se estudia su genética. A diferencia de los mamíferos acuáticos, como ballenas y lobos marinos, en los que hay que esperar décadas para ver más de una generación, tal como ocurre con los seres humanos.
El Centro Regional Cequa, se encuentra estudiando la genética de los microorganismos que viven sobre la superficie externa de varias especies clave del ecosistema marino presente en el Área Marina Costera Protegida “Francisco Coloane”, en la región de Magallanes, zona que también visitó y estudió Charles Darwin en su viaje a bordo del HMS “Beagle”. De esta manera, Cequa contribuye al estudio y conocimiento del impacto del cambio climático en estos pequeños organismos, que actúan como bioindicadores del estado del ecosistema.