Necrológicas

A sus 77 años recorre las calles entregando a su fiel clientela los pedidos elaborados por ella

Domingo 27 de Noviembre del 2022

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  • Rosa Alarcón Vergara nos sorprende con su historia de vida. A los 15 años un matrimonio la trajo a Punta Arenas a trabajar y nunca más se fue.

 

Edmundo Rosinelli
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La encontré caminando una mañana por calle Lautaro Navarro, cumpliendo un recorrido diario que para ella es propio de la actividad comercial que ejerce.

Me llamó la atención su baja estatura y el caminar erguido. Con su mano derecha tomaba la manilla de un recipiente plástico, que me hizo suponer que se dedicaba a la venta de productos alimenticios.

Primero se asustó con mi abrupto saludo y abordaje. Me asoció a un inspector de Salud. “Estoy muy lejos de serlo, le señalé y ella rió más aliviada”.

Como me gustan las “historias de vida”, porque todos tenemos una pero no siempre son conocidas, quise conocer la de esta mujer, desconocida por completo para mí, hasta ese momento. 

“Me llamo Rosa Alarcón Vergara y tengo 77 años”, me respondió, con una voz cálida y relajada por el paso del tiempo.

Me contó que tenía unos 15 años de edad cuando se vino a Punta Arenas. A esa corta edad estudiaba pero ya trabajaba en su natal Talcahuano. Lo hacía en la Base Naval, en casa de un matrimonio donde el jefe de hogar era marino. Al hombre le salió el traslado a Punta Arenas y como estaban acostumbrados con ella pidieron a los padres la autorización para embarcarla con ellos.

“Recuerdo que vine en el último viaje que hizo la Angamos y mi entonces jefe era capitán de marina”, nos dice.

Supongo que por un tema económico los padres la dejaron partir.

“Quedé sola”

“Estuvimos cinco años hasta que a él le llegó de nuevo el traslado. Pero a mí me gustó tanto esta ciudad, sobre todo por la tranquilidad y porque nunca se escuchaba de un asalto, por lo que decidí quedarme”

“Antiguamente se colocaban letreros en las casas, cuando necesitaban una empleada. Tuve la gran fortuna de que me tocó un matrimonio maravilloso. Entré a trabajar a la casa de la señora Josefina Montes Vásquez, que vivía en Lautaro Navarro esquina Avenida Colón. Ya falleció. Fue una mujer que se portó extraordinariamente bien conmigo. Ahí estuve con ellos hasta que conocí a un magallánico y me casé. Con ella estuve hasta que casi se fue. Me quería como una hija, y me llevaban con ellos a todas partes. Fueron muy buenas personas. Para mí no era mi patrona sino una mamá”.

Los grandes golpes de su vida Rosa los vivió con el posterior fallecimiento de su marido y de su hijo mayor. 

Comidas

La baja pensión que percibe la llevaron hace muchos años a reinventarse.

Empezó a incursionar en el rubro gastronómico. Las preparaciones caseras de sándwiches y milcaos, entre otras exquisiteces, empezó vendiéndolas en galería Acapulco.

“Yo entregaba ahí todos los días hasta que un día una señorita me dijo por qué no va a vender donde yo trabajo. Y me consiguió los permisos respectivos para ofrecer mis productos en la intendencia”.

De ahí empezó a peregrinar de una oficina a otra, hasta los días de hoy. Le va tan bien que prefirió no entregar un teléfono de contacto porque desde su casa sale con la producción prácticamente vendida.

De noche comienza con la previa de los milcaos. Y al día siguiente, a las seis de la mañana ya está en pie preparando la masa y luego viene la parte de la fritura. A esta exquisitez originaria de la isla grande de Chiloé suma una variada gama de sándwiches, hamburguesas y empanadas, de carne y queso.

“Prefiero no dar mi teléfono porque no doy abasto con los pedidos. Tengo una clientela muy fiel. Y por eso le doy gracias a Dios de que estoy muy bien”.

Sorprendida aún por la entrevista, en la despedida me dice voy a estar atenta a cuando salga publicada.

Nos fundimos en un abrazo y le agradezco haberme contado su “historia de vida”.

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