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¿Qué ha sido de nuestros insectos naturales?

Viernes 23 de Diciembre del 2022

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Mateo Martinic B.

 

Día a día observo en nuestro jardín hogareño la ausencia de varios insectos naturales, otrora tan comunes en esta época especialmente entre las plantas floridas que son tan atractivas para algunas especies (lluvia de oro, retamos, chochos, lupinos, tréboles entre otras) y no dejo de sorprenderme y comentar sobre su ausencia. Echo de menos a los conocidos regionalmente como “abejorros”, los Bombus dahlbomi tan característicos por el vivo color anaranjado de su voluminoso abdomen, a las avispas de toda clase, a varios coleópteros y a otros insectos más antes frecuentes, así como a las mariposas y libélulas de presencia ocasional. ¿Qué ha sido de todos ellos? ¿Cuál es la razón de su notoria disminución desde hace varios años?

La memoria me lleva a mi adolescencia, primeros años de la década de 1940, y precisamente a la época de vacaciones escolares en la colonia salesiana de Leñadura. Entonces los programas de estudio de las ciencias naturales incluían obligatoriamente la presentación de un herbario al término del primer año de humanidades (actual séptimo básico) y de un insectario al del año siguiente, que se calificaban junto con el examen anual. Pues bien, en ese mismo lugar entre los calafates y árboles que brindaban acogedora vida vegetal, cualquier alumno, diligente o no, podía colectar los primeros ejemplares para su insectario. Y sino allí, bastaba excursionar un poco cerro arriba para encontrar entre las primeras lengas que con coigües daban, como dan, su típico carácter al bosque o en los troncos caídos y en estado de pudrición, a los cotizados y llamativos coleópteros. Buscábamos, entre otras, aquellas especies de distintas formas, tamaños y colores como la que llamábamos “madre de la culebra”, insecto de gran tamaño y color pardo, o las hediondas pero llamativas “bombas alemanas” (denominaciones inventadas por terceros que nos transmitíamos de unos a otros) con sus caparazones tornasoladas. Sorprendente, por demás, aunque de ocasional presencia era la sierra, impresionante coleóptero volante (así lo supe después) que con sus largas patas traseras semejaban la escobilla utilizada para limpiar botellas y cuyo nombre científico aún recuerdo, Calliphyris semicalligata. Los árboles más viejos mostraban en sus troncos a los conocidos “caballitos”, dos especies diferentes, que eran fáciles de coger. Qué decir de las vistosas avispas de diferente especie y presentes en distintos ambientes. 

Con cuidado y paciencia colectábamos y guardábamos a los insectos en cajitas o pequeños frascos que posteriormente nos permitían preparar de la mejor manera un insectario, interesa detallarlo, era por lo común una caja de madera rectangular de unos 25 cms. de ancho, por unos 40 de largo y 7 de alto, con cubierta vidriada, y su fondo interior con una lámina de corcho que permitía fijar los insectos ordenadamente, clavados con alfileres, separados por tamaños y especies. 

La calificación se hacía por la presentación de ese conjunto y por la variedad de insectos, caso en que los alumnos de Punta Arenas y alrededores compartían las especies colectadas, mientras que los contados compañeros procedentes de Tierra del Fuego (Porvenir) nos sorprendían con los grandes “toritos” y las mariposas de color anaranjado en sus alas, unos y otras especies propias de ambientes esteparios. En mi caso, durante el verano de 1943-44 pude formar un insectario que resultó bien calificado y que conservé por años, aumentándolo después ocasionalmente con especímenes novedosos encontrados durante muchas excursiones. Finalmente lo doné en 1970 al naciente Instituto de la Patagonia y esa modesta colección sirvió de base a su ulterior excelente acervo entomológico, en la Sección Zoología del Departamento de Recursos Naturales.

Pero volvamos al punto principal que motiva la nota y a preguntarnos otra vez qué ha sucedido (y sucede) con los otrora abundantes y diferentes insectos nativos. ¿Por qué no los vemos más? ¿Cuál es la causa de su ausencia? Se dirá que es por el efecto antrópico, tan abrumadoramente evidente en la cotidianeidad; o por causa de la acción predadora de especies exóticas, como son los casos de la avispa “chaqueta amarilla” o del Bombus terrestres, insecto que sin ser predador es la causa responsable de la acelerada disminución de nuestro conocido abejorro. 

¿Dónde están, se reitera, los insectos que daban vida a nuestros ambientes naturales y a los jardines? ¿Es ello, su ausencia, como tantas otras evidencias o manifestaciones, parte de un fenómeno de cambio de un mundo natural que fue y que ya no volverá a ser igual? Puede ser que alguno poco o nada interesado en la materia piense que al fin y al cabo el hecho no imparte mayormente (¡sólo son bichos! Se dirá), ignorando que los insectos sí que importan en tanto cuanto integran la larguísima cadena de la vida, de la que ellos como nosotros los humanos, somos indispensables eslabones. Me gustaría oir al respecto la opinión de gente sabia como la de mi querido amigo Edmundo Pisano, o de Vicente Pérez D’Angello y Dolly Lanfranco, ella especialista en ichneumónidos (avispas).

La respuesta a esta inquietud la dejo a los que entienden mejor el asunto, principalmente a los entomólogos y ecólogos.

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