Albert Camus 1913 -1960, homenaje a los 72 años de su muerte
Edgardo Riveros Aedo
Psicólogo
A las 13,55 horas del 4 de enero de 1960, Albert Camus muere en un accidente automovilístico, tenía tan sólo 47 años y había recibido el premio Nobel de Literatura hacía recién tres años. Iba de regreso a Paris, con sus amigos de la editorial Gallimar, quienes le habían publicado en 1942, El Extranjero, su obra más enigmática y mejor lograda, una prosa llena de imágenes poéticas, similar a la Hemingway, “estilo que emulaba en su limpieza y brevedad, pero la del francés era mucho más premeditada e intelectual que la del norteamericano… no parece escrita sino dicha, o todavía mejor, oída, su carácter esencial, su absoluto despojamiento de estilo que carece de adornos y de complacencias, constituyen decisivamente a la verosimilitud de esta historia inverosímil”, decía Vargas Llosa en 1988.
El Extranjero se publicó en mayo del 1942, en plena ocupación nazi, en medio de la Segunda Guerra Mundial y de una Europa devastada por la conflagración de las tiranías que se disputaban la hegemonía mundial. Desde entonces los desiertos del mundo se han enrojecido, como esa arena roja que se cubre de una violencia mundial en la escena del crimen de El Extranjero, en que el protagonista mata a un árabe y luego le dispara cuatro tiros absurdos a un cuerpo ya inerte. Los bombardeos sobre ciudades civiles se inauguraron en la época de Camus, Guernica en 1937, luego Europa entera, le siguieron Hiroshima, Medio Oriente, Vietnam, Irán, Irak, Afganistán, etc. Los cielos se volvieron infernales para la humanidad desde entonces
Camus no sólo no desconoció a su tiempo, como muchos escritores y políticos de la época, sino que fue un testigo sufriente del mismo, rechazado por el Ejército francés en 1939 para defender a su patria, por lo que decidió entrar en la resistencia francesa dirigiendo el periódico clandestino denominado Combat. Fue testigo viviente del absurdo de la guerra cuando perdiera a su padre Lucien Camus en la batalla de Marne en 1914, cuando Albert contaba con sólo 9 meses de edad. Desde Combat, lucha contra los nazis con su mejor arma, su escritura, y desde un periodismo nacido de la necesidad ya que fue rechazado por la Universidad de Argel cuando quiso ser profesor, por la misma razón: la tuberculosis. Esta debilidad no le limitó sin embargo para ser un gran nadador y un gran futbolista, un destacado periodista y uno de los más jóvenes premios nobeles. Su pasión pública era el teatro, dirigió muchas obras en Argel antes de la Segunda Guerra (Grupo que le llamó Trabajo en Equipo) y luego en Paris, sus preferencias, Dostoievski y Chejov. Su tesis doctoral en Filosofía la hace sobre San Agustín.
Libertad vs tiranía
Pero el aspecto central de la vida y obra de Camus es la libertad del individuo frente a cualquier tiranía, implícita o manifiesta, denunció los campos de concentración de Stalin como la opresión de derecha frente a la persecución comunista en Estados Unidos, frente a la propia independencia de su querida Argelia, se opone a la lucha armada y trabaja intensamente para conseguir una independencia pacífica entre argelinos y De Gaulle, para terminar con 100 años de colonialismo francés. Para Camus nada justifica el crimen por una idea política y esa libertad debía defenderse con la verdad. Inocente es aquel que no tiene nada que explicar fue una de sus tantas frases célebres. Al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1957, Camus hace un homenaje a quienes merecían, mucho más este galardón, según él, aquellos escritores que permanecían en cautiverio en Siberia. En El Hombre Rebelde (1951) hace mención de la tiranía y asesinato imperial cuando analiza y denuncia a los jerarcas nazis que se vestían como emperadores romanos de túnica y corona en ciertas entrevistas oficiales, llamándoles “Petimetres frenéticos”. El Hombre Rebelde, le significó el aislamiento político e intelectual, comprobando el sectarismo de la izquierda cuando la intelectualidad progresista se adhería a la utopía de la URSS y la persecución del FBI cuando se lo quiso confundir con un tal Corus o Canus, en su primera visita a Estados Unidos (septiembre de 1945), y lo recibiera el entonces embajador de Francia en EE.UU., Claude Lévi Strauss. “Tengo el ánimo tranquilo y seco que siento en mí cuando estoy frente a un espectáculo que no me emociona”, escribe en su diario al divisar las primeras luces de Manhattan en aquella noche de niebla espesa en que llega a ese país robótico como le concibiera él, le piden excusas por la demora ya que Mr. Camus es el único pasajero tratado como sospechoso. Nada provoca mayor sospecha y hasta odio que un libre pensador, por el brillante cuestionamiento que hace de una sociedad como Occidente que se considera civilizada pero que se contradice ya que cuestionara la civilización occidental nacida en Europa, la cual nos dice, traspasa los límites y es hija de lo desmedido. El 8 de agosto de 1945, Camus es el único columnista francés que expresa su horror tras la explosión de la bomba atómica estadounidense sobre Hiroshima. Para la aplastante mayoría de los franceses y de los comentaristas, esa bomba significa el final de la guerra. Muchos muertos japoneses evitan los numerosos muertos estadounidenses… “La civilización mecánica acaba de alcanzar su último grado de salvajismo”, escribe Camus. “Vamos a tener que escoger, en un futuro más o menos cercano, entre un suicidio colectivo y la utilización inteligente de las conquistas científicas”, afirma. Camus protesta: ahora hay que abogar con más energía aún a favor de una sociedad internacional, donde las grandes potencias no tengan derechos superiores a las pequeñas… Simone de Beauvoir está horrorizada por la bomba de Hiroshima, pero ni ella ni Sartre lo dirán en público, nos dice uno de los mejores biógrafos de Albert Camus, Todd Olivier.
Temor al pensamiento
Con toda razón la KGB y el FBI se cuidaron de pensadores de esta naturaleza, libres de coraje por una honestidad moral, la inteligencia será siempre temida, venga desde donde venga sin distinciones de derecha o de izquierda, siendo declarada un delito como parte del absurdo del siglo XX.
La figura de Camus aparece hoy como una silueta esbelta, una ética desaparecida en el mundo actual, en que la condescendencia y la connivencia constituyen el nexo interpersonal. De tanta condescendencia hemos llegado al aburrimiento, de tanta falsedad hemos llegado a la apatía y a la inautenticidad, si miramos a la política y a la educación y vemos corrupción, lo ilícito y la palabra sofista. Al parecer nada es sincero y todo obedece a las fuerzas de la forma, a lo que debe ser, todo lo que no es verdadero emerge como acreditado de verdadero, en nuestro mundo cibernético y globalizado, la apocrifía, es decir lo que no es lo que dice ser, es la perfecta oferta apolínea que como tal es aceptada sin mirar el contenido.
Pero tal vez uno de sus escritos más preciado por él mismo, por la inocencia y la profunda sensibilidad fuera El revés y el Derecho, ensayos escrito a los veinte años, donde Camus nos hace ver en ese mundo de pobreza y de luz en el que viví tanto tiempo y cuyo recuerdo me ampara aún de los dos peligros contrarios que amenazan a todo artista, el resentimiento y el contento. Criado al cuidado de su madre analfabeta que hacía el aseo en casa de familias que podían pagarle para sustentar a sus dos retoños.
Albert crece en medio del rigor y de la belleza del mar y el sol argelinos. Un niño tuberculoso, tímido, nacido en un miserable barrio de Argel, con una niñez que, incomprensiblemente, Camus recuerda su infancia -pobre y huérfana- como situada en “la proximidad de los dioses”.
Del lado de la humanidad
Un hombre que supo descubrir y observar el sentimiento del absurdo de la existencia humana, quien no se sintió nunca un existencialista como la izquierda mundial lo quiso clasificar, acusándolo de ausencia de compromiso social. Camus estuvo en la resistencia en contra de la ocupación nazi, dirigió el movimiento de solidaridad con España, siempre estuvo del lado de la humanidad, no sólo de los pobres, sino principalmente de los perseguidos; como Premio Nobel y antes de ello, Albert Camus salvó la vida y pidió clemencia por muchos hombres que estuvieron condenados a muerte por el revanchismo y el odioso tribunal popular nacido en Francia después de la liberación Aliada, al igual que en Argelia cuando De Gaulle era Presidente. Otra de sus frases célebres: “Es muy fácil obtener fama pero es muy difícil merecerla”.
Al final de la Segunda Guerra, Camus erigió una frase que hoy haría estremecer a muchos luego de los infernales episodios sociales del siglo XX, y de la apatía enseñoreada del siglo XXI, una vez más las tinieblas se disiparán frente al sol y mar resplandecientes, lo único valioso que queda siempre es la vida y la vida humana por excelencia, cosa que los mesianismos modernos han desconocido por su ceguera y dogmatismo, su connivencia. En 1970, El Extranjero se agotó en una reedición Gallimar especial de 1.400.000 ejemplares. En el 2022 ha sido un éxito editorial en Europa.
El 31 de diciembre del 1959, Camus había terminado de escribir su última novela, que debido a su muerte no fuera publicada hasta 1996. Le llamó El Primer Hombre, y trata de los orígenes de una familia de colonos, que tal vez fuera su propia familia, que en la ficción se convierte en la familia universal, y se la dedicó a su madre “Para ti, quien nunca podrás leer este libro”. Su madre no necesitaba leerla, era un homenaje precisamente a ella, quien supo sobrellevar con su amor y dedicación a estos dos hermanos huérfanos de padre, ella había traspasado a sus hijos el esmero y la disciplina, con una dignidad imponente. Sartre, existencialista y marxista con quien Camus tenía profundas discrepancias, le despidió en su necrología del France Observateur, “Camus representaba en este siglo y contra la historia, al heredero actual de esa larga estirpe de moralistas cuyas obras tal vez constituyan lo más original de las letras francesas. Su humanismo obcecado, estrecho y puro, austero y sensual libraba un combate dudoso contra los acontecimientos masivos y deformes de nuestra época…a la inversa, mediante la obstinación de sus rechazos, reafirmaba en el corazón de nuestra época, contra los maquiavélicos, contra el becerro de oro del realismo, la existencia del hecho moral”.
Dos días antes de su muerte, en una entrevista, al ser consultado sobre algún hecho que él le pareciera absurdo, Albert Camus dijo que dos cosas le parecían absurdas e incomprensibles: la muerte de un niño y morir en un accidente automovilístico. Después de un día de viaje, cansado ya de conducir, Albert le cede el volante a Michel Gallimar, a veinticuatro kilómetros de este cambio, en Sens, el vehículo sufre un bandazo y se sale de la carretera totalmente recta, se vuelca y se parte en dos, Albert Camus muere en el acto, Michel muere cinco días después en el hospital. El borrador de su última novela El Primer Hombre estaba en la maletera del auto.
Al ser notificada de la muerte de su hijo, Catherine Hélène Santis de Camus en Argel no lloró y sólo se limitó a decir “es demasiado joven”. Frente al impacto emocional de este absurdo que siempre se cernió sobre él, ante un hecho inaceptable, ella permaneció sin lágrimas, significado que permanecerá en el misterio de la vida o en el absurdo de la misma, esa ausencia de llanto por la que fuera precisamente condenado a muerte el propio protagonista tan controvertido de El Extranjero, quien no había llorado el día del funeral de su madre. Ficción y realidad se unen, sus escritos y su vida se funden en el misterio del tiempo como el sol en el mar que tanto amó. El hecho es que hoy y después de sesenta y dos años de su muerte, Albert Camus es uno de los escritores más leídos en Francia y en el mundo entero, y su obra ha trascendido a su tiempo, El Extranjero es una estrella que podemos ver hoy más radiante que entonces en la gran constelación de la literatura de todos los tiempos.