El padre de la Bomba H: genio, traidor y el físico más odiado en Occidente
Fue un hombre brillante. Muchos dicen que el mejor en su especialidad en todo el Siglo XX. Fue también un hombre recalcitrante, equivocado, empecinado en sus actitudes incómodas y polémicas. Tuvo que dejar su país siendo muy joven, trashumar por varios países europeos, para llegar a Estados Unidos antes de la Segunda Guerra Mundial. Ya era reconocido como uno de los grandes físicos de su tiempo. La invitación para sumarse al Proyecto Manhattan fue casi una obviedad. Participó en la creación de la bomba atómica. Y fue uno de los pocos, tal vez el único, de los grandes nombres involucrados que nunca se arrepintió. Al contrario fue el Padre de la Bomba H, mucho más poderosa, y un impulsor fervoroso del rearme nuclear de Estados Unidos. Tanto es así, que muchos creen que fue el modelo en el que se basaron Stanley Kubrick y Peter Sellers para su Dr. Strangelove (Dr. Insólito).
Si su personalidad expansiva siempre hizo que fuera mirado con recelo en la comunidad científica, después de que testificara en contra de Robert Oppenheimer en la investigación por develar secretos de Estado, se convirtió en el hombre más odiado de la ciencia de Occidente. A él no le importó. Siguió adelante con su prédica nuclear y armamentista y aconsejando a nueve presidentes norteamericanos consecutivos. Dicen que mereció ser Premio Nobel de Física pero que le fue negado por sus actitudes y posicionamientos públicos.
Edward Teller fue uno de los grandes científicos de su tiempo. Fue un precursor y un personaje estrafalario. Genio, traidor y maquiavélico. Maestro de la Física, Padre de la Bomba H, Rey de la Destrucción, Oráculo de la Guerra Fría y, su último gran aporte público, el ideólogo de la Guerra de las Galaxias en los tiempos de Reagan.
Edward Teller nació en Hungría en 1908. Tuvo una infancia y juventud acomodada. Cuando era chico, sus padres se preocuparon porque Edward tardó mucho en hablar pero una vez que lo hizo demostró su profunda inteligencia. Tenía una evidente inclinación por los números y las operaciones matemáticas. Luego fue a estudiar a Alemania. Se dedicó a la física. Muy rápidamente se destacó. Sus profesores quedaron deslumbrados por su capacidad y su precocidad. En Hungría él y su familia sufrieron por los gobiernos comunistas y fascistas. A partir de ese momento se grabó a fuego en Edward una aversión manifiesta por los gobiernos totalitarios.
A los 20 años, mientras estudiaba en Múnich, al bajarse de un tranvía en movimiento tropezó y cayó en el pavimento. El tranvía pasó por encima suyo y le seccionó casi por completo el pie derecho. Estuvo al borde de la muerte pero salió con vida del hospital. De inmediato quiso retomar sus estudios, refugiarse en las fórmulas de la física y sus problemas. Pero se dio cuenta de que la medicación que le daban para atenuar el dolor, afectaba su lucidez. Y eso no se lo podía permitir. Dejó lo que los médicos le habían prescripto. Aprendió a convivir con el dolor. Prefería eso que ver que sus facultades mentales se atenuaran. Ese estoicismo terminó de forjar su carácter. Con los años llegó a utilizar una prótesis aunque ya no pudiera caminar sin renguear.
En Alemania, el ascenso del nazismo lo hizo sentir cada vez más incómodo. Su condición de judío lo ponía en peligro constante. Cuando él lo manifestaba, lo acusaban de loco. Pero en 1935 emigró hacia Estados Unidos. Allí rápidamente comenzó a dar clases universitarias y continuó su labor en el laboratorio. En esos años, antes de cruzar el Atlántico, estuvo en Italia trabajando con Enrico Fermi, otra eminencia de la física. Pero también se alejó de allí por el fascismo y Mussolini.
Sus descubrimientos en la física teórica fueron reconocidos por la comunidad científica. Formaba parte de un grupo llamado Los Marcianos. Compañeros desde la infancia en Budapest, varios grandes científicos surgieron al mismo tiempo y en el mismo lugar, algo que parece imposible: Teller, Leo Szilard, John von Neumann y Paul Erdos entre otros. Todos emigraron a Estados Unidos.
En medio de la Segunda Guerra Mundial, Edward Teller fue el chofer que empujó la creación de la Bomba Atómica. Llevó en su auto a Leo Szilard a ver a Einstein para pedirle que firmara una carta dirigida a Roosevelt, el presidente norteamericano, para que impulsara la creación de la bomba atómica ante el peligro que Hitler la desarrollara primero.
Ese fue el puntapié inicial del Proyecto Manhattan. A cargo de la creación de la bomba atómica fue puesto Robert Oppenheimer. Él se encargó de convocar a los mejores científicos del momento. Ese puesto de mando no sólo exigía un descomunal conocimiento técnico, sino habilidades políticas y lograr aunar ese cúmulo de genios y egos desmesurados: tal vez la mayor conjunción de genios del Siglo XX puestos a actuar en un proyecto en común.
Teller tuvo participación en el Proyecto Manhattan pero su aporte no fue de los principales. No estaba cómodo por no tener el protagonismo que él creía merecer. Mientras las bombas de Hiroshima y Nagasaki utilizaban la fisión, él en medio del proceso de desarrollo descubrió la fusión. Sabía que una bomba de fusión tendría un poder destructor muchísimo mayor. La Súper, la llamaba. Mientras le ordenaban que se dedicara al proyecto principal, él se distraía con su nuevo desarrollo.
Después de Hiroshima y Nagasaki muchos de esos sofisticados hombres de ciencia se arrepintieron de haber ayudado a crear la bomba atómica. Einstein escribió otra carta al presidente de Estados Unidos pidiendo que no la utilizaran. Pero Teller fue una excepción. El siempre fue un vocero fervoroso, ardiente y convencido de las armas nucleares. Y del uso de la energía nuclear.
Después de la Segunda Guerra Mundial y de la destrucción ocasionada por las bombas atómicas y de la evidencia del desastre que provocaba la radiación, la idea de la Bomba H, su proyecto dilecto, quedó archivada. Nadie quería saber nada con más destrucción masiva. Pero todo cambió en 1951 cuando se supo que la Unión Soviética avanzaba en su desarrollo nuclear. En ese momento Teller volvió a ser escuchado y a ganar relevancia. Era el apóstol de la necesidad de armarse nuclearmente. Y él tenía el arma más poderosa de todas.
La consideración pública de su persona cambió según las épocas. en los cincuenta era un héroe, un defensor dedicado del país que lo había recibido. En los sesenta con el auge de los movimientos pacifistas fue denostado. En los 80 con el recrudecimiento de la Guerra Fría volvió a ser escuchado casi con devoción.
Se lo acusó de ocultar problemas prácticos que tenía la Bomba H para no perder su lugar de influencia en Washington. Los políticos y los poderosos comenzaron a escucharlo. Era el oráculo de la Guerra fría. Incentivaba a seguir invirtiendo en armamento y en investigación nuclear. Armarse era la mejor defensa. Fue fundador y director de una de las mayores fábricas de armas de Estados Unidos.
En 1953, Robert Oppenheimer perdió su aura de invulnerabilidad. Mientras dirigía la Comisión de Energía Atómica fue acusado de haber vulnerado la seguridad del país. El FBI lo había investigado hacía años por sus supuestas simpatías comunistas. Pero en esa ocasión se lo acusó de no ser leal y de haber conversado con gente de la Unión Soviética, de filtrar secretos. El presidente Eisenhower le pidió la renuncia. Oppenheimer se negó y solicitó una audiencia pública. No podía permitir que la sombra de la traición recayera sobre él. Pero en esas audiencias el testimonio de su colega Edward Teller fue demoledor. No lo acusó de espía pero afirmó que no podía confiar en él y que tenía muy claro que iba a trabajar mejor sin él. Que Estados Unidos podría defenderse mejor sin Oppenheimer.
Eisenhower le retiró la credencial de seguridad y fue alejado de su lugar. En esas audiencias Oppenheimer, en su intento de mostrar su lealtad, habló sobre el comportamiento de varios de los colegas que tuvo bajo su mando y de sus inclinaciones políticas de izquierda. Algunos analistas sostienen que si Oppenheimer no hubiera sido defenestrado, la historia lo hubiera recordado como uno de esos que entregó compañeros ante los tribunales maccartistas.
Esa declaración significó para Teller su expulsión definitiva de la comunidad científica. Sus colegas dejaron de saludarlo, no lo invitaban a sus cátedras ni a congresos, sin importar sus conocimientos y sus logros evidentes. Era un traidor, un soplón, y había vendido a uno de los suyos. La defensa de Teller era que la acusación contra Oppenheimer era demasiado grave: poner en peligro la seguridad del país. Y que él no tenía más remedio que decir lo que dijo: la verdad, ya que declaró bajo juramento.
La puja entre Teller y Oppenheimer llevaba décadas. Problemas de egos y de postergaciones pasadas. Teller nunca llevó bien que Oppenheimer fuera el que tuviera el poder de decisión y que él fuera uno más de la troupe. El enfrentamiento solapado se agudizó después de la guerra. Oppenheimer abogaba por el desarme. Creía que no había que construir más armamento atómico. Había aprendido la lección de Hiroshima. Pero Teller quería desarrollar su Bomba H y necesitaba tener todo el crédito.
Esa declaración significó también que sin Oppenheimer en el camino, Teller quedó como el hombre más prominente del sector y el más influyente.
Edward Teller, muchos años después, declaró que Estados Unidos podría haber hecho un lanzamiento de demostración a las autoridades japonesas como modo de disuadirlos. Lo que no contaba era que en 1945, Szillard propuso eso y pidió a todos los científicos del Proyecto Manhattan que firmaran la solicitud: Teller y Oppenheimer se negaron. Durante décadas instó a través de los medios de comunicación y de sus frecuentes contactos con los gobernantes de su país a que profundizaran el rearme nuclear. Se quejó amargamente y con más énfasis del habitual de la carrera espacial. Decía que era una pérdida de recursos y de tiempo que podrían dedicarse a desarrollar más armas para protegerse de la Unión Soviética. Tal era su presencia en los medios y su prédica desbocada que se sostiene que Kubrick se inspiró en él para Dr. Strangelove. Ese Dr. Insólito, loco por las bombas, fue cincelado mirando a Teller. Fuera o no en quien se inspiraron, tras el estreno del film, toda la comunidad científica y muchos medios, comenzaron a llamarlo Dr. Strangelove. A Teller no le agradaba que lo identificaran como un reaccionario y como alguien evidentemente fuera de sus cabales. Cada vez que un periodista le preguntaba por la cuestión, él lo echaba de su despacho a los gritos.
Fue asesor principal en temas nucleares de todos los presidentes norteamericanos durante más de cuatro décadas. Su obsesión con la Unión Soviética era absoluta. En varias entrevistas (hay una muy célebre con la revista Playboy) insistía que los soviéticos eran más poderosos que Estados Unidos y una posible catástrofe sobre su país por culpa de que no invirtieron lo suficiente por las quejas de los grupos pacifistas y de los científicos remilgados. Sin datos, casi siquiera sin indicios, afirmaba que el enemigo era muchísimo más poderoso. Desarrolló una especie de paranoia pública que exponía cada vez que podía. Urgía a los gobernadores norteamericanos a impulsar la construcción de millones de refugios nucleares, que eso era lo único que los salvaría.
Su último gran aporte público fue haber convencido a Ronald Reagan de encarar la Guerra de las Galaxias, el sistema armamentístico espacial que sería el gran escudo de Estados Unidos y al mismo tiempo la gran amenaza para sus enemigos.
Eugene Wigner, Premio Nobel y amigo de él, dijo que Teller fue la imaginación más fecunda de la física contemporánea. Y que no se estaba olvidando de Einstein cuando afirmaba eso (Teller también denostó a Einstein cuando se arrepintió de su papel en el inicio de la carrera nuclear).
Una docena de sus colaboradores ganaron el Premio Nobel. A Teller nunca se lo dieron. Perdió la distinción por sus posturas políticas radicales y su belicismo extremo. De todas maneras recibió múltiples reconocimientos tanto científicos como políticos.
Murió en 2003. Tenía 95 años. Dicen que hasta el final siguió siendo un genio y un hombre (muy) difícil.
Infobae