Acusación constitucional… otra vez
Entender el sentido y los objetivos que tienen las instituciones republicanas relacionadas con el ejercicio de los gobiernos democráticos es fundamental para el desarrollo de los países pues, como la vida misma, en la medida que las instituciones utilizan adecuadamente sus instrumentos y herramientas, mayores posibilidades existen de obtener los fines que persiguen. Por otro lado, su uso indebido, inadecuado o inconducente sólo contribuye a confundir a la ciudadanía y a distraernos de las grandes tareas.
Un gran ejemplo de este desperdicio se produce como consecuencia de las acusaciones constitucionales que en la última década se han producido en contra de Ministros de Estado con resultados diversos.
En mi opinión ninguna acusación constitucional que se haya desarrollado desde el regreso a la democracia ha tenido la justificación y gravedad que la institución del juicio político exige, de botón una muestra doble: ni la ex ministra de Educación y actual senadora Yasna Provoste, ni la del ex ministro del Interior Andrés Chadwick en rigor deben ser consideradas como justas.
Lo cierto es que este medio sigue siendo una forma de medir poder político (ocasional por lo demás) para enfrentar a quien gobierna y debilitarlo por un medio que no está, ni ha estado pensado para ello. Ya lo escribí hace unos años atrás, que cuando se abrió la puerta a esta institución, se abrió la puerta a una disputa que nunca va a terminar, pues la historia exige que las coaliciones de gobierno compensen sus pérdidas o errores, así, en términos más populares, siempre se buscará el empate.
Creo que, a pesar del tiempo transcurrido, nuestra democracia no ha madurado en los aspectos que la ciudadanía requiere para que la sociedad avance, pues la política no debe ser usada para discursos emocionales, ataques personales, beneficios particulares o disputas menores.
Confío en que, en algún momento la discusión política esté reducida a las ideas y convicciones, si el sistema previsional requiere una solución de mercado, estatal o mixta en una discusión razonada y sincera, exenta de odios o pretensiones que no obedecen al bien común pero, por ahora, sólo nos queda una exhibición desmedida de egos, de necesidad de pantalla y de retórica que pretende justificar lo injustificable y una pérdida de tiempo que bien podría aprovecharse en la realización de debates serios y necesarios para mejorar las condiciones de vida de los chilenos y chilenas, la esperanza de vida de nuestros adultos, el futuro de nuestros niños.
Por mi parte, seguiré siendo optimista, esperando que nuestra imperfecta democracia adquiera una mayor madurez con representantes que se dediquen a lo sustancial, a lo que amerita atención y tiempo, políticos que dignifiquen la política con la construcción y no con la destrucción y que comprendan que los problemas reales de la gente no es un eslogan, sino que son problemas efectivos que, lamentablemente, parece que ellos no tienen.