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La caída de Jeffrey Epstein: la red de abusos y el fin de la impunidad del millonario pedófilo

Jueves 26 de Enero del 2023

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  • El 20 de enero recién pasado el financista neoyorquino hubiera cumplido 70 años. Terminó sus días en la cárcel por haber cometido decenas de abusos contra adolescentes a las que les pagaba 200 dólares. Cómo eludió a la justicia durante décadas. Su relación con presidentes, políticos y millonarios. El papel de Ghislaine Maxwell. El fin de la impunidad. Las sospechas sobre su muerte: ¿suicidio o asesinato?

La noche del 20 de enero recién pasado, en otras circunstancias, podría haber tenido lugar una gran fiesta. Exclusiva y lujosa. Entre los invitados hubieran habido ex presidentes, políticos influyentes, CEOs de las empresas más sólidas del mundo, actores, actrices, modelos, celebridades varias y jóvenes hermosas. También varias paparazzis que habían hechos llegar las fotos de ese quién es quién de la fama y el poder a las páginas de los diarios y los portales de noticias.

El cumpleaños 70 de Jeffrey Epstein podría haber sido el evento social más importante del semestre en Manhattan. Pero no lo fue. No hubo fiesta alguna. Epstein está muerto y su nombre se convirtió en veneno para aquellos que se desvivían por participar de sus eventos o viajar con él y la variada compañía femenina que él proveía a su isla privada. Su nombre fue tachado de todas las agendas.

La vida de Epstein es una historia de ascenso y caída, del poder del dinero, de la impunidad; es una historia de delitos abyectos, de complicidades y de mucho dolor. Y es, también, la historia de muchas vidas jóvenes arruinadas.

Jeffrey Epstein era un importante financista, era multimillonario, era poderoso e influyente. Era el dueño de la casa más cara de todo Manhattan, tenía un gran piso en la Avenida Foch en París, una mansión en Palm Beach, un gran campo en New Mexico y hasta una isla propia cerca de Saint Martins. Su patrimonio superaba los 600 millones de dólares. Tenía el mejor equipo legal posible; y entre sus amistades estaban Bill Clinton, Donald Trump, el príncipe Andrés y muchísimos políticos y celebridades.

Pero Jeffrey Epstein no será recordado por nada de eso. Ni siquiera por su muerte cubierta de dudas y versiones. Cuando en el futuro se lo mencione al lado de su nombre figurarán, antes que cualquier otra descripción o calificación, las palabras pedófilo y proxeneta.

Jeffrey Epstein de joven se parecía a Tom Hulce, el actor que encarnó a Mozart en Amadeus. El pelo negro, algo enrulado, la mirada penetrante y perturbada. Era una bola de energía. Entró a trabajar como docente en una exclusiva escuela sin tener título habilitante. De ahí pasó a trabajar en el mundo de las finanzas. Su ascenso fue meteórico. Era inteligente, audaz, ambicioso, inescrupuloso. Conseguía lo que se proponía. Son varios los que cuentan que daba vuelta reuniones sólo con su poder de convicción. Evitó ser despedido de algunos trabajos en medio de la reunión en la que le estaban por comunicar que debía abandonar la empresa. Empujado por su ambición se hizo un nombre en Wall Street. Estuvo involucrado en el esquema Ponzi más vasto del mundo financiero norteamericano pero consiguió salir indemne. Los poderosos confiaban en él. Una de sus consultoras se dedicó exclusivamente a clientes que tenían fortunas mayores a los mil millones de dólares (los billionaires).

El salto definitivo lo dio cuando comenzó a manejar, con un poder total de administración y disposición, la fortuna de alrededor de 1.300 millones de dólares de Les Wexner, Ceo y propietario de Limited Brands (la empresa que contenía entre otras a Victoria’s Secret y Abercrombie & Fitch). Wexner era conocido por ser receloso, pero su legendaria desconfianza cedió ante Epstein. Algunos llamaban “El Novio” al financista y se rumoreaba que mantenían una relación sentimental. Ellos lo desmintieron. Luego de la primera denuncia contra Epstein, hace más de 15 años, Wexner lo excluyo del manejo de sus finanzas. En 2019, tras la muerte del magnate, Wexner declaró que había sido manipulado, se mostró avergonzado y denunció que Epstein le robó 46 millones de dólares.

Epstein se movía a gusto en un mundo de tiburones. No pedía permiso ni parecía dudar. Se manejaba sólo con certezas. Era una figura algo enigmática. Nunca se sabía qué pensaba. Pasaba de una actitud taciturna a ser el centro de fiestas suntuosas. Era frío, calculador y poseía una habilidad inconcebible para manipular a las personas. Sabía convencer a gente que no suele dejarse convencer.

Todo comenzó a cambiar en 2005. Una mujer llamó a la policía de Palm Beach. Denunció que su hijastra de 14 años recibió 300 dólares por dar un masaje a un señor de unos 50 años en una gran mansión. Dijo que la chica fue obligada a sacarse su ropa y que recibió una propuesta sexual. La policía tomó nota del caso y llamó a la joven a declarar. A través de su testimonio, de la descripción del lugar, rápidamente los investigadores descubrieron que el sospechoso era el multimillonario Jeffrey Epstein. La policía empezó un paciente trabajo de meses. Recolectó testimonios, buscó pruebas, revolvió la basura desechada por los habitantes de la mansión, instaló guardias en la puerta para controlar movimientos. Muy pronto, los hallazgos superaron la expectativa de los investigadores. El denunciado no había sido un hecho aislado. Descubrieron un modus operandi diario. Las adolescentes rotaban y no dejaban de pasar por la casa de Jeffrey Epstein. A veces a razón de tres por día.

El reclutamiento estaba mecanizado. A cada chica (la edad oscilaba entre los 14 y los 16 años) le ofrecían 200 dólares por su masaje. A medida que la sesión avanzaba se le pedía que se fuera desnudando. Luego Epstein giraba en la camilla, quedaba desnudo, boca arriba, e intentaba tener relaciones sexuales con la joven; si se negaba o si el intento de forzarla fracasaba, él se masturbaba en su presencia. Luego se levantaba, señalaba el dinero que estaba sobre una mesa y se retiraba. Pero antes de abandonar la sala de masajes (la enorme casa tenía una habitación ambientada como tal) Epstein la invitaba a regresar o le prometía otros 200 dólares si traía una amiga con ella.

En esta empresa pedófila, además de contar con el silencio de sus empleados que eran testigos de todo los movimientos, contaba con la ayuda de su pareja, Ghislaine Maxwell. Ghislaine una inglesa hermosa y extrovertida era la hija del magnate de los medios, muerto (también circunstancias sospechosas) Robert Maxwell. En esa familia había, sin dudas, genes delictivos. Ella reclutaba a estas jóvenes, participaba con ellas en algunos de los abusos y hasta las perseguía y amenazaba si se negaban a participar de nuevo. Ghislaine había sido novia de Epstein. Y después se convirtió en amiga y en una especie de gerente de esta maquinaria para que se renovaran las chicas.

La policía logró reunir las declaraciones de 40 chicas. Algunas de ellas, además de prestar personalmente el servicio requerido por Epstein, convocaron a la casa de Palm Beach a más de 20 amigas.

La investigación era sólida y parecía inexpugnable. El cúmulo de testimonios y pruebas era contundente. Un juez otorgó una orden de allanamiento. Pero cuando los oficiales ingresaron a recolectar evidencia se encontraron que faltaban computadoras, que los tapes de las cámaras de vigilancia habían sido borrados y que las cajas de seguridad estaban vacías. Alguien había avisado del procedimiento y Epstein y sus empleados habían tenido tiempo de limpiar el lugar. Sin embargo, el allanamiento logró mostrar que la descripción de la vivienda hecha por las víctimas era precisa. Además encontraron algunas cámaras muy pequeñas que se habían dejado olvidadas en la “limpieza” de la escena del crimen.

El fiscal decidió no proseguir con la investigación. Esa fue la primera desilusión para los policías y en especial para las damnificadas. El jefe de policía de Palm Beach no se dio por vencido con el fracaso judicial y dio aviso al FBI de la situación. El hombre tenía un argumento irrebatible. Decía que ese no era uno de los casos de abusos en los que la prueba es muy difícil de producir, en el que pese a las convicciones de los investigadores y juzgadores, termina siendo la palabra de uno (el victimario) contra la de otro (la víctima). Habían logrado reunir alrededor de 50 testimonios que coincidentes, 50 chicas que contaban haber protagonizado escenas muy similares (sin conocerse entre sí) y en todas el acusado, los personajes secundarios y las locaciones eran los mismos. El cúmulo de pruebas era de una contundencia poco habitual para este tipo de casos y demostraba además que se trataba de una práctica frecuente.

Dream Team jurídico

El FBI también reflotó una denuncia de siete años de antigüedad hecha por dos hermanas que en el momento de los hechos tenían 15 y 17 años. Los modos y los hechos se asemejaban de una manera contundente. Cada vez que la causa avanzaba y parecía inexorable que Epstein debiera rendir cuentas aparecía una dilación, un traspié insólito para impedir que llegara a juicio. Mientras tanto, Epstein había reunido un Dream Team jurídico en su equipo de abogados defensores. Estos abogados no sólo se dedicaban a defenderlo ante las demandas y los tribunales sino que desplegaban un efectivo lobby en su favor (Alan Dershowitz celebridad del derecho, el abogado que interpretó Ron Silver en “Mi Secreto me Condena” sobre el caso Von Bulow es uno de los acusados de abusar de algunas de estas chicas).

Los investigadores empezaron a ser investigados. Epstein desplegó su maquinaria de millones y les puso investigadores privados a seguirlos para encontrarles flaquezas, para poder desplegar su esquema de chantaje sobre ellos. Lo mismo sucedió con las víctimas y sus familiares.

Cuando parecía que el caso finalmente llegaría a juicio y se convertiría en un escándalo imparable, una audiencia tomó de sorpresa a las víctimas, a los abogados querellantes y hasta al FBI. Con sus abogados de lujo, Jeffrey Epstein llegó a un acuerdo con la fiscalía. El fiscal general de Florida que lo autorizó, Alexander Acosta, fue muy criticado (muchos años después cuando Epstein fue detenido en 2019 y Acosta era el secretario de Trabajo de Donald Trump debió renunciar a su cargo por la repercusión y difusión de ese acuerdo) por el trato.

Condena negociada

Epstein se declaró culpable del cargo de “solicitar prostitución” y negoció una pena de 18 meses de prisión, inscribirse voluntariamente en el Registro de Agresores Sexuales y llegó a acuerdos privados y confidenciales monetarios con algunas de las víctimas. También se le dio inmunidad a sus cómplices pero con una extensión insólita: “Aquellos que son mencionados en la causa y aquellos que todavía se desconocen”. Un pacto de impunidad pocas veces visto. De haber sido condenado en juicio por todos los cargos y todos los casos que se le imputaban la condena hubiera sido perpetua. Las chicas que habían sido abusadas se sintieron estafadas, ni siquiera pudieron ser escuchadas por la justicia. Alguien dijo que se trató de “El Acuerdo del Siglo”, que ningún reo consiguió un trato tan ventajoso en toda la historia del sistema judicial norteamericano.

La prisión de Epstein se puede contar entre las más confortables y laxas de la historia. De los 18 meses sólo cumplió 13 en prisión. Y a partir del tercer mes, salía a trabajar en sus lujosas oficinas durante 12 horas seis días a la semana. Estaba en un pabellón apartado de los demás, tenía una sala para ver televisión, las puertas de su celda permanecían siempre abiertas y las visitas ingresaban sin restricciones. El acusado por delitos sexuales con mayores beneficios de la historia.

Después de estar 13 meses detenido, debía pasar un año en prisión domiciliaria para cumplir con la Probation. Sin embargo se probó que viajó por todos lados y violó ese mandamiento cada vez que quiso.

Regreso al redil

Pasado ese tiempo, su regreso a la vida profesional y social se presentó sin tropiezo alguno. No perdió influencia, no fue raleado de ninguno de los ámbitos laborales o de relaciones que frecuentaba. Aumentó la difusión de sus tareas filantrópicas para intentar paliar los efectos negativos de las denuncias contra su persona. Mientras él reanudó su vida habitual a la vista del público, sus víctimas sufrían en silencio y soledad.

En su casa tenía cámaras por todos lados. Se supone que uno de los motivos que le aseguró impunidad tanto tiempo fue que podía chantajear a toda clase de personajes influyentes con las grabaciones tomadas en esas habitaciones. Porque la red de chicas se extendió a sus clientes. Organizaba viajes a su isla privada o a alguna de sus mansiones y allí se producían los encuentros entre las menores de edad y estos personajes poderosos.

El 6 de julio de 2019, 14 años después de las primeras denuncias, fue arrestado en un aeropuerto al regresar de un viaje a Francia. Ya no sirvió su dinero (ofreció 600 millones de dólares como fianza -100 los ponía su hermano Mark- pero el juez le negó la libertad), su poder ni sus contactos. El hombre que se pensaba impune había caído. No podía creer lo que había sucedido: por una vez nadie le avisó de la detención, nadie le posibilitó un plan de fuga (había aceitado en los últimos años su relación con el gobierno cubano para utilizar la isla como posible refugio), nadie impidió que allanaran su casa de 7 pisos en Manhattan. El perverso juego había terminado.

Caída final

Una semana después fue encontrado golpeado e inconsciente en el piso de su celda del Metropolitan Detention Center. Las versiones se cruzaron. Algunos dijeron que se trató de un intento frustrado de suicidio, otros hablaron de un ataque de su compañero de calabozo, un ex policía acusado de cuatro homicidios. Fue puesto en observación para impedir otro intento de suicidio; pero esa guardia especial se levantó a los seis días. A partir de ese momento tuvo una celda para él sólo pero ya sin ninguno de los privilegios que tuvo una década antes en Palm Beach.

El 10 de agosto de 2019 apareció muerto en su celda. El informe oficial determinó que fue un suicidio. Dice que se ahorcó ayudado por las sábanas de su cama. Sin embargo algunos dicen que las fracturas que padeció en su cuello y en la llamada Nuez de Adán son compatibles con un estrangulamiento. El misterio, las dudas y las teorías conspirativas quedaron instaladas para siempre. Más teniendo en cuenta las circunstancias del caso. Los guardias que debían pasar a controlarlo cada media hora, no miraron su celda durante casi seis horas; las dos cámaras de seguridad que apuntaban a su puerta no funcionaban; no tenía compañero para que pudiera contar lo sucedido. Muchos poderosos e influyentes respiraron aliviados con su muerte.

Dos días antes había hecho testamento. Allí declaró un patrimonio de 600 millones de dólares. Sobre ese fideicomiso accionan las víctimas en la actualidad para cobrar sus indemnizaciones.

A la caza de su pareja

La justicia fue tras Ghislaine Maxwell. Estuvo prófuga varios meses hasta que fue encontrada en una mansión en las afueras de Nueva York. Fue juzgada y condenada a 20 años de prisión, una pena no tan severa como los 35 años que había pedido la fiscalía.

El príncipe Andrés, uno de los señalados de haber usufructuado la red de trata y pedofilia de Epstein, debió responder a las acusaciones, aunque sus explicaciones no convencieron a nadie. Su imagen pública se deterioró y la justicia sigue investigando. Jean Luc Brunel, el empresario francés y fundador de una importante agencia de modelos, fue detenido y acusado de partícipe necesario en los delitos atribuidos a Epstein. El hombre también apareció muerto en su celda parisina. El informe oficial habló de suicidio.

Desde las denuncias hasta su detención, Epstein disfrutó de 14 años de libertad en los que siguió haciendo su vida y, muy posiblemente, abusando de adolescentes o violando chicas, o traficándolas para conseguir a través de esos favores sexuales algún rédito.

Infobae