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Antártico en solitario

Por Alfredo Soto Martes 14 de Febrero del 2023

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Nuestra región, está llena de legendarias historias y aventuras en el interior de sus territorios, con exploradores de la Patagonia, relatos que hoy se encuentran plasmados en contundentes manifestaciones literarias. También se cuenta con una no menor cantidad de historias en sus costas marinas, fiordos y canales, como así también todas aquellas que corresponden a los territorios polares de la Antártica. Entre ellas, mi reflexión viene, de que se ha dicho que con la odisea de Shackleton en la Antártica y el virtuoso rescate que elaboró y desarrollo el piloto Pardo, se terminarían las épicas aventuras de un periodo fantástico y contundente de exploraciones antárticas, definiéndola así como la última hazaña y aventura de la época dorada de la historia Antártica. En esa oportunidad una capacidad innata de liderar por parte de Shackleton, el “jefe”, en el rigor de la condición de perder su barco atrapado en el hielo y luego hundido, decide en algún momento dirigirse a la isla Elefante en el Archipiélago de las Shetland del Sur. Sus hombres no lo dudaron y remaron alcanzándola a mediados del mes de abril de 1915. Una vez allí, Shackleton con cinco de sus hombres se embarcó en una chalupa que se hizo famosa: el “James Caird” (réplica en el Parque Nao Victoria) . A bordo de la embarcación, se lanzaron en las azarosas aguas del paso de Drake, cuyo recorrido de 1.280 kilómetros la convertía en algo peor que incierta. Su objetivo era la islas Georgias del Sur, hacia una base ballenera. Dieciséis días más tarde, ya sin una gota de agua, alcanzaron la isla. Allí se quedaron tres hombres mientras Shackleton partió con los otros dos en busca de la estación ballenera situada al otro lado de la isla. Realizaron una travesía de 35 kilómetros cruzando montañas de más de 1.200 metros de altura. Treinta y seis horas más tarde arribaron a la bahía Stormness. El 30 de agosto de 1916, después de su épico viaje, Shackleton regresaba a la isla Elefante a bordo de la escampavía chilena para recoger a sus hombres naufragos. 

A mi parecer, ese afán por el descubrimiento y la exploración aún no ha terminado, considerando lo vasto y extenso que es el territorio antártico, todavía quedan personas que en su fuero interno poseen este espíritu del descubrimiento y la exploración. El decir que en el planeta ya todo está explorado y archi-conocido, no es verdad, cada exposición a los sistemas geográficos del mundo tiene un sinnúmero de experiencias que no se parecen las unas con las otras, podrán ser similares pero nunca iguales. Las circunstancias siempre tienen múltiples variables. Quizás lo que si deja a muchas aventuras polares del pasado, en cuanto a su singularidad y a lo extraordinario, frente a lo que acontece en la actualidad, son las condiciones y la forma en la que se desarrollaban, con menos tecnología de las de hoy, con muchas improvisaciones y lo que la experiencia le iba indicando, aventura tras aventura.

Estos últimos días, fuimos testigos de una gran hazaña, llevada a cabo por un aventurero moderno y que no escapa al perfil de ninguno de los anteriores mencionados y que en su plan original versaba de lograr ciertos hitos que lo convertirían en un verdadero “Héroe dorado” escapado en el tiempo, me estoy refiriendo al aventurero extremo, español, Antonio de la Rosa, quien partiendo desde el cabo de hornos fijó su mirada y sus manos en los remos en cruzar el mar de Drake hasta la Antártica (1.000 km.) alcanzar la isla Elefante y desde allí cruzar 2000 km. hasta las Georgias del Sur, remando y utilizando una pequeña vela, posteriormente en la misma isla hacer la travesía en solitario de los glaciares de 50 km. Finalmente y por diversas circunstancias, todas extremas y a pesar del gran poderío tecnológico a su favor, el resultado final, después de un mes de navegación a remo y vela en solitario, cruzó 2.400 kilómetros, directamente desde cabo de Hornos a Georgias del Sur. Antonio de la Rosa, conociéndolo, una vez más, se encumbra en esta constelación infinita de exploradores polares (ver detalles de esta hazaña en la página 7 de la presente edición).

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