Una trifulca de alto vuelo
Esta semana hemos sido testigos de una trifulca acontecida en el aeropuerto de Antofagasta, donde un grupo de encendidos parroquianos con varios grados de alcohol (y quizás algo más) en el cuerpo, fue expulsado de la aeronave que tenía por destino Santiago. La pelea, digna de una cantina de barrio, retrasó la salida del vuelo y provocó el disgusto e inseguridad de los pasajeros, los que se vieron en medio de un incidente que puso en peligro su integridad debido a la vehemencia y poco criterio de los alcoholizados alborotadores. Al menos 6 funcionarios de la Dirección General de Aeronáutica Civil (DGAC) constataron lesiones producto de la resistencia de estos alborotadores que se negaban a perder el vuelo, en una refriega que si bien no estamos acostumbrados a ver en este tipo de lugares, cada vez nuestro nivel de asombro parece elevar sus umbrales.
Lejos de disculpar la intolerable actitud de estos ebrios jugosos, sería importante saber qué pasó con los controles de la aerolínea y el aeropuerto que les permitieron abordar, pues varios testigos coincidieron en su evidente estado de ebriedad, detectados tanto olfativa como visualmente ya que desde el principio hacían notar su presencia de manera grotesca, lo que llevó a la intervención de los funcionarios. Si bien la DGAC y Latam presentarán querellas en contra de estos sujetos, lo que difícilmente podría llegar a mayores y probablemente resolverse en mucho tiempo más, llama la atención lo expresado por el presidente del Sindicato de Tripulantes de Latam, Sebastián Brajovic, quien en una entrevista declaró que no existe una normativa legal uniforme en el actuar de las aerolíneas en este tipo de casos, pues un pasajero que ha sido bajado de un vuelo por motivos justificados de alteración al orden público o provocación de riesgo a los demás, puede sin mayores problemas abordar otro vuelo algunas horas más tarde, quedando a criterio de los funcionarios de la aerolínea esta decisión. Si bien existen protocolos claros de incidentes que provocarían la baja de un pasajero de una aeronave o incluso la interrupción del plan de vuelo cuando éste se encuentra en el aire para aterrizar en otro lugar o volver a la partida, la resolución práctica de qué se hace después con este tipo de personas desadaptadas no queda del todo claro, lo que perjudica el carácter disuasivo que debiesen provocar este tipo de advertencias en sujetos propensos a no acatar las normas.
Si bien viajar es una de las experiencias más gratificantes, educativas y significativas que recordaremos en el tiempo, no se debe olvidar que en sí reviste diversos niveles de estrés que son asumidos con diferentes grados de eficiencia en su control por parte de las personas. Tener a mano los documentos necesarios, el conocimiento de protocolos a seguir, los medios con que se cuenta para cumplir los horarios, el manejo del equipaje, la responsabilidad y cuidado de quienes se encuentran a nuestro cargo como es el caso de niños y adolescentes, la pérdida de seguridad al dejar la rutina, el cansancio y tedio producto de las esperas y trayectos o los ruidos y otras molestias provocadas por otros pasajeros, son sólo algunos de estos factores que provocan algo de tensión por aquí o por allá y con los que debemos lidiar en ocasiones, siendo un gran problema cuando varios de ellos se acumulan y potencian para provocar estados emocionales que sobrepasan nuestro control. De ahí que incluso los viajes de “placer” en ocasiones se conviertan en dolores de cabeza.
Por eso es muy importante lo que expresa Brajovic respecto a “rayar la cancha” legalmente de manera más clara respecto a las sanciones a estos pasajeros que se pasan de la raya, advirtiendo la imposibilidad de ocupar sus servicios después de una pataleta o por su falta de educación y acatamiento a las normas si la gravedad de sus actos amerita sanciones, las que servirán de ejemplo para otras personas que aún no dominan sus impulsos o piensan que el mundo debe rendirse ante un egocentrismo escasamente domado. Si bien estos pasajeros y pasajeras representan una minoría entre los y las usuarias en el transporte aéreo, pueden ocasionar un gran daño respecto las consecuencias de sus actos, tanto en lo económico, temporal y personal; pues más allá de los motivos de nuestro viaje, se debe asumir que el respeto por los demás es y seguirá siendo clave en la convivencia social a la cual todos debemos contribuir.