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The Whale: el Oscar de la redención

Por Eduardo Pino Viernes 24 de Marzo del 2023

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La entrega de los premios Oscar a la Academia Cinematográfica desde hace un tiempo venía perdiendo audiencia, así como repercusión en la opinión pública, lo que se reactivó el año pasado con el violento incidente protagonizado por Will Smith y el comediante Chris Rock. Como dicen algunos expertos: “es mejor que se hable de una polémica a que no se diga nada”. Pero este año destacó un hecho que va más allá de la moda ideológica que Hollywood parece apropiarse para promover defensas valóricas, que al igual que sus fachadas escenográficas parece muy real y reluciente por fuera, pero detrás se afirma con materiales livianos, careciendo de autenticidad. 

La entrega del Oscar al mejor Actor, junto con el reconocimiento a la película extranjera “Sin novedad al frente”, fueron lejos los puntos más altos y merecidos de la noche. Me referiré a la figura de Brendan Fraser que protagonizó el primero de estos momentos, pues creo que su principal mérito fue reflejar en un mundo de fantasía, manipulación, imagen y apariencias; un halo de autenticidad al entregar su trabajo actoral y de genuina expresión en su discurso al mostrarse emocionado tras ser reconocido por sus pares, la crítica y el público en general. Lo de Fraser trasciende una magistral interpretación en la pantalla, pues se conecta con una historia de vida donde un día eres buscado y halagado por todos para después convertirte en un paria de la industria, mientras las tragedias personales se suceden una tras otra, en un juego macabro que parece colocar a prueba una resistencia que sólo la puede valorar quien se encuentra en medio de la noche. 

Tras sus éxitos a finales de los 90s y la primera parte de la década inicial del presente siglo, Fraser fue quedando de lado en los castings debido a problemas de salud y fuertes dolores (en gran parte ocasionados por esfuerzos físicos en algunos rodajes), además de un episodio de abuso de un reconocido hombre de la industria que sólo pudo hacer público 15 años después, ya que no encontró apoyo en esos círculos laborales a los que creía pertenecer, lo que le llevó a alejarse del ambiente. Por si fuera poco, tiempo después vino su separación, aumento de peso y depresión. Su agilidad y carisma en aventuras y comedia parecían irremediablemente perdidas, aunque el problema iba más allá. 

Por eso resulta casi imposible no empaparse de la emoción que logró transmitir al interpretar a Charlie, un profesor que impacta por su apariencia al presentar obesidad mórbida, destacando el sufrimiento interno permanente que lo llevó a ese estado, cimentado en una historia que justifica profundos dolores a los que todos estamos expuestos, pero parecen ignorarse mientras consumen y transforman nuestro ser, recurriendo a conductas evasivas de alto poder autodestructivo. 

Por eso más allá que Brendan Fraser haya actuado de manera superlativa, subiera 30 kilos o se sometiera a largas y extenuantes jornadas de maquillaje y trajes especiales para adoptar y naturalizar la estructura corporal de Charlie, más allá de llevarse la carga dramática de una película sin variaciones ni encanto escenográfico; resultaba inevitable pensar que gran parte de ese personaje era la historia de su intérprete, sus miedos, dolores, soledad, aislamiento e inseguridades, esa necesidad de mendigar atención y afecto aunque sea por medio de la mentira y la manipulación, pues a esas alturas no había casi nada que perder. Las palabras de Fraser en la ceremonia de los Oscar es lo más genuino que se ha escuchado en mucho tiempo, lejos del divismo, de los estereotipos y prejuicios, de una cultura de la imagen tan impregnada en el ADN de una sociedad que parece aliviarse al vociferar consignas vacías, sin un sustento argumental que las justifique más allá de los efectos. Esa estatuilla simboliza una redención, el rescate de alguien que perdió el rumbo y ahora logra salir a la superficie después de exorcizar sus peores fantasmas, perdonando sus errores, volviendo a la paz con los demás y valorando lo realmente importante. 

“La Ballena” es más que sólo una película, es la vida misma que no deseamos ver en los demás y menos en nosotros mismos. Para analizar, emocionarse y, quizás, hasta redimirse.