La locura en el poder
Ejemplos de enfermos mentales afectados por variopintas patologías, forman ya una galería a los que podríamos denominar gobernantes chiflados.
Desde que la historia existe como tal, ha habido hombres con mucho poder que lograron relieve propio por sus desatinos, abusos, locuras y desenfrenos.
Hablando de emperadores romanos, entre los más célebres locos podemos citar a Calígula, Tiberio, Nerón y Heliogábalo, entre otros.
La Edad Media -en Inglaterra- también aporta lo suyo, con Juan Sin Tierra, tan sádico como inestable, el desdichado Eduardo II, Ricardo II y el llamado “rey santo”, Enrique VI.
Entre los rusos Iván el Terrible y Pedro el Grande valen por una decena de anormales.
Al grano. El emperador romano Heliogábalo estuvo siempre confundido sexual y mentalmente. Tanto le atraía la ropa elegante que le dio por vestirse de mujer. Estaba siempre listo para bailar en público, y en esas ocasiones se maquillaba y usaba collares de oro que brillaban sobre túnicas de seda.
Sabido es que Nerón no quería a su esposa Octavia. Como no conocía ni el criterio ni la mesura, resolvió deshacerse de ella como si nada…para casarse con Popea. Con menos escrúpulos que una Financiera, Nerón acusó a Octavia de haber cometido adulterio con un esclavo y la envió a la isla de Pandataria, cuajada de recuerdos fatídicos, donde ella se cortó las venas bajo coacción. El Tribunal de la Justicia de la época hizo la vista gorda, pues lo dirigía el propio Nerón y aplicaba la “ley del embudo”.
De este modo Popea, hermosa, apasionada, se convirtió en la esposa de Nerón. De una ambición ilimitada, solía bañarse con leche obtenida de quinientas burras y su marido, que tenía pretensiones literarias, compuso una canción en honor a su cabello color ámbar. No obstante, tres años más tarde, cuando Popea quedó embarazada, en un rapto de ira, Nerón le propinó un puntapié y la mujer falleció a las pocas horas.
Otro enajenado célebre fue Calígula, hijo de la conocida Agripina. Este emperador romano. Le gustaba que lo alabaran, y él respondía con gestos que revelaban su inestabilidad mental. Era un actor de teatro frustrado, pero el pueblo se veía en la necesidad de aplaudirlo cuando subía a un escenario. El actor Mnéster, amante del emperador, recibió numerosos regalos, y aquellos espectadores que osaban interrumpir su actuación recibían azotes como castigo.
Paradojalmente, el que gozaba de máxima estima del emperador era su caballo “Incitatus”, a cuya salud bebía de un cáliz de oro. Se dice que el caballo contaba con una “caballeriza de mármol”, un comedero de marfil, mantas de color púrpura y un collar de piedras preciosas, una casa, muebles y un grupo de esclavos a su disposición.
Algunos historiadores han llegado a afirmar que el Emperador tenía pensado hasta nombrarlo Cónsul.