El espacio de la libertad
Hoy iremos a votar para elegir a los miembros del Consejo Constitucional, quienes tendrán que dar forma al proyecto de la nueva constitución, a partir del anteproyecto elaborado por la comisión de expertos. Este segundo intento de una nueva constitución será aprobado o rechazado en el plebiscito que se realizará en diciembre de este año.
Después del categórico rechazo ciudadano al anterior proyecto constitucional, en el plebiscito del año pasado, la elección de este domingo no parece despertar un gran interés en la mayoría de la población y, si no fuera por las insistencias de la autoridad sobre la obligación de votar y la amenaza de sanciones, algunos expertos dicen que la abstención sería de las más altas registradas en nuestro país. Son muchas las interpretaciones acerca de este distanciamiento actual, comparado con el casi 80% de los ciudadanos que votaron, en el 2020, a favor de tener una nueva constitución; pero no entraremos en ese tema que es propio de un análisis político.
Quisiera, más bien, invitar a los lectores, a reflexionar acerca de uno de los aspectos de la constitución, que es articular la libertad, derechos y deberes de las personas con las tareas del estado y sus órganos, así como la relación entre ellos.
A menudo se afirma que “mi libertad termina donde empieza la tuya”, y esa frase es habitualmente considerada un principio evidente e indiscutible; de hecho, sólo en contadas ocasiones he escuchado a alguien cuestionar esa afirmación. Sin embargo, si nos detenemos a pensar en la visión de la persona humana que ella implica y en sus consecuencias, parece que es una afirmación muy cuestionable.
Afirmar que “mi libertad termina donde empieza la tuya” significa comprender a la persona humana de un modo individualista, comprenderla de manera separada y aislada de la sociedad; más todavía, se está afirmando que mi libertad existe sin los demás, y esos otros son el límite de mi libertad. Es decir, mi libertad existe cuando estoy libre del otro, y para que la libertad del otro se manifieste, la mía tiene que acabarse; o sea, para que el otro sea libre, yo debo dejar de serlo. Esta manera individualista de comprender a la persona humana está diciendo que soy libre cuando estoy liberado de los demás y de los límites que ellos me imponen.
Pero eso no es todo, porque en esa lógica resulta que el otro, los demás, la sociedad, son un límite para mi libertad, de tal manera que si por alguna razón -la que sea- la libertad del otro no comienza a manifestarse, entonces mi libertad no tiene ningún límite y puedo desplegarla como yo quiera, sin restricciones. Así es como, en nombre de la libertad, se establece el egoísmo como principio rector de las relaciones entre las personas y de la vida en la sociedad.
Estoy seguro que usted ya comenzó a ver las consecuencias que tiene esta manera de comprender a la persona humana, su libertad, sus relaciones con los demás y con el conjunto de la sociedad. La consecuencia principal es que no hay espacio para la solidaridad, y esto se puede verificar en todos los ámbitos de la vida; por ejemplo, en la afirmación -sin matices- de ciertos derechos individuales que atentan contra el derecho de otros, en el modo de comprender la propiedad de determinados bienes, en la manera de gestionar la economía, en el modo de desarrollar formas de producción que destruyen el ecosistema, etc.
Entonces, la afirmación debería ser “mi libertad sólo comienza cuando empieza también la tuya”. Es decir, el espacio de mi libertad sólo existe con los demás; sólo podemos ser libres los unos con los otros, todos juntos. La libertad de cada persona sólo crece en la medida en que crece la de los demás y, así es como se puede ir dando forma a una sociedad de personas libres y solidarias. Los seres humanos no somos islas, somos personas en relación unos con otros y compartimos un mismo destino, de manera que nadie es libre sin los otros, y menos aún, libre de los otros.
Comprender a la persona humana y su libertad en relación solidaria con los otros y con el conjunto de la sociedad, se sustenta en la regla de oro señalada por el Señor Jesús: “haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti” (Mateo 7,12). Por su parte, el apóstol Pablo formuló esta comprensión solidaria de la persona humana y su libertad diciendo: “Cristo nos ha liberado para ser libres (…), por eso, háganse servidores los unos de los otros por medio del amor” (Gálatas 5,1 y 13); entonces, no se trata sólo de ser libre con los demás, sino también de ser libre para los demás.
Bueno, como usted ya se dio cuenta, todo esto tiene mucho que ver con el proyecto de una nueva constitución y de cómo se comprende en ella a la persona humana, su libertad, sus derechos, su relación con la sociedad y con el estado. Vaya a votar.