José Joaquín Pérez
José Joaquín Pérez fue el último de los presidentes de Chile en cumplir un decenio en el poder (1861-1871)
Era rico y aristócrata, que por aquellos años eran lo mismo.
Si hay un rasgo que caracteriza a este Presidente de carácter atrabiliario y más serio que inauguración de monumento, es su escepticismo.
De allí nacieron otros rasgos suyos como la ironía, la tolerancia y cierto laissez faire.
Durante su administración Chile sufrió un ataque de americanismo, declarándole la guerra ni más ni menos que a España, en un conflicto donde no llevábamos “velas en el entierro”, y nos metimos de puro cantores.
Cuando España anunció el bombardeo a Valparaíso por la Escuadra Española, se presentó ante el Presidente uno de esos clásicos inventores criollos con más patas que imaginación. Su invento, para el cual pedía el apoyo del Jefe de Estado, era una extraña mezcla de torpedo y submarino, al que el inventor de marras le atribuía enormes poderes destructores.
Luego de exponer durante más de una hora las bondades de su invento, el escéptico Pérez Mascayano se limitó a responderle:
-¿Y si se chinga?
Don José Joaquín no se equivocaba. Y es que al primer ensayo, la maquinita efectivamente se “chingó”, hundiéndose en la bahía de Valparaíso con el inventor incluido.
Esa Guerra contra España está inscrita entre los grandes desatinos de la historia chilensis. Quienes propiciaban la guerra no pensaban que ésta sería fundamentalmente naval, y que la Armada chilena era harto raquítica para enfrentar la poderosa escuadra española. En esa discusión, José Joaquín Pérez tomó palco y se hizo el sueco, dejando que su ministro de Interior Manuel Antonio Tocornal tomara las riendas de un partido que Pérez se negaba a jugar. Con ello, el Presidente demostraba que aparte de escéptico era experto en quitarle el poto a la jeringa.
Sea como fuere, no se puede negar que Pérez fue un tipo tolerante; y lo demostró mientras se sentó en el sillón de O’Higgins.
En cierta ocasión hubo de recibir a una delegación de políticos y periodistas que iban a reclamarle porque “en Chile no había libertad de prensa”.
El macuco don José Joaquín los dejó hablar hasta que les dio puntada, para luego extraer de uno de los cajones de su escritorio el ejemplar de un periódico ilustrado en cuya portada aparecía el propio Pérez Mascayano dibujado con unas grandes orejas de burro.
Los miró a todos en actitud de sospecha y les endilgó estas palabras:
– ¿De manera que en Chile no hay libertad de prensa?
Los visitantes quedaron demudados y se marcharon tan silentes como patio de convento.
Detrás de ese rostro amargo se escondía una fina ironía, propia del hombre educado que era.
En cierta oportunidad los canónigos de la Catedral de Santiago comparecieron ante su despacho para pedirle un aumento de sueldos.
Don Joaquín los paró en seco:
– Fíjense que tengo quien me rece más barato…
Así era este Pérez. A su escepticismo habría que agregar que era un tipo impredecible.
Quiso hacer un gobierno tranquilo y lo logró.
No fue un gran gobierno, pero tampoco deficiente. Como dijo una vez Justo Arteaga, su gran opositor, fue una administración “para dormir siesta”.