Legislar sobre la urgencia, siempre una mala idea
Ya tenemos un desastre que grafica una realidad brutal en nuestro país, muchas familias damnificadas, un sistema de emergencia que depende, básicamente, de las municipalidades y una planificación estatal tan deplorable que el Presidente de la República tiene que salir a las zonas afectadas a dar explicaciones por la ausencia de previsión, planificación y anticipación a los problemas.
Nada nuevo bajo el sol.
Estos son problemas cíclicos, similares al problema de la delincuencia, de los sistemas de seguridad social, crisis de salud pública o desastres de infraestructura (no de la naturaleza) que afectan el bienestar y la integridad de las personas. En efecto cada vez que se produce un hecho de notoriedad o extensa afección a las personas se busca generar leyes que endurezcan las penas y doten de recursos a las policías refundando las instituciones; generen un nuevo sistema de pensiones, establezcan un sistema de salud con mayor cobertura y resolutividad o mayor fiscalización por parte del Estado.
Pero, el problema no se soluciona, ni nunca se va a solucionar de esa manera. Sólo la planificación, el estudio y los grandes acuerdos políticos permiten enfrentar estas situaciones; el problema es que hace bastante rato el sistema político legislativo depende, no de la planificación y la reflexión, sino que de la urgencia y de la inmediatez, de la urgencia en obtener votos, de la necesidad de ganar una elección, o de la necesidad de afectar a un gobierno por medio de una acusación a sus ministros. Hace bastante rato que las razones o motivos de Estado cedieron a las necesidades político partidarias actuales y particulares.
No hay forma que podamos proyectar un trabajo a futuro en estas situaciones que afectan y dañan a porciones importantes del territorio nacional y a un número enorme de personas, si no bajamos las armas y generamos un acuerdo transversal (como se insiste en hablar y poco en generar) de todos los actores políticos. En el mismo sentido, la clase política sigue actuando de manera egoísta y, por supuesto interesada, sin meditar siquiera frente a sus propias acciones, pues ni siquiera son capaces de practicar la antigua enseñanza de “ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio” pues, si algo se ha aprendido desde la recuperación de la democracia, es que nadie tiene la altura moral o ética incólume, aunque lo crea, para dar lecciones.
Sólo de pensar en el enorme gasto de recursos que deberá destinarse a una nueva reconstrucción, me molesto profundamente al constatar que dichos recursos debieron ocuparse para prevenir, para evitar o disminuir el daño de los desastres.
Pero, como ya he señalado, para ello se requiere acuerdos, concordancias y algunas características que escasean en la clase política. Sólo en la medida que se vuelva a ejercer la política con humildad, consideración, altura de miras o mirada de futuro, respeto, tolerancia y fraternidad podremos, recién, sentarnos a planificar una mejor vida para todos nuestros ciudadanos, indistintamente de su posición política, credo, género, raza o condición, pues la atención del ser humano, del territorio y sus comunidades, es la primera labor a la que debe abocarse cualquier servidor público.
Sin perjuicio de las soluciones sobre la marcha, ya es hora de sentarse a proponer las soluciones para el futuro.