Hace tres décadas nos dejó Miss Sharp
Víctor Hernández
Sociedad de Escritores de Magallanes
En nuestra niñez tuvimos a los siete años, en pleno mes de diciembre cuando ya finalizaban las clases, un accidente doméstico en el patio de la Escuela Coeducacional N°51 (hoy Portugal) y papá, luego de disgustarse con la dirección del establecimiento y con nuestra profesora jefe, decidió cambiarnos de colegio antes de la Navidad.
De modo que en el verano de 1978 las cosas parecían muy relajadas para mí, pero todo cambió sustancialmente a contar de marzo. De repente, nos encontramos con que la mayoría de las escuelas tenían las matrículas ya tomadas, completas, no había espacio para un alumno nuevo. En casi todas las aulas nos decían frases como: “Los militares que fueron destinados al norte regresaron ahora”; o bien, “la mayoría de los efectivos se quedaron en la región con sus familias y sus hijos han copado el sistema escolar”.
En ese entonces, nosotros ignorábamos por cierto, el complejo año que viviríamos en Magallanes. Se percibía que en el ámbito castrense estaban adoptando las primeras medidas frente a un posible conflicto en gran escala con Argentina, como efectivamente aconteció en los meses siguientes. En sigilo fue aumentando la población militar en la región. Hacemos notar también, que se vivía en el sistema educativo los últimos fragmentos de una instrucción pública nacional de calidad que distinguió al país incluso en el extranjero, con un magisterio formado principalmente, en las recién desaparecidas escuelas normales (1974), pérdida cultural y patrimonial invaluable, presagio de que lo peor estaba por venir.
En aquel momento se ignoraba todo sobre la municipalización de la enseñanza y de la aparición de instituciones privadas en el sistema escolar chileno. No se concebía aún la existencia ni la clasificación de los establecimientos educacionales en municipalizados, particulares subvencionados, y particulares pagados. En el Punta Arenas de 1978, el Colegio Británico y el Colegio Alemán, por citar dos ejemplos, eran todavía instituciones modestas que ofrecían clases en sus añosas casonas de calle Waldo Seguel y pasaje Korner, pero que no podían competir de ninguna manera, con la sólida infraestructura de los colegios y liceos fiscales, creados en su gran mayoría, por la Sociedad Constructora de Establecimientos Educacionales ni con los amplios edificios de la Congregación Salesiana.
En ese contexto, y ante la posibilidad cierta de quedarme sin clases, mis padres recorrieron todas las escuelas de Punta Arenas para ver si existía alguna opción de matrícula. Aquí es donde supimos por primera vez del colegio de Miss Sharp. Mi padre alcanzó a entrevistarse con ella aunque su respuesta fue negativa, lamentablemente. No había ningún cupo disponible. Para mí fue una desilusión, porque esperaba tener clases en una sala pequeña, atendido por una sola maestra que además, era la directora. En nuestra imaginación de niño asistir al “Miss Sharp” era como ir a tomar la once con nuevos amigos y aprender de todo un poco. Algo así como un juego. Por supuesto que no teníamos la más remota idea de quienes habían sido Emma Bravo, Julia Garay, Sara Barría, o Carmen Nancul, entre otras preceptoras, que ante la falta de adecuados recintos escolares hacían un invaluable servicio a la educación transformando sus propios domicilios en escuelas particulares, pequeñas aulas que terminaron siendo reconocidas oficialmente por el Estado.
En mi caso particular, un encuentro fortuito en calle Bories entre mi madre y el ahora director del Grupo Escolar Yugoslavia, Rolando Zúñiga Bravo resolvió mi problema de falta de matrícula y aunque sentía no haber ingresado al “Miss Sharp”, al menos ahora sabía que tenía un colegio. ¡Cuándo iba a creer que allí, en la Escuela Yugoslavia, viviría los años más felices de toda mi educación en Punta Arenas!
Sin embargo, el misterio que irradiaba la figura de Florence Mildred Sharp Call, aquella educadora con su estampa británica, severa y austera a la vez, como sacada de un cuento de Charles Dickens, nos acompañó durante muchos años, era un sentimiento que se acrecentaba en ocasiones especiales, como aquel día en que fue distinguida como Ciudadana Ilustre de la región (1984) o, como en esa tarde de mayo de 1993, -que coincidió con un viaje nuestro para visitar a mamá y papá-, en que supimos por los medios de comunicación acerca de su deceso y vimos, a decenas de personas, familiares y ex alumnos (as) principalmente, acompañando el féretro de la profesora al cementerio.
Una vida dedicada
a enseñar
Resulta verdaderamente impresionante comprobar que existió en la región una educadora que impartió la docencia durante 68 años ininterrumpidos. Y más aún, que pese a todo el aire británico que le rodeaba, se trataba de una mujer absolutamente magallánica, que por si fuera poco, había nacido en Porvenir, un 23 de junio de 1908.
Charles Hambleston Sharp, (1861-1949) el papá de Mildred estaba radicado en Denver, capital del estado de Colorado, en los Estados Unidos y probablemente trabajó para la empresa británica “Ashanti Goldfiels Corporation, Limited” que realizaba la extracción de oro en Ghana, Africa, antes de emprender viaje a Magallanes, adonde llegó junto con su familia, su esposa Florence Call (1873-1958) e hijos Charles y Ernest, de 9 y 5 años, respectivamente. Era el 1 de abril de 1906.
Poco tiempo antes, se había constituido en Punta Arenas la Sociedad de Minas de Cobre “Cutter Cove” de los empresarios Braun & Blanchard y José Menéndez. Pese al auspicioso comienzo, la baja rentabilidad de la explotación determinó la paralización de las obras en 1908. En medio, Charles Sharp se había trasladado a Porvenir a trabajar en la Sociedad Aurífera Rosario, también, de efímera duración. En esta localidad consta su participación como administrativo en la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos de la ciudad fueguina. Es durante este periplo, algo infortunado por cierto, en que nace Florence Mildred.
La familia Sharp Call retornó a Punta Arenas tres años más tarde. Entre todos los avatares, Mildred pareció encontrar temprano refugio en los libros. Era una lectora precoz y voraz que desde niña reveló dos características muy singulares de su personalidad: una memoria excepcional y una capacidad inusual para recordar fechas y detalles que para el común de los mortales, pasaban fácilmente desapercibidos.
Las primeras letras las cursó en la escuela particular que la señorita Giffen tenía en calle Chiloé frente al local que cobijaba entonces, a la 3ª y 4ª Compañías del Cuerpo de Bomberos, a un costado del Círculo Italiano. En dicho sector funcionaba también, una escuela vocacional.
Es bueno recordar que cuando Miss Sharp estudiaba en aquel colegio, el territorio de Magallanes comenzaba a experimentar grandes transformaciones en la instrucción pública, promovidas esencialmente desde el recién creado Centro Pedagógico. Entre algunas iniciativas, además de la implementación de la disposición que establecía la obligatoriedad de enviar los niños (as) a los recintos escolares, se sostenía que era de exclusiva responsabilidad de padres y apoderados, asegurar el que los alumnos(as), asistieran a clases.
Posteriormente, Florence Mildred Sharp continuó estudios en el antiguo Saint James College (actual Colegio Británico) donde conoció a otra preceptora que marcó época en el austro: Zillah Guedie. De aquella maestra heredó el concepto lancasteriano de la enseñanza, que pregonaba el apoyo recíproco entre todos los integrantes de una sala de clases y de que, en el caso que se tuviera que lamentar la escasez de maestros, los alumnos (as) más aventajados debían cooperar en la entrega de conocimientos con los compañeros de curso que advertían problemas de aprendizaje.
De modo que a los dieciséis años, la señorita Sharp fue requerida por su mentora para ayudarle a impartir las materias. Casi siempre cuando los medios periodísticos la entrevistaban, solía rememorar ese acontecimiento más o menos de esta manera:
“Comencé con tres cursos y 54 alumnos, en un local de sólo dos piezas. Era tan chiquilla que tuve que transformar mis trenzas en un peinado alto. Después, cuando Mrs Aldridge tuvo que ir a Inglaterra yo la reemplacé. Cuando regresó yo tomé otros cursos superiores hasta 1er Año de Humanidades”.
La idea de tener un colegio propio le rondaba desde hacía un buen tiempo. Los hermanos Charles y Ernest habían emigrado hacía rato del hogar paterno ubicado en calle Valdivia (hoy José Menéndez) N°317. Florence Mildred, a quien, en un círculo cerrado de amistades y en su entorno familiar, ya le denominaban la “Miss Sharp”, vivía sola con sus progenitores. Ellos la convencieron de seguir los pasos de otras maestras.
Un aula singular
El 8 de marzo de 1938 abría sus puertas a la comunidad el colegio “Miss Sharp”. Desde el principio sobresalió por ser un local mixto de los pocos que había en Punta Arenas. En cincuenta y cinco años de vida el pequeño establecimiento fue atendido de manera exclusiva por Florence Mildred Sharp, quien habitualmente solía recordar ante los periodistas los nombres de los primeros alumnos matriculados en su escuela: José Zorrilla, Olmedo Saldivia, Betty Ihnen y Joaquín Curtze.
El colegio estaba organizado en cinco cursos, desde el primer al quinto grado de preparatorias o primarias, equivalentes a primer a quinto año de básica de hoy. Había una sola y pequeña sala para impartir las clases. El tercero, cuarto y quinto año recibía instrucción en las mañanas; primero y segundo, en las tardes. La manera de ubicar al educando era de menor a mayor. Es decir, los de tercero en las bancas de adelante, los de cuarto más atrás, y en el perímetro de la sala, había pupitres individuales para los de quinto año. Por lo general, Miss Sharp ubicaba a cuatro o cinco alumnos por cada banco en la sala y aunque el espacio era muy reducido, se mitigaban las carencias con trabajo permanente en forma simultánea. Así, mientras unos copiaban del pizarrón, otros hacían ejercicios y el resto se preparaba o rendía pruebas.
Es interesante constatar que el colegio empezó a funcionar cuando comenzaron a ocurrir en el país algunos sucesos de gran envergadura. Mientras la ya mencionada Sociedad Constructora de Establecimientos Educacionales modificaba sustancialmente la infraestructura de la educación pública en Chile, el profesor y abogado Pedro Aguirre Cerda era proclamado Presidente de la República con una consigna que aún resuena en la mente y en el corazón de millones de chilenos: “Gobernar es educar”. El Estado emprendía así, la titánica misión de reducir los índices de analfabetismo y la deserción escolar, en un momento histórico en que uno de cada dos niños no asistía en el país a clases. Por lo mismo, dentro de este escenario global, el colegio de Miss Sharp fue incorporado a la red de establecimientos educacionales de Chile recibiendo la designación de “Escuela N°9” en 1941.
Al principio, las clases se hacían en inglés. Esta costumbre inveterada se mantuvo por lo menos, hasta la reforma educacional de 1965 ejecutada en el gobierno de Eduardo Frei Montalva. A partir de allí se exigió que las escuelas particulares atendidas por profesores exclusivos, incluyeran en los programas educativos la enseñanza de la música y de la educación física con docentes externos.
No deja de llamarnos la atención, el que Miss Sharp, a pesar de su hermetismo, estuviera siempre al tanto de todas las reformas pedagógicas, las modificaciones curriculares y los programas de perfeccionamiento para los docentes ofrecidos por el Ministerio de Educación. El deseo constante de superación fue otra de sus cualidades más sobresalientes.
Varios familiares cursaron las preparatorias en el colegio de Miss Sharp. Ella no hacía con los parientes ni distinciones ni concesiones de ninguna índole. A su salud de hierro se añadía su estricto concepto del honor y de la justicia.
Métodos de trabajo
Mezcla de rutina, orden e innovación, las clases de Miss Sharp giraban en torno a esta tríada. A menudo formaba a los niños (as) a lo largo de un pasillo producido entre las bancas. Así evaluaba una materia preguntando al primero de la fila, el que, si respondía acertadamente, conservaba su lugar inicial. Si erraba, cedía su puesto al que estaba más atrás. Un castigo frecuente consistía en “desterrar” al último lugar de la sala a los indisciplinados.
Para mantener la motivación, Miss Sharp corregía con rapidez y precisión las tareas de sus alumnos. Con espléndida caligrafía tachaba con rojo las faltas ortográficas y señalaba las mejoras que procedían. Después de revisar las lecciones, devolvía los cuadernos a sus propietarios con precisión de relojero, lanzándolos como discos de playa a cada uno de los pupitres. Nunca fallaba.
La higiene y la pulcritud se fomentaban desde el primer día. Algunos alumnos tenían la misión de recibir a sus compañeros fiscalizando que el uniforme y los zapatos especialmente, estuvieran limpios antes de entrar a la sala de clases. Estas formalidades se combinaban con la repetición de materias como determinadas aplicaciones aritméticas y nociones de historia y de geografía de Chile. Miss Sharp colocaba especial énfasis en que los niños aprendieran los nombres de las veinticinco provincias que conformaban el país en ese entonces, como asimismo, las nombres de las capitales de cada una de ellas. El manual de Walterio Millar bastaba para comprender algunos conceptos básicos de nuestra historia patria, en tanto, las tablas de multiplicar se ejercitaban periódicamente hasta la del 12.
Un instante especialmente significativo en el año escolar, lo constituía el “Día del niño”, evento que organizaba anualmente el Rotary Club en que se premiaba a distintos alumnos (as) por sus excelentes calificaciones y buen comportamiento.
Al término del año escolar se disponía de un picnic al sector de Leñadura, en el espacio que los salesianos ocupan para sus tradicionales retiros espirituales. El concepto de paseo campestre o del típico paseo de curso del fin de año fue suprimido inmediatamente, después que un niño se quemara en una parrillada. Miss Sharp fue tajante: el huevo duro preparado en casa sería de ahí en adelante el plato principal de la jornada, acompañado de dulces, jugos y bebidas.
La educadora se preocupó siempre de promover e incentivar la práctica del ahorro en los niños. Era común, verla depositar los dineros de los alumnos en las cuentas que ella misma ayudaba a abrirles en el Banco del Estado. Por eso, no debía extrañar que actuara como si los alumnos fueran sus propios hijos. “No cambiaría mi trayectoria por nada; tampoco si volviera atrás me casaría, ya que en mis niños lo tengo todo; no sé qué haría sin ellos”, dijo al recibir la medalla municipal por el medio siglo ligada a la educación. En otra ocasión, en una entrevista concedida en 1968 expresó:
“Lo que más me satisface es que ellos no me olvidan. Continúan mostrándose interesados por mí. Figúrese que para mi cumpleaños, yo me preparaba para ir a misa y tres niños se pusieron a conversar conmigo para no dejarme salir. De pronto, comenzó a llenarse toda la calle de coches y bajaron, de ellos varias señoras, llevando dulces para los pequeños y regalos para mí. Fue una fiesta muy emotiva que me enterneció profundamente. Es uno de los días felices que he pasado en mi vida. Este colegio es un verdadero hogar y los niños constituyen mi familia. Por eso disfruto tanto cuando veo llegar a los hijos de mis antiguos alumnos a sentarse en los mismos puestos que ocuparon sus padres”.